› Por Eduardo “Tato” Pavlovsky *
Un día de calor en 1983 lo visité en su casa –estábamos en la azotea, me dijo que estaba preocupado porque no había conseguido el pasaporte–, tenía que dar una clase para latinoamericanos preocupados por la arquitectura y la creatividad, el martes en Nueva York University. En la policía le dijeron que recién el martes le podían entregar el pasaporte, protestó y se fue indignado. Quiso hablar con el jefe de la policía –no lo dejaron, pensaron que era un loco, así le confió un oficial primero–, yo lo notaba demasiado irascible, me dijo que había pedido una comunicación telefónica persona a persona con Ronald Reagan, que el primer tipo no le creyó, pero insistió y el teléfono sonó en su casa. Sí señor, yo soy el arquitecto Livingston, argentino, profesor de la Facultad de Arquitectura, y necesito estar en Nueva York a más tardar el miércoles, quiero hablar persona a persona con el presidente de los EE.UU. Ronald Reagan. No señor, usted puede darle el mensaje –el otro personaje no entendía bien la palabra mensaje en castellano inglés–. Dígame, señor, lo más importante, ¿no habrá alguna persona que hable bien el castellano para entendernos mejor? –cortó–. Al minuto habló alguien que entendía el castellano: Señor, quiero ser claro –dijo Rodolfo–, quiero hablar por teléfono con el señor Roland Reagan persona a persona. Del otro lado le contestaron que no iba a ser fácil por las ocupaciones del presidente, pero que iban a seguir el trámite telefónico –hubo un silencio de diez minutos, en ese intervalo yo pensé que algún misil norteamericano de la CIA podía caer en la azotea de Rodolfo como daño colateral–. Volvió a sonar el teléfono, esta vez el personaje hablaba perfectamente castellano e inglés: Mire, señor arquitecto, su llamado por las características inusuales... Rodolfo replicó ¿Se puede o no se puede hablar persona a persona con Reagan? Yo soy ciudadano argentino, profesor universitario, que quiere hablar persona a persona con el presidente de Estados Unidos telefónicamente, es perfectamente legal, lea la guía telefónica, estudie, quinta página... –Hubo un titubeo del otro lado: Lo llamaremos dentro de diez minutos, profesor.– Espero el llamado –contestó Rodolfo. Yo pensaba que el llamado de Rodolfo estaría causando preocupación en la CIA y el FBI y posiblemente en Pekín y en Moscú. Sonó el teléfono y se presentó un señor de recursos humanos, creo que era el jefe, para preguntarle a Rodolfo si el llamado era urgente: Sí señor, urgentísimo. –Bueno, señor, lo llamaremos, no corte. –Otro personaje se incluyó en la conversación y trató de dar una explicación más amable:–Sí, señor, I am not stupid –imagino que el presidente tendrá cosas más importantes, pero aquí se trata de un llamado telefónico persona a persona entre Reagan y el arquitecto Livingston, profesor de la Facultad de Arquitectura, y eso es legal, está perfectamente permitido, infórmense mejor. Se hizo una larga pausa y le dijeron que sería llamado por el secretario personal del presidente, al que usted debería interiorizar de su pedido –la comunicación se cortó; pensé en la picana norteamericana, que dicen que es filosa y corta, tuve miedo y estaba sorprendido por la firmeza de Rodolfo–. Volvió a sonar el teléfono y alguien dijo que hablaba el secretario privado del presidente y que el presidente estaba durmiendo la siesta en su rancho pero que le había dicho que le dijera al arquitecto que el lunes iba a tener el pasaporte en sus manos que la orden ya había pasado al jefe de policía de Buenos Aires y que le deseaba suerte en su conferencia. Muchas gracias por su interés –replicó Rodolfo y cortó el teléfono bruscamente–. A estos gringos hay que tratarlos con dureza, sobre todo en asuntos legales, son muy estrictos y obedientes. Al otro día lo llamaron de la Unión Telefónica Argentina para cobrarle los 600 pesos de la comunicación persona a persona con el presidente norteamericano. Rodolfo les contestó: Yo no hablé con el presidente Reagan persona a persona sino con su secretario privado, y no voy a pagar esa boleta porque no tuve ninguna comunicación con el presidente, lea bien lo que dice la guía telefónica en su Página/12.
Años después le pregunté si había pagado o no el llamado. Cómo voy a pagar si yo no hablé con Reagan, así hacen la guita los yanquis. El pasaporte le fue entregado en mano con un papel que decía: Suerte en su tarea arquitecto Livingston. Reagan. Si yo no hubiera visto esta experiencia no la creería, pero con Rodolfo las cosas imposibles se vuelven siempre posibles de ser jugadas.
* Autor, director y actor teatral.
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