› Por Osvaldo Bayer
Mundos diferentes en la gran ciudad. Recorrerla. Pasar de un mundo a otro. Por ejemplo, meterse en un hospital. En este caso el Durand. Los trabajadores me hablan de su plan: crear una radio, justamente, la radio Hospital Durand. Hay suma seriedad y se nota algo así como una voluntad de hacer algo más en ese lugar donde caminan diariamente cientos de enfermos y un personal bien enganchado en sus tareas. Una radio. Sí. Para información y entretenimiento no sólo de sus enfermos sino también de su personal y todos aquellos que quieran escucharla en cualquier lugar donde se halle, señalan, con voz de entendidos: estará equipada, además de los equipos de transmisión, con instalaciones de baño, luz, aire acondicionado, calefacción, amoblamiento de oficina, todo estará dentro del edificio del establecimiento de salud. Desde ya cuentan con el personal preparado en radio, comunicación y algunos que ya ostentan premios en este rubro.
Me señalan con un optimismo envidiable que la futura Radio Durand está pensada para ofrecer un servicio a las personas de esta comunidad, en primera instancia, a localidades vecinales, al resto del país y al mundo en general donde, gracias a los avances tecnológicos, es posible llevar esto adelante dando todo tipo de información a vecinos, médicos, pacientes, estudiantes, profesores y personas interesadas, además de música, entrevistas, comentarios de actualidad. Además no dependerá de “publicidades ni de otras pautas que suelen ser vitales en las radios convencionales”.
La intención es llegar a un óptimo funcionamiento durante las 24 horas del día los 365 días del año. La radio no generará gastos al centro de salud, no recibirá dinero en efectivo ni en ninguna otra forma de pago, todo elemento será recibido bajo donaciones y tanto los operadores como todo el equipo lo harán a título ad honorem. Es decir, un trabajo profundamente comunitario. Ese es el futuro: la mano abierta, el darse a la comunidad, llegar a la consigna: “Todo para todos”.
Un proyecto para la comunidad, un ejemplo solidario, algo para apoyar y aplaudir.
Pero de pronto, el otro costado de la gran ciudad, porque Buenos Aires no termina en la General Paz sino hasta donde encontramos el último barrio obrero o la última villa “de emergencia”, como la llaman. He estado en la cárcel de Ituzaingó. En el instituto de enseñanza para los presos. Di una clase de Historia, ante rostros muy interesados en saber más, hombres –casi todos jóvenes– con deseos de ver otro futuro cuando salen. Hay señales en sus rostros: quieren aprender más, llegar a saber más para integrarse en la vida cotidiana, luego de la experiencia siempre triste de la cárcel. Asisten cien alumnos, de setecientos detenidos que hay en la cárcel, que tiene capacidad máxima sólo para quinientos presos. Esta situación de superpoblación se repite en todas las cárceles. Esto está debidamente fundamentado en el informe del Comité contra la Tortura 2012, que depende de la Comisión Provincial de la Memoria. La Unidad Penal de Ituzaingó es la No. 39 y su Escuela de Educación Media N0 7 lleva el nombre del trabajador más digno que ha tenido nuestra historia: Agustín Tosco, nombre votado por los presos que concurren a la escuela. El bachillerato que siguen es con orientación al cooperativismo y esos estudiantes presos producen la revista La Astilla, que ya va por el número 7 y es escrita por ellos mismos. También se hacen allí radios abiertas y cortos documentales, porque creen en “la potencia liberadora de la palabra dentro del encierro”. Es decir, no se rinden ni la prisión los apabulla: siguen esperando con optimismo la salida definitiva. Porque hay una realidad que los espera.
A la superpoblación y hacinamiento que existe en los penales bonaerenses se suman las constantes denuncias por torturas (hay una muerte cada tres días), constantes traslados por cárceles de toda la provincia, la falta de alimentación, de atención sanitaria, de entrega de medicamentos y las trabas que se imponen a los internos para acceder a la escuela. Todo esto a pesar de que hay datos del Centro Universitario de Devoto que demuestran el bajo nivel de reincidencia en el delito de los presos que han sido estudiantes en la cárcel y terminaron sus estudios universitarios. Igual ocurre con la posibilidad de generar oportunidades de trabajo al salir. Existen casos como el de una cooperativa llamada Kbrones que se formó en la cárcel de Gorina y cuyos miembros al salir en libertad y continuar con su proyecto productivo afirman que no tuvieron un solo caso de reincidencia.
Después de la clase, los presos vienen hacia mí. Sólo me preguntan sobre el tema que hemos hablado. Veo en sus ojos el sumo interés por saber más. Cuando salgo siento una enorme pena de no poder ayudarlos más, de darles una oportunidad para que al salir sean ciudadanos útiles a la sociedad. Esa tristeza aumenta cuando me despido y atravieso los muros de la cárcel. Vaya a saber en qué ambiente fueron criados cuando niños o las peripecias que les tocó vivir. En ellos vi una predisposición a abrirse a nuevos horizontes, a tomar el camino hacia la dignidad humana. Para ello no hay que tratarlos como malditos de la sociedad. Hay que abrirles la puerta hacia esa dignidad que no han conocido, y menos en la cárcel.
El tercer lugar que me toca visitar en la ciudad es nada menos que el Museo Nacional de Bellas Artes, que es como entrar en el Paraíso. Un paraíso lleno de telarañas de pura sabiduría, de puro talento. Paso primero por la muestra de los cuadros de Pío Collivadino. Bien, para qué comentar, dar detalles, hay que verlos y comprender la genialidad de este artista, su forma de interpretar a Buenos Aires, a su gente, principalmente a los más humildes.
Y luego entro en la exposición de un verdadero genio argentino de la pintura, el del apellido difícil: Ariel Mlynarzewics. La muestra lleva el título de Revolucionarios. Veo el primer cuadro: San Martín. Me quedo mudo. No puedo pensar otra cosa que “la pintura descubre todas las gemas escondidas de las fantasías de la realidad humana”. El teatro es el mejor arte que la describe pero la pintura las descubre, las pone al desnudo, están allí mirándonos. El personaje nos mira. No puedo menos que buscar otro cuadro, pero me sigue persiguiendo el primero. Pinceladas, brochazos, colores increíbles. Ahí está la verdad siempre descifrada por el arte de la pintura. El caballo de San Martín sube hacia lo alto. ¿Quién sabía esto? El caballo, tal vez. El artista lo insinúa, nada más, pero lo dice todo. Paso a Belgrano, que creía en el ser humano. Pero está ahí, detenido, pensativo, aunque busca los colores del cielo. Simón Bolívar, ya en el monumento indiscutible. Y de pronto, Castelli, el mejor de todos, el hombre exclusivo de Mayo, Revolucionario, él, aparece en su verdadera postura. El generoso, el que no callaba.
Así, uno tras otro, héroe tras héroe, sin hablar, no muestra el rostro y es dibujado sólo por sus propósitos. La pintura descubre sus intimidades y pone colores que apagan las formas.
Me quedo con ellos. Ahora los he comprendido finalmente. Seres humanos con cabezas volando por los colores más que humanos. La única interpretación de la historia. Voy y abrazo a Ariel, el autor de esas imágenes nunca vistas. El Arte de la Pintura, tal cual es. Aquí, con la enseñanza que deja la historia. Para aprenderlas, para eso el Arte de la Pintura.
La ciudad, la vida. Todo tan distinto al mismo tiempo.
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