CONTRATAPA
Previsiones
› Por Juan Gelman
Una pregunta golpea las puertas de la Casa Blanca: ¿Irak se está convirtiendo en otro Vietnam? Las tropas ocupantes sufren bajas cada día: 74 muertos y cerca de 200 heridos hasta el jueves 3 de julio desde que el presidente Bush anunciara el 1 de mayo el fin de la guerra. Sus efectivos caen en accidentes y emboscadas, cuando revisan vehículos, van de compras o hablan por teléfono. El jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld, niega que se trata de una resistencia al parecer cada vez más organizada y sin duda en aumento, pero adelanta “tendremos que quedarnos un tiempo”. No dice cuánto tiempo.
Washington propone que los atacantes pertenecen a grupos distintos. Serían tres: remanentes de los partidarios de Hussein y fedayines; terroristas extranjeros –sirios, jordanos, tal vez iraníes y palestinos– de algún modo emparentados con Al-Qaida; delincuentes comunes y “gente frustrada”. Los expertos no establecen proporciones, aunque es posible imaginarlas. Las fuerzas de ocupación allanan domicilios a su antojo, palpan a las mujeres –ofensa inconcebible en el mundo árabe–, detienen iraquíes a voluntad –200 solamente el lunes que pasó–, balean a multitudes que protestan desarmadas, y los pobladores de Fallujah, por ejemplo, están convencidos de que un misil yanqui les voló una mezquita causando la muerte del imán y de seis estudiantes de teología en clase. A este desprecio por la cultura otra se suman las desdichas cotidianas.
Antes de la invasión, el 60 por ciento de la población iraquí dependía del programa “petróleo por alimentos” establecido por Naciones Unidas para paliar los efectos del embargo establecido por Naciones Unidas. Hoy todos los 27 millones de iraquíes necesitan la ayuda extranjera para poner un plato sobre la mesa. Hay escasez de agua, luz apenas dos horas por día, es difícil conseguir medicamentos, las escuelas están vacías por la inseguridad imperante, cunden los pillajes y saqueos que poco preocupan a las tropas de ocupación. Para el politólogo iraquí Saad al-Jawwad la resistencia era un hecho previsible: “A cualquier hombre o mujer, a cualquiera que vive en la desesperación, ¿qué le queda por hacer? –declaró a The Seattle Times (30-6-03)–. No tiene más remedio que empuñar las armas y enfrentar a quienes ocupan su país y nada hacen por él y su familia. ¿Dónde está la democracia? Inexistente. ¿Dónde la estabilidad? Inexistente. ¿Dónde la electricidad? ¿Dónde el agua? ¿Qué esperan que haga la gente? ¿Que se queden quietos como ovejas?”.
Las bajas estadounidenses diarias y el no hallazgo de las armas de destrucción masiva –argumento central del gobierno Bush para invadir Irak– están haciendo mella en la opinión pública de EE.UU. Una encuesta de la Universidad de Maryland reveló el 2 de julio que por primera vez una mayoría de norteamericanos cree ahora que Bush “exageró” o mintió sobre los arsenales de Saddam: el 52 por ciento piensa que “exageró” y otro 10 que presentó “pruebas que sabía que eran falsas”. El 56 por ciento opinó que la Casa Blanca deformó o falseó la verdad acerca de los vínculos de Bagdad con Osama bin Laden. Una encuesta anterior de CNN/USA Today y Gallup aclara la evolución o involución de la confianza del pueblo de EE.UU. en sus dirigentes: a comienzos de mayo un 86 por ciento sostenía que las cosas en Irak andaban bien y 13 por ciento, mal; a fines de ese mes, las proporciones fueron 70 y 29 respectivamente; a fines de junio, 56 y 42. Una pregunta clave de esta encuesta fue “¿vale la pena la guerra en Irak?”: el 73 por ciento que en mayo dijo “sí” se redujo al 56 a fines de junio; el 23 que dijo “no” aumentó al 42 en el mismo lapso. Las respuestasa la pregunta “¿tiene confianza en que EE.UU. encontrará armas de destrucción masiva en Irak?” padecieron las siguientes variaciones: “mucha confianza” el 52 por ciento, “alguna” el 32 y “ninguna” el 15 en marzo; 22 por ciento, 31 y 45 respectivamente a fines de junio.
Según la encuesta de la Universidad de Maryland, preocupa a la opinión pública norteamericana el creciente sentimiento antiyanqui que se observa en el resto del mundo: un 54 por ciento dijo que las poblaciones de otros países consideraban negativa la política exterior de Washington y sólo el 19 que la estimaba positiva. Es una inversión notable de las percepciones de dos meses atrás: 34 y 43 respectivamente. El Senado yanqui se inquieta y quiere que vayan tropas de la OTAN aunque muchos de sus países se opusieron tenazmente a la guerra. El líder de la mayoría republicana Bill Frist exige “involucrar al mundo, al globo, porque estamos hablando de libertad no sólo para EE.UU., no sólo para Irak, sino también para los habitantes del mundo entero”. El senador demócrata Joseph R. Biden desea ver “franceses, alemanes, turcos, estacionados en Irak. Es una manera de comunicar al pueblo iraquí que no estamos allí como ocupantes. La comunidad internacional está allí como liberadora”.
El Pentágono, en cambio, no declama: busca la forma de imponer la Pax Americana en el planeta, libre de toda dependencia interna y externa. Su Dirección de proyectos de investigación avanzada (Darpa por sus siglas en inglés) trabaja en la obtención de armas ofensivas capaces de alcanzar cualquier punto del globo desde el territorio continental de EE.UU. Esta dependencia de la Secretaría de Defensa se ha fijado la meta de lograrlas en un plazo máximo de 25 años para no depender de las bases en el extranjero ni de la eventual cooperación de aliados regionales, evitando al mismo tiempo las bajas que entraña una invasión. El objetivo último es construir un misil que destruya blancos “de países hostiles y organizaciones terroristas” ubicados a más de 16.000 kilómetros de distancia. La carga explosiva de semejante proyectil sería de casi cinco toneladas y su velocidad, diez veces superior a la del sonido. Washington comercia con catástrofes en gran escala.