› Por Rodrigo Fresán
UNO Hubo un tiempo en que Rodríguez era joven y le preocupaba ser diferente y así, cuando le preguntaban dónde le gustaría pasar los muy distantes últimos años de su vida, no dudaba en no responder “Benidorm” y sí responder “Area 51”. Ya se sabe, ya oyeron de ella tantas veces en teorías conspirativas, películas y series de televisión, novelas sci-fi: base militar en el desierto de Nevada en la que, se suponía, descansaban los restos inmortales del ovni y sus tripulantes estrellados en Roswell, en 1947. Pero parece que no y, como suele suceder –y Rodríguez está casi al borde del llanto–, la resolución del misterio es tanto menos apasionante que el misterio en sí. Tal vez para distraer un poco a la concurrencia del neoespionaje de Snowden & Manning, el gobierno norteamericano ha decidido, por fin, admitir la existencia de la base en cuestión, alias El Rancho. Al final, vulgar campo de pruebas para aviones espía. De ahí los reiterados avistamientos de raras luces en el cielo a las que aullaban los coyotes pidiendo ayuda alien para vencer a los correcaminos. Nada que ver o parecer con todo aquello que, en sueños despiertos, imaginaba un Rodríguez que se sentía tan marciano entre los suyos y fantaseaba con un inmenso hangar parecido al del travelling final de Citizen Kane donde encontrar el arca perdida de su felicidad y el mapa que lo conduciría a su tierra prometida, a su planeta propio, al futuro, al infinito y más allá.
DOS Ahora, tantos años después, su ayer dura más de lo que durará su mañana. Y Rodríguez no fue tan lejos. Ni siquiera alcanzó las coordenadas 3714’06’’N 11548’40’’W, Nevada. Rodríguez es ahora una especie de Charles Berlitz y/o Erich von Däniken de cabotaje y vuelo rasante. Un tipo que no se pierde un programa de Cuarto Milenio y que se desquita viendo misterios insolubles en todas partes. Para empezar, claro, cuestiones más o menos apasionantes como el enigma de la progresiva desaparición de las abejas, un/otro Salinger confidencial en una biografía de aparición inminente (¡y se vienen nuevos libros de los Glass y Holden C.!), los recientes ajustes en la edad del universo, esas cosas. Pero, enseguida, Rodríguez comienza a descender desde las alturas y a planear sobre cuestiones más vulgares. Imposible no arrancar con algo que lo toca de cerca: ¿qué hace su hija en Ibiza, colgada del cuello de un DJ llamado Thomas Pincho y de moda este verano por su remezcla de un clásico de Peter Gabriel reconvertido en bailable y extático himno de la crisis española con el título de “Don’t Give Up (Mega-Kri$i$ Mix)”? Y, una vez allí, no hay retorno: ¿En qué consiste el misterioso “soporte documental” del prisionero Bárcenas, quien cumplió 56 años de edad entre rejas y espera metafórico/legal pastel con lima dentro que lo saque fuera? ¿No se parece demasiado el Peñón de Gibraltar a esa montaña de Close Encounters of the Third Kind? ¿Cómo es posible que Fukuyima siga perdiendo radiación y regrese la antigua tuberculosis al Viejo Mundo? ¿No va a hacer nada el Nobel de la Belicosa Paz Obama –algo mucho más útil que meterse en Siria– para que Ben Affleck no sea Batman? ¿Rafa Nadal vino de Kripton? ¿Las arcadas de Messi en el Camp Nou son síntoma de asco a Neymar? ¿No es agotador ya el culebrón arqueril de Iker Casillas a la sombra del banquillo? ¿Quién entiende el que se admita que las redes sociales estuvieron trabajando a cambio de millones de dólares para agencias de Inteligencia y aquí no ha pasado casi nada? ¿De dónde sale el dinero para pagarles a los “científicos” que concluyen que el jueves por la mañana es el mejor momento de la semana para hacer el amor (porque entonces nuestros cuerpos alcanzan el cenit del estrógeno y la testosterona) y que la noche del martes mejor dedicarla a otras cosas, como tener fantasías sexuales? ¿Cuándo se cansará Rubalcaba de proponer reprimendas constitucionales al PP para las que no cuenta con el recurso de una mayoría? ¿Son reales esos jóvenes miembros de las “nuevas generaciones” del Partido Popular que se fotografían y se cuelgan en Facebook haciendo el saludo fascista luego de gritarles “Viejos” a los estafados por las preferentes? ¿A quién en el gobierno se le ocurrió autorizar presupuesto millonario para el embellecimiento del Valle de los Caídos un 18 de julio? ¿Cuánto falta para que un cardenal vaticano acuse al papa Francisco de ser el Anticristo? ¿Por qué se empeñan en subir niños a la cima de esos castells para que se caigan y se lastimen? ¿Por qué se han ahogado tantos chicos en piscinas o ríos este verano? ¿Cómo es posible que cada vez más turistas visiten España y haya cada vez menos trabajadores en el sector turístico? ¿Por qué recién ahora se confirma el que muchos gondoleros reman borrachos y drogados cuando era algo evidente desde hace siglos? ¿A qué se debe el que los exorcistas ibéricos cada vez tengan más trabajo? ¿Estará poseída la desencantada e irritable Letizia por el espíritu de Lady Di, cuya muerte en vida vuelve a ser investigada por Scotland Yard? ¿Se encontrará alguna vez el cuerpo de la asesinada Marta Del Castillo? ¿Qué va a pasar cuando se resuelvan las elecciones en Alemania y Merkel muestre y envíe sus cartas? ¿Cómo es que se siguen proponiendo “novedosas” explicaciones a esa luz al final del túnel en el momento de la muerte (los chisporroteos del cerebro moribundo) y a la que tanto se refiere el Partido Popular como signo de resurrección económica y viva España? ¿Y cómo es posible que alguien que en su momento describió la catástrofe ecológica del petrolero Prestige como algo que apenas dejaba escapar unos “hilillos de plastilina” hoy sea presidente de gobierno y que –cuando de tanto en tanto dice algo– mienta sin prisa ni pausa, sacando la lengua, temblando su ojo, mirando siempre unos papeles que a nadie le interesará desclasificar en el futuro porque todo está más que claro ahora mismo?
TRES Así, Rodríguez cuenta misterios en lugar de ovejas. Pero el sueño no llega. Y no es jueves. Y una última incógnita a develar lo ha desvelado. En el último noticiero vio a Mariano Rajoy junto a veinte de los suyos caminando a paso ligero por los bosques de Pontevedra. Allí iban todos, por las orillas de una vía fluvial de Rivaduvia donde el líder pasa las últimos días de sus vacaciones. Se convocó a la prensa para que se los fotografíe y filme pero –enigma– ninguno hizo declaraciones. Allí iban todos, sólo les faltaba cantar aquello de “Heigh-Ho!” con lo que los siete enanitos de Blancanieves marchaban a trabajar. Pero aquí eran muchos más. Y no tenían que descender a las minas. Se los veía tan superficialmente felices que Rodríguez no pudo evitar el pensar en que no eran españoles. Que ni siquiera eran terrestres. Que eran humanos tan falsos como los de They Live! o Invasion of the Body Snatchers o The Invaders. Tan satisfechos de sí mismos pero, de tanto en tanto, sospechando que al final su partido perderá la partida.
Mientras tanto y hasta entonces –era verdad: la verdad está ahí fuera, piensa Rodríguez dando vueltas en su cama en retirada– no estamos solos.
Pero sí estamos tan mal acompañados.
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