CONTRATAPA
La tortuga Manuelita
› Por Osvaldo Bayer
El almirante Stella se entrevista con el empresario Macri; el general Brinzoni –jefe del Estado Mayor del Ejército– se entrevista con el banquero Werthein; el sangriento espantapájaros subcomisario Patti, advierte sobre el fin de la democracia; una revista de militares vuelve al lenguaje del ‘76; en Mar del Plata, en un ex campo de concentración de la marina de guerra funciona un parque de diversiones para niños con pago de entrada, en manos de un empresario. Allí, donde se representa La tortuga Manuelita, en el mismo lugar donde los niños aplauden y ríen, fueron torturados bárbaramente por la marina, el ejército y la policía, jóvenes de ambos sexos. Argentina 2002.
Un país deshecho, que se cae a pedazos. Los asesinos uniformados de Mar del Plata –torturadores, secuestradores, asesinos– están todos libres gracias a la Obediencia Debida y Punto Final de los radicales y el franeleo sonriente de los peronistas. El punto final de la burla a todo sentimiento de dignidad: hoy, la marina de guerra cobra alquiler para que el empresario del parque de diversiones prosiga su negocio. El almirante Stella se calla la boca, pero dialoga con el empresario Macri, por “una Argentina mejor”. En realidad en ninguna parte del mundo encontramos esta mezcla de realismo mágico con hipocresía negociada y cinismo privatizado con Cuit.
Allí está. Junto al faro de Mar del Plata. Ese faro que creció tanto en la imaginación de los niños marplatenses que veían cercanos a buques piratas que eran barquichuelos de pesca de napolitanos. Allí, junto al faro, se extienden terrenos que pertenecen al Estado y a la municipalidad. El Estado asignó su uso a la Armada y ésta instaló la Escuela de Suboficiales de Infantería de Marina. Y a partir de 1976 ese territorio va a quedar manchado para siempre. Allí instalan los marinos de guerra el centro clandestino de detención, donde se torturó, y se asesinó a los que ellos consideraban “enemigos del orden y de la patria”. El señor Macri podría preguntarle al almirante Stella qué ocurrió en la noche previa al golpe cuando camiones del ejército llevaron a obreras del pescado hasta la plaza de armas de ese campo de concentración donde fueron humilladas hasta el hartazgo por los uniformados de la Patria.
Así empezaba el negocio. Porque toda represión es un negocio, siempre se trata de favorecer los intereses de los que están en las sombras y siempre guardan contacto con los comandantes de turno. Porque en Mar del Plata se persiguió preferentemente a los obreros del pescado y a sus abogados laboralistas que estaban en contra de los intereses de ciertas empresas y de la dirección oficial de los sindicatos oficiales. Lo que ocurrió en ese campo de concentración de la Armada supera toda la imaginación de la maldad y la degeneración. Todo quedó aclarado en las investigaciones que se hicieron posteriormente de los organismos de derechos humanos y de la Conadep. Los dos testigos más valiosos fueron precisamente el suboficial Grunblat y el aspirante Oscar H. Pérez, de la marina, testigos actuantes de esa vergüenza argentina. En 1984, el Concejo Deliberante marplatense, avergonzado de tener ese lugar que había sido testigo del horror, solicita el traslado de esa Escuela de la Marina de Guerra por ser esa una zona de turismo de preferencia. Pero en ese tiempo alfonsinista, la Marina ni se dio por aludida y menos el Ministerio de Defensa. No, de todo eran dueños los marinos de guerra que ni permitían a los civiles caminar por las inmediaciones. Esas playas fueron frecuentadas, por supuesto, por el ejemplo, por el asesino Astiz.
A fines del ‘90, trasladan a Puerto Belgrano a la Escuela de Suboficiales, pero la marina sigue ocupando el predio. Y nueve años después, la marina de guerra “globaliza” ese terreno que no le pertenece. Lo alquila a la empresa privada Tutudjian. Esta instalará un parque de diversiones con juegos y shows para grandes y chicos. Justo en la parte donde los organismos de derechos humanos han denunciado que se encuentranenterrados los cuerpo de jóvenes asesinados; allí, todos los días se representa el show de La tortuga Manuelita, para grandes y chicos. Los argentinos somos perfectos, cuando hacemos las cosas las hacemos con todos los detalles. La maldad nos supera, no podemos con ella. Justo allí está la construcción subterránea que mandó hacer Massera a sus acólitos, el lugar de las torturas y las míseras celdas. Es como si los alemanes habilitaran los campos de concentración para bailar en Carnaval o jugar al fútbol. Pero no nos salgamos de nuestras fronteras, nos basta y sobra con nuestras valentías.
Existe un documento que realmente conmueve. Las organizaciones de derechos humanos de Mar del Plata le escribieron una carta al empresario Tutudjian, que utiliza ese terreno para el comercio de la diversión. Le dicen que él pertenece al pueblo armenio, quien sufrió una de las peores masacres de la historia humana en manos de los turcos. Le dicen que él no permitiría nunca que un terreno donde se produjo parte de la tragedia armenia se utilizara con fines comerciales o de diversión. Que por eso le pedían que desistiera de ese comercio justamente en ese terreno de campo clandestino de detención. Pero Tutudjian se hizo el desentendido. Las bondades de su empresa se difunden en folletos que son repartidos en la Casa de la Cultura marplatense por niñas sexi, al mejor método globalizado: más venta, mejor para él. Pese a los cadáveres y la tétrica historia.
Se inició entonces la lucha legal para que la Justicia desaloje a la empresa de diversiones. Todo está ahora en el Tribunal de Casación, que es el mismo tribunal que paralizó todo “el juicio por la verdad” de Bahía Blanca. Buen ejemplo para la Corte Suprema. Aquí, el camino judicial es muy largo, salvo para algunos. Pero las organizaciones de la ética siguen luchando. Es una lucha por la dignidad contra la burocracia de los intereses creados, la burocracia uniformada, la burocracia del sistema de comités, patotas y punteros.
Nos quedan los rostros de todos esos abogados que fueron asesinados en Mar del Plata. En “La noche de las corbatas”. Eran abogados que no se vendían por nada, ni a las empresas ni a los sindicatos gobernados por los “gordos” de aquellos tiempos. Por eso había que eliminarlos. He visto el rostro de esos abogados: jóvenes, sonrientes, entre ellos una mujer, embarazada, a quien también la bestia no dejó con vida. Como una prueba nada más que humana miro el rostro de los represores: el del coronel Alberto Pedro Barda, jefe de Agrupación de Artillería de Defensa Aérea 601, tiene la cara propia del verdugo, con un tinte de desprecio en sus labios y una mirada torva del cobarde que se refugia en la fuerza de su posición, o la del general Arrillaga, quien, por su pose y su gesto facial da toda la característica del nacido para discriminar, torturar, asesinar. El peor de los verdugos de la dictadura en Mar del Plata fue ascendido por Alfonsín para demostrar sus cualidades en la represión del cuartel de La Tablada. Un hecho abominable, una cobarde coartada para meterse todos en la misma olla: genocidas y demócratas, civiles y militares. Es muy posible que alguna vez los veamos a Arrillaga y Barda con sus nietos concurrir al Parque del Faro, allí, y sentarse para ver el show de La tortuga Manuelita, encima del lugar donde se practicaron las bestiales torturas a quienes defendían a los perseguidos. Los dos se van a sentir satisfechos. Como cuando Brinzoni recibió al banquero Werthein y el almirante Stella se abrazó con el empresario Macri. Y después todos, sonrientes, recibieron el apretón de manos del subcomisario Patti, vestido con breeches.