CONTRATAPA
Bussi, de Tucumán a Buenos Aires
› Por Susana Viau
Centro de Tucumán. Viernes al mediodía. En el cruce de dos peatonales, Mendoza y Muñecas, una mesa recoge firmas por la libertad de Antonio Domingo Bussi. Dicen que, un par de horas después, a unos metros, se instaló otra para reunir firmas contra la libertad de Antonio Domingo Bussi. Como en las novelas de Giovanni Guareschi, como la pelea pueblerina entre Don Camilo y Pepone, el cura y el dirigente comunista que se disputaban la feligresía en la Italia cohabitante de posguerra.
Sorprende a quien llega de fuera, pero no hace falta que ninguno de los cuatro admiradores del intendente electo salga a trasegar las esquinas para pescar adeptos. La gente se acerca sin que la llamen a la mesa bussista: han formado una pequeña cola y esperan pacientes el turno para poner la rúbrica sobre la planilla. Son hombres solos, mujeres solas, familias completas que recorren San Miguel de Tucumán buscando un regalo para el Día del Niño. Una multitud de vendedores ambulantes invade la calle con juguetes y ropa. Uno hace caminar una laucha triste de gomaespuma. La laucha de prueba y las otras del stock que están alineadas junto a las cajas de cartón tienen la gomaespuma grisácea y no se sabe bien si es por el teñido que pretende darles cierta verosimilitud o por la pegajosa suciedad de la vereda.
Por la noche, en un bar próximo a la Plaza Independencia, una veinteañera recorre el salón pidiendo firmas “por la libertad del general”. “Nosotros queremos lo contrario”, le dice una mujer, sin agredirla más allá de lo necesario. Desde otra mesa se oye protestar: “Si fuera un chico pidiendo ya lo hubieran echado. A ésta la dejan”. Sólo una pareja, instalada en un rincón, accede a la solicitud de la niña bien vestida. En la calle la espera una F 100. El chofer ha bajado y vigila desde un kiosco. Es su guardia de corps, por si las moscas. Pero no hay moscas que perturben la militancia incipiente y reaccionaria de la chica. La capital está partida y la lucha entre bussistas y antibussistas es sorda, tal vez porque los bussistas quieren perfilar una imagen pacífica y los antibussistas no han logrado salir aún del shock de los resultados. El activismo antibussista parece avergonzado por la situación y trata de buscar explicaciones, de entender por qué la bestia parda cuenta con tanta población favorable. No debe ser sólo producto de esa misteriosa atracción que algunos argentinos sienten por la gorra y el correaje; quizás sea eso mismo y un poco más: el populismo uniformado, Bussi desparramando paternalismo, Bussi y los padrinazgos, sus apariciones ordenando a los empresarios asistir con dinero a la escuela tal o cual, Bussi y el empleo público como alternativa clientelista a la desocupación. Tal vez haya también de eso, un elemento concreto, material, en la fidelidad de miles de tucumanos al señor de los campos de concentración, al halcón sucesor del halcón Acdel Vilas. Me hablan del empobrecimiento cultural adherido a la pobreza estructural, de la niña desnutrida que mostró la tevé y fue traída a Buenos Aires por un semanario, alojada en un gran hotel, invitada a comer a Puerto Madero y regresada a casa en avión, cargada de barbies y está desnutrida otra vez. Recuerdan que la provincia es la mayor productora mundial de limones, que la Coca Cola de Atlanta compra toda la producción presente y futura a un empresario local, que el año pasado la caña tuvo una cosecha record, que se acumulan cordilleras de soja. Infimo valor agregado y en consecuencia un jornal miserable para el trabajador rural. Así son las cosas. El crimen no paga, el campo y sus commodities tampoco.
Un panorama muy diferente, quieren creer, del que le pinta al privilegiado trabajador industrial. Muy distinto de lo que otros cuentan que ocurre en la diócesis del obispo inquisitorial que pide la muerte de los homosexuales y donde los sesenta obreros de una planta envasadora de comestibles ganan 1,25 la hora; o en la gran cristalería de Quilmes revitalizada por capitales italianos que retribuyen la hora a 1,75 y, saltándose el detalle de que el descanso semanal ya era una conquista a fines del siglo XIX, autorizan un día libre cada quince, dos por mes; o en la automotriz del Litoral, que ha colocado cámaras de televisión en los baños y a la que los obreros de la sección montaje venden su experiencia a 2 pesos. ¿Cuántas horas hay que pringar para llegar a los 1200 que más o menos juntan a fin de mes los especialistas a quienes, en Europa, la misma firma retribuye a 3000 dólares? Pero los han consolado: el abismo se justifica porque la vida en Europa es muy cara. Aquí no vale nada. Hay tanto excedente de fuerza de trabajo que ni siquiera merece la pena reproducirla.