CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
› Por Juan Sasturain
Por graciosa comodidad, sin demasiadas luces, con falso ingenio fácil, nos solía resultar grotesco –en el momento de asomar a la consideración nacional– el imprevisto Chaco for Ever, rótulo que apareció en la tabla, en los campeonatos, en la grilla de partida y disputa del fútbol argentino como una jocosa curiosidad sobre todo para porteños bastos, sabihondos y raramente suicidas. Parecía joda, digo hoy respecto de ayer.
Pero, en realidad, el injerto inglés no era menos brutal ni ridículo que en Boca Juniors o Racing (fonéticamente réising) de Avellaneda, para no hablar de River Plate, modelo acabado. La diferencia estaba en que el equipo chaqueño –fundado en 1913, épica época– llegaba muy en diferido a la pelea en primera (plana) y a los medios masivos, a la consideración pública y el uso de la matriz británica a la hora de etiquetar a los criollos teams del traducido “balompié”. Pero era hijo de la misma ola: declararse / jactarse / nombrarse en inglés. En este caso, orgullosos chaqueños para la eternidad. Nada menos.
Pero el eterno Ever viene al caso en este caso, y es para mí –cariñosamente– no sólo el segundo nombre del querido cuervo Mario Morán, marido de mi hermana, sino el primero y único nombre que le conozco a un volante central extraordinariamente dotado, sutil tocador juvenil, líder de selecciones menores, precoz talento que promovió Miguel Russo a una Primera boquense con antecedentes de adolescentes famosos plantados verdes en el puesto: Lazatti y Rattin, para empezar, yendo bien lejos. Ever Banega, digo, que de él se trata: un notable jugador de fútbol con un pie y medio adentro de la Selección y figura tontamente enturbiada por las anécdotas torpes, la innegable desprolijidad personal y la causticidad barata de los magazines.
En estos últimos días y en estas últimas horas –en las que, lo admito, me cuesta ratificar sin desgarramientos el nunca desmentido Boca for ever escrito en mi futbolero corazón– se cruzaron dos circunstancias que me hacen reflexionar sin red y en voz alta sobre qué pasa con este podrido y tan feo fútbol nuestro (argentino en general, de Boca en particular): las mezquinas derrotas de un team bostero sin uñas ante el Consabido Rival, y el casi previsto rechazo a la mera posibilidad del regreso de Ever al equipo que últimamente ha privado reiteradamente de cualquier tipo de golosinas a la amargada Bombonera.
Confieso que no sé por qué pueden venir –elegidos– un tal Grana o un Chiqui Pérez más, a Boca, y no un selecto Ever Banega ofrecido. Misterios, para mí, que no supongo nada ante el despropósito. ¿Será por “indisciplinado”? Sólo sé que trato de creer el argumento de que Ever no encaja o que de eso Bianchi ya tiene (?), pero no puedo creerlo. Porque es objetivamente mentira: el que no encaja es el miserable modelo futbolero que sin pudores defiende una estrategia que no considera la posibilidad de poner ni siquiera dos jugadores delante de la línea de la pelota cuando se dice que se supone que caso parezca que se ataca. Algo muy feo de ver y de comprender.
Por eso, por Ever, voy a repasar un fragmento de un textículo que encontré, escrito hace unos años, tras un Superclásico en abril del 2007, a partir de las críticas que le cayeron al chico, ya entonces, por la pérdida de tres o cuatro pelotas en el mediocampo boquense que motivaron contras peligrosas, sin tener en cuenta su notable actuación:
“En general –decía entonces– me parece absolutamente injusto para el pibe. No porque no sea cierto lo que se le achaca –las pérdidas, las demoras, se las marcó el mismo Russo–, sino porque no se hace justicia a todo lo que hizo con el abrumador resto de las pelotas que tocó, administró y entregó (siempre) con destino seguro, buen gusto y notable visión del juego: algo muy poco frecuente entre la media de nuestros jugadores actuales y que él suele hacer con naturalidad e intuitiva vocación por jugar que no debe ser minusvalorada. Por eso, es un detalle no menor puntualizar en qué circunstancias perdió la pelota el juvenil: a veces por gambetear mientras le buscaba destino seguro; a veces por intentar un pase excesivamente fino. Es decir: siempre fueron errores por cuidarla en demasía, por buscar un traslado preciso, no azaroso, a la pelota.
”Estas equivocaciones de Banega –decía entonces y digo ahora– están muy mal vistas hoy por algunos. Sobre todo por aquellos que consideran un dogma el ‘saque si quiere ganar’, consideran que cada oportunidad de anotar que no se convierte en gol ‘se la perdió’ el delantero, predican sin pudor la necesidad de ‘terminar la jugada’, aunque eso signifique tirarla al carajo, y cada vez que se produce un gol buscan la desatención de la defensa, el ‘culpable’ necesario. Es decir: se piensa el desempeño óptimo del jugador como el atento cumplimiento de tareas y responsabilidades. Y jugar significa –lo hemos olvidado– etimológicamente, también otra cosa: disfrutar, inventar, arriesgar, apostar. Se piensa más en cuidarse que en jugar, incluso cuando se tiene la pelota. En los tiempos del resultadismo, se juega al fútbol con forro. En síntesis: los errores de Banega son sólo resultado de la falta de equilibrio propio de quien ya es, precoz y saludable, un notable jugador de pelota, con chispazos de proyecto de gran jugador de fútbol. Lo que –tristemente– pasa es que la mayoría quiere tan poco a la pelota que no está en condiciones ni siquiera de cometer esas equivocaciones. Por eso –concluía mi nota de hace siete años casi– corrija, Banega; pero siga así. Forever and Ever”.
Qué quieren que les diga: para mí, ésa es todavía hoy la razón básica. En la penosa era del resultadismo dependiente, la mayoría de los técnicos –y de los periodistas al uso actual– no se bancan a los jugadores. Todos los que disfrutan del juego y se quieren cortar las venas frente a la pantalla saben de qué hablo.
Por eso, aunque seguiremos con Boca for ever, no tendremos un Ever for Boca. Así estamos.
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