› Por Bernardo Kliksberg *
Las políticas de austeridad han tenido importantes costos sociales muy visibles en gran parte de Europa. Desde las elevadísimas cifras de desocupación, que sigue en la Eurozona en un 11,8 por ciento, hasta el aumento acelerado en la pobreza y el incremento de la tasa de suicidios.
Pero hay un costo invisible que se está gestando lentamente y que acaba de mostrar su profundidad y gravedad. Las fuerzas políticas xenófobas, racistas, ultraderechistas, antiinimigratorias han encontrado por primera vez en muchos años condiciones para prosperar.
En las recientes elecciones al Parlamento Europeo superaron todos los records históricos.
En Gran Bretaña, el Partido de la Independencia sacó el 28 por ciento de los votos, muy por delante de los conservadores y los laboristas.
Su propaganda electoral llegó. Un gran cartel pegado en muchas paredes decía: “26 millones de personas en Europa están buscando trabajo.
¿Detrás de los trabajos de quiénes están? Tomemos de nuevo el control de nuestro país”.
Lord Deben, conservador de la Cámara de los Comunes, declaró: “Ese mensaje apela a lo peor en los seres humanos: nuestros prejuicios, nuestro egoísmo, y nuestro miedo”.
Uno de los efectos de votaciones como ésta es que influirá en los sectores conservadores para llevar su agenda aún más a la derecha en áreas como inmigración y trato a los extranjeros.
En Francia el Frente Nacional, encabezado por Marine Le Pen, superó a los otros partidos, obteniendo uno de cada cuatro votos. Mientras la candidata que aspira a la presidencia ha pedido elecciones anticipadas y que se disuelva la Asamblea, el presidente Hollande declaró que la votación del Frente Nacional “es un trauma para Francia y para Europa... ha manchado la imagen de Francia”.
Una semana antes de las elecciones, Jean Marie Le Pen, el padre de Marine, fundador del partido, no pudo con su genio. Sugirió que el reciente brote del virus de Ebola, que mató por lo menos 175 personas en Africa, podría reducir el número de posibles inmigrantes a Francia.
Francia e Inglaterra son dos de las mayores economías del mundo.
En Austria, el partido de ultraderecha Freedom Party salió tercero obteniendo el 20 por ciento de los votos. El partido creció siete puntos porcentuales. Su jefe, Harold Vilinsky, ve a Marine Le Pen “como la figura icónica de la nueva Europa que devolverá la soberanía a las naciones”.
Jobbik, furibundamente antisemita y xenófobo, salió segundo en las elecciones de Hungría, con el 21 por ciento de los votos. En 2010, tenía 17 por ciento. Poco tiempo atrás pidió que se hiciera pública la lista de judíos que ocupaban altas responsabilidades. Los considera un riesgo para la Seguridad Nacional. Aguila Dorada, el partido griego neonazi, que hace operaciones de limpieza étnica en las zonas con inmigrantes turcos y de otras minorías, que festeja los aniversarios hitlerianos y que según comprobó la Justicia griega realiza actividades criminales, obtuvo el tercer lugar una vez más. No fue afectado en su base electoral por las continuas denuncias.
La extrema derecha, antes marginal y ahora en pleno avance, incluye también a una vasta serie de partidos, como Ataka en Bulgaria, el Partido de la Gran Rumania, La Liga Norte en Italia, Verdaderos Finlandeses, Vlaams Belang en Bélgica, el Partido del Orden y la Justicia en Lituania, entre otros.
Se ha apoyado en una rabiosa propaganda contra los inmigrantes. Ha logrado convencer a amplios sectores de que el “enemigo principal” está en ellos. Le ha dado resultado en una Europa en gravísimas dificultades socioeconómicas reflotar el viejo recurso histórico del “chivo emisario”. A pesar de que las investigaciones objetivas muestran el papel positivo y reactivador de la economía de los inmigrantes, ha logrado construir una realidad de odio y prejuicio que desecha toda racionalidad.
En Francia, en una encuesta realizada por Harris, el 31 por ciento de los votantes ven a la inmigración como su preocupación central. Otro 31 menciona como problema principal la baja de su poder de compra, la crisis en la Eurozona o el ascenso del desempleo.
Típica de los mecanismos utilizados ha sido la demonización del pueblo gitano realizada sistemáticamente en países como la República Checa, Francia y Grecia. Los excluidos extremos son convertidos en los “peligrosos” a los que hay que aislar y si es posible desembarazarse de ellos.
El 90 por ciento de los gitanos europeos son pobres. La discriminación obstaculiza totalmente sus posibilidades de progreso. Un informe de Amnistía Internacional (2014) documenta “expulsiones ilegales, agresiones por parte de particulares, organizaciones y fuerzas policiales, manifestaciones antigitanas y otras violaciones de los derechos humanos”. Señala que “los países miembros de la Unión Europea no están garantizando que las investigaciones de los crímenes contra las comunidades y personas gitanas sirvan para revelar los potenciales motivos de odio racial detrás de ellos”. El Consejo de Europa dice “que pese a la rica contribución del pueblo gitano a la cultura europea, la mayoría de sus miembros siguen viviendo segregados y en condiciones de miseria. Están siendo discriminados a diario en los medios de comunicación, en la política y en el mercado de trabajo”.
Atacar a los inmigrantes, a las minorías, a los gitanos, practicar la xenofobia, el antisemitismo, da réditos electorales. Las políticas de austeridad han creado una “caldera del diablo” económico-social con elevadísimo desempleo, tanto juvenil como general, y un deterioro severo que favorecen la venta de “simplificaciones” racistas a poblaciones que buscan desesperadamente salidas.
Todo es válido. Lo resume muy bien la campaña electoral de un periodista checo, Adam Bartos. Basada en el antisemitismo, publica regularmente una lista de 220 prominentes judíos, a quienes acusa de dominar la vida checa. En Checoslovaquia fueron exterminados por los nazis 80.000 judíos. Un actor famoso sobreviviente, Milan Uhde, le contesta: “Mis padres y mis abuelos estuvieron una vez en una lista similar y muchos de ellos terminaron en las cámaras de gas”.
El Parlamento húngaro acaba de elegir vicepresidente a un cabeza rapada acusado criminalmente por atacar a un gitano. Su partido, el Jobbik, describe a los gitanos como “criminales” y a los judíos como “un riesgo nacional”.
Las políticas ortodoxas de austeridad no son sólo mala economía como lo ha demostrado la realidad, son facilitadoras de la creación de un medio ambiente casi alucinante donde la ultraderecha se ha instalado a pleno. Eludiendo ex profeso problemas estructurales como el hecho de que en el mundo de hoy los 85 más ricos tienen un patrimonio mayor al de 3750 millones de personas, ofrecen un culpable fácil y físicamente atacable y discriminable, los inmigrantes y las minorías.
¿Logrará Europa controlar los demonios que han emergido de ella?
* Director del programa 2000 Jóvenes por una Economía con Rostro Humano, con sede en la UBA-FCE, patrocinado por 28 universidades nacionales que forma nuevos docentes en ellas.
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