› Por Eva Giberti
¿Para qué sirve un diario? El periódico matinal en la puerta, el montón en el kiosco, el reclamo porque hoy no lo dejaron... Internet dijo que iba a suplirlos y que alcanzaba con leerlo en la pantalla... Sí, igual es posible enterarse de lo fundamental y en algunos portales leer las columnas laterales que se escamotean en el punto.com.
Preguntarse para qué sirve es preguntarse por el uso. Una manera de no preguntarse qué es eso. Definir por el uso es achicar los sentidos: el tenedor sirve para pinchar las comidas y me desentiendo de la historia de los cubiertos y de las monarquías renacentistas donde se ensayaban esos pinchos que sustituían las manos de damas y caballeros. Que hoy diríamos que no precisamos (a las damas y a los caballeros).
Pero resulta que un diario puede asegurarnos una utilidad que no se acompaña con el menester doméstico del envoltorio ni con la carnavalada de los títulos catástrofe.
Un diario, nos decía Jürgen Habermas, es un formador de opinión pública y también contribuye en la creación de la esfera pública, o sea informa, reconstruye, exagera, omite lo que debiera ser obligatorio saber, calumnia, restituye aclaraciones, alivia, crea suspensos, reúne cabezas tutoriales que analizan la edición de mañana, alterna con dibujantes maravillosos, remienda espacios, acorta y alarga tipografías, nos alerta para el día de hoy y de mañana, pronostica el futuro, desbarata a los pronosticadores, enfurece a algunos, imprime las aleluyas de otros y así continúa día tras día, menos dos días, en los que su aplanada lectura no se nos desliza entre los dedos y crea la orfandad del vacío que ninguna radio supera.
Página/12 es un diario. Que se lee con una clave. Porque si alguien no oyó hablar del terrorismo de Estado no entenderá por qué está permanentemente ilustrado con recuadros que encierran fotos con fechas y algún breve comentario interior. Un recuadro negro, un adentro con una o dos caras, a veces un grupo familiar, se enlazan con los avisos y las noticias sin que algunos entiendan la razón. Como quienes hacen Página/12 descuentan que distraídos e indiferentes también son sus lectores, se ocupan, como ningún otro periódico, de comentar temas de derechos humanos. Habrá quienes seguramente reconocen, reconocemos, la coherencia de esos artículos y de esas fotos, que nunca faltan. Otros, quizá muy jóvenes, pasan por alto esas imágenes y no faltará quien piense “¿por qué no la cortan con eso de las fotos?”.
La inclusión de ese circuito histórico en la historia del periodismo excede la lealtad a los desaparecidos, que es tema que la Etica sostiene y ampara.
Es la creación de una serialidad destinada a romper las definiciones clásicas de las serialidades unidas a la idea de repetición, una foto detrás de la otra identificándose, porque sus miembros son protagonistas de una misma circunstancia.
El estudio de las series y serialidades, complejísimo, es el que nos autoriza a reconocer el valor de esta serie, cada uno de cuyos miembros obliga a un saber. “A Este lo vieron en la ESMA, a Esta otra se la llevaron en tal fecha, a Esta Familia la desaparecieron entera, de Estos otros ni la foto, sólo la frase de los compañeros...”
Lo estático de la serie clásica se desestructura en el discurso que los trazos de la imagen diseña y sería ingenuo y agitativo decir que esas imágenes nos miran desde sus fotos y nos dicen ¡presente! No están presentes, sino enlazados en una serialidad que nos enlaza con ellos, justamente por estar en una horrosa serie que se alimenta cada día con nuestra vuelta de hoja, se mueve en el aire que cada página aventa para que tengamos presente que fueron muchos.
Que no alcanza –aunque es magnífico que suceda– con que haya placas y baldosas recordatorias a las que hay ir a buscar.
En cambio, Página/12 nos los alcanza cada día porque hay “un cada día de cada uno de ellos y de cada una de ellas” que, ausentes y perdidos, cuando se los llevaron pensaban en los que nos quedábamos: para todos nosotros habían reclamado derechos y justicias.
Es una serie que rompe la reiteración inmovilizante, para transformarla en la repetición creativa que es otra cosa. Reiterar es caer en la circularidad sin salida, en cambio repetir obliga, cada vez, a abrir una brecha para lo nuevo. Eso nuevo es lo que Página/12 incluye en cada uno de los artículos que los derechos humanos desarrollan para contarnos que hay nuevos juicios para los responsables por el terrorismo de Estado o un nuevo nieto rescatado.
Y así los recuadros sostienen la práctica social de la imaginación. Porque iluminan los textos de lo que se escribe con el testimonio de la propia vida que las páginas capturan en sus márgenes.
Gracias a la “galaxia Gutenberg”, por primera vez, individuos distantes en el espacio, y destinados a no encontrarse nunca, pudieron reconocerse como miembros de una comunidad a años luz de distancia de las antiguas comunidades locales. Lo escribió Marramao.
Esta comunidad, más vale no olvidarlo, no está tan distante de las antiguas comunidades locales que sostuvieron los años del terrorismo de Estado.
Los recuadros de Página/12 nos dicen que la cuestión no es sólo conmemorar una fecha, la de marzo. También homenajear la repetición fecunda que Página/12 inventó como una cepa de vida.
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