Mar 26.08.2003

CONTRATAPA

Marte y los marcianos

› Por Leonardo Moledo

En la gran aproximación de 1877, el astrónomo italiano Giovanni Schiaparelli afirmó haber visto sobre la superficie de Marte delgadas líneas oscuras que denominó “canales”. La palabra en italiano no tiene la connotación de construcción artificial, pero prendió inmediatamente. Un astrónomo aficionado, Percival Lowell (1855-1916), dedicó la vida a su búsqueda, y encontró todos los canales que quiso. Lowell elaboró un mapa y escribió varios libros sobre el tema: Marte y sus canales (1906), Marte como morada de vida (1908). Allí sostenía que Marte estaba habitado por una civilización inteligente, mucho más avanzada que la nuestra, que había construido canales para transportar el agua desde los polos de su exhausto planeta.
La Encyclopedia of Spurious Science, una extraña y casi mitológica publicación, cuyas sucesivas y clandestinas ediciones son mantenidas por un ejército de anómalos eruditos, que la distribuyen con el secreto de los objetos esotéricos y solamente por correo, en su edición de 1908 saludó calurosamente el trabajo de Lowell, al que calificaba como “el más grande astrónomo de todos los tiempos” y en la entrada correspondiente a “Marte”, decía: “planeta más antiguo que la Tierra (siguen datos astronómicos, en su mayor parte erróneos), habitado por seres inteligentes y progresistas (sic). Una sequía, propia de milenios de erosión, ha transformado su superficie en un desierto, obligando a los habitantes del planeta a construir canales que transportan el agua acumulada en los polos para irrigar las superficies desérticas, a cuyos lados puede observarse una frondosa vegetación”.
Las afirmaciones de la Encyclopedia se entienden, si se recuerda que en su momento calificó a Copérnico de “bufón” y (en la edición de 1880) a Darwin de “payaso” con “inclinación zoofílica hacia los monos”; es natural que apoyara la causa de Lowell, que, según dicen, inspiró al mismísimo Orson Welles cuando en 1838 simuló por radio una invasión marciana basada en La guerra de los mundos, de H. G. Wells. La Encyclopedia (edición de 1940) describió a Welles y a Wells como “visionarios” y más tarde (ed. de 1950) a las Crónicas marcianas de Bradbury como “documento testimonial irrefutable”.
Lo cierto es que con Lowell y sus canales nacieron los marcianos y de nada valió el hecho de que en 1907 Edgar Wallace, el mismo que había descubierto con Darwin la Teoría de la evolución y la selección natural, publicara un detallado análisis químico de la superficie y atmósfera de Marte, demostrando que reinaban temperaturas bajísimas que ponían en ridículo las afirmaciones de Lowell (y de la Encyclopedia). O que ningún astrónomo, aparte de Lowell viera rastro alguno de canal en Marte. O que se demostrara que, con los instrumentos de la época, cualquier accidente más o menos difuso se vería como una línea recta. Los marcianos tenían ya sus partidarios acérrimos, y nada los convencería. Entre los más fanáticos, y entre ellos, desde ya, la Encyclopedia, que en su entrada “Marcianos” (ed. de 1960) describía: “habitantes del planeta Marte. Portadores de una civilización más avanzada que la terrestre, los marcianos deben afrontar problemas de sequía. Expertos ingenieros mitigan el problema transportando agua hacia las zonas de cultivo”. Y después de treinta páginas de una minuciosa descripción de la cultura marciana –sospechosamente parecida a la que figura en Una princesa de Marte, de E. R. Burroughs–, hacía una insólita predicción: “es de esperar que el contacto entre marcianos y terrestres modificará y llevará a su culminación los programas de ingeniería de todas las facultades de la Tierra”. Una delirante utopía universitaria que, desde ya, no se cumplió; Marte fue sobrevolado en 1965 por la Mariner 4, que fotografió sólo rocas, y en 1976, cuando las Viking I y II se posaron en la superficie marciana (hazaña que muestra un sorprendente avance ingenieril sin intervención marciana), y enviaron fotos desde allí, mostrando un panorama seco y desolador. Pero la Encyclopedia no daba tregua: “los canales”, decía la edición de 1980, “se cruzan en deliciosos oasis, que pueden imaginarse como lugares paradisíacos de insólita vegetación”.
Mañana, a las 6.51 de la mañana Marte se aproximará a la Tierra a sólo 55 millones de kilómetros, una cercanía que ocurrió, por última vez, hace 60 mil años. Millones de telescopios apuntarán hacia Marte para verlo como nunca, y cuatro naves automáticas (que llegarán entre diciembre y enero de 2004) están viajando hacia allá, para buscar rastros de agua y de vida. Ya sabemos que Marte es un desierto, que los polos no son de agua sino de dióxido de carbono, y dejando de lado, tal vez, formas mínimas y primitivas de vida, como bacterias nadie cree en los marcianos. Salvo la Encyclopedia, que su última edición (2002), preveía este acercamiento excepcional y auguraba que permitirá “contemplar, finalmente a los marcianos, en sus palacios enjoyados por grandes tuberías de mercurio (sic), con sus carros alados que se mueven sin caballos (sic), y con sus deportes de invierno, deslizándose en pistas de ski a velocidades de maravilla”. Y un tanto incoherentemente, que las cuatro naves, al llegar, serían recibidas “con júbilo por el pueblo marciano, que verá en ellas la superioridad de la civilización occidental en su lucha contra el terrorismo”.

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