De tanto hablar del tiempo, conseguimos
que el viejo padre Cronos se cansara
de nosotros, y que nos castigara
por ser una vez más como ya fuimos.

El Tiempo siente que lo confundimos
con el voluble clima, y que esa rara,
soberbia distracción, nos salió cara:
por quejarnos del tiempo, lo perdimos.

De qué nos sirve la viveza criolla
ahora, a su arbitrio sometidos.
Igual que en el feroz cuadro de Goya

hay rechinar de dientes y gemidos
al borde del final y de la olla:
a Cronos le gustamos bien cocidos.