› Por Rodrigo Fresán
UNO Ahora, Rodríguez lee una de esas cosas que se leen en los blogs y que antes no se leían porque, aparentemente, nadie tenía tiempo o sitio para ponerlas por escrito. Ahora, el tiempo es muy libre y el espacio, bastante elástico. Ahora hay tanto tiempo y espacio para que todos puedan enredarse. Ahora, Rodríguez se entera de algo que alguna vez, en los cada vez más profundos sótanos de su infancia, se había preguntado. Ahora, por fin, Rodríguez recibe la demorada respuesta como si se tratase de un mensaje en una botella extraviado en el correo de las mareas. Ahora, Rodríguez ya sabe cuánto pesa Darth Vader, Lord Sith, Comandante de la Flota Imperial, y orgulloso poseedor de una melodía ominosa que parece acompañarlo hasta cuando va al baño. Rodríguez lee y, allí, se informa que “un estudio meticuloso basado en fotogramas y datos oficiales” permite asegurar que el dueño de uno de los mejores trajes en la historia del Mal cinematográfico “podría pesar hasta más de 200 kilos”. El cálculo se realizó a partir de ese momento de Star Wars en la que el incinerado y reconstruido (¿y próximo a ser clonado en las nuevas entregas de la saga?) ex rubiecito Anakin Skywalker toma por el cuello a un pobre tipo y lo eleva y lo estrangula (lo que implica una cierta intimidad y aprecio; ya que Darth Vader podría haberlo asfixiado sin tocarlo y utilizando su poder mental, algo llamado Choke Force, aprendido durante su entrenamiento como Caballero Jedi). Y, oh, el resultado contradice lo de la Wookipedia –exclusivamente dedicada al universo Star Wars– donde se le adjudicaban apenas unos 136 kilos. Pero no. Basándose en la estatura del monstruo (2,02 metros) el blogger postula que “la distancia entre ambos cuerpos, el ángulo de inclinación del brazo, su fuerza y la suposición de en qué postura y a qué distancia apoyaría uno de sus pies para generar el balance suficiente para levantar un cuerpo relativamente más corto que el suyo, determina que el punto de equilibrio, que no puede ser determinado con precisión en razón de que la secuencia de la película no muestra el cuerpo completo de ambos personajes, marcaría una variación en el peso real del personaje, que iría desde los 89 kilogramos, si Vader tuviera su pie muy por delante para apoyarse (que no parece el caso), o hasta más de 230 kilos, que es la masa mínima que necesitaría para poder elevar al tipo sin inclinarse. Así que cualquier variación físicamente posible contradice la información oficial del canon”.
Rodríguez, exhausto, termina de leer el exhaustivo informe. Suspira. Gime. Jadea. Le falta el aire. Auto Choke Force.
Y se pregunta una pregunta adulta, de ahora mismo, y aquí va: ¿cuántos aterrorizados produce un terrorista?
Y ni se pone a buscar la respuesta en Internet sabiendo que la respuesta va a ser muchos.
Y que él –hace un tiempo– ya es uno de ellos.
DOS Un terrorista se dedica a fabricar terror. Y enseguida (de ahí que suelan declararse guerreros contra la mística del Occidente capitalista) se dedica a distribuirlo de forma gratuita. A no pelearse; que hay terror para todos. Pasen y vean y tiemblen. Y el 2015 ha comenzado terroríficamente muy bien. Es decir: muy bien para los terroristas quienes han distribuido libremente y for free, una vez más, su producto con éxito. Y lo han impuesto en todas partes para aterrorizados que, de pronto, se descubren adictos a ese terror que tienen y que no quieren y ¿tiene algo de gracia todo esto que se le ocurre a Rodríguez mientras mira en la tele las últimas terroríficas noticias terroristas? A Rodríguez se le ocurren cosas del tipo: “Eh, teniendo en cuenta el importantísimo rol que tuvieron los teléfonos móviles en los asedios a la imprenta de Dammartin-en-Goële y en el supermercado kosher de Porte de Vincennes; de aquí en más los iPhones y derivados tendrían que venir con algo llamado Modo Rehén, ¿no?” O: ¿no deberían ir todos esos famélicos por su ejemplar de Charlie Hebdo, también, por lógica, de compras al supermercado kosher como gesto de apoyo a la comunidad judía? Sí, ese es el tipo de cosas que se le ocurren a Rodríguez para intentar distraerse de que está aterrorizado. Buenísimos chistes malos para distraerse de malísimas cosas serias como...
TRES... por ejemplo... De tanto psicópata suelto que, después de la carnicería, es invariablemente descripto por sus vecinos como “persona amable y discreta”. Del espanto de personas acribilladas a balazos en su lugar de trabajo (ir a trabajar y que allí te maten unos alucinados en la flor súbitamente marchita y arrancada de tu vida debe ser, seguro, una de las peores formas de morir para quienes fantasean con fallecer ancianos y lúcidos mientras duermen). De no poder evitar el entrar a un vagón de metro y mirar fijo y con ojos de cerdito/corderito/caperucito; buscando rostros sospechosos de “lobos solitarios”. De que siempre se sepa a posteriori que la policía los tenía fichados desde hace tiempo. De esos funcionarios del gobierno que nunca dan pie con bola en sus tareas cotidianas afirmando (cuando ha quedado más que claramente establecido que se trata de un sitio de paso y de reclutamiento y de atentado) que “España es uno de los países más seguros del mundo”. De esas proclamas que llaman a la reconquista del al Andalus y de titulares como “El ISIS llamará pronto a las puertas de España”. Del CyberCaliphate entrando en las computadoras del Pentágono como Ahmed por su casa. De esos islamófobos y antisemitas y fundamentalistas. De esos líderes mundiales que marchan como adalides de la libertad y protectores de los derechos humanos en plan Je suis... cuando en realidad todos saben que Il sont... De que en la película interminable de la realidad haya demasiados remates malos, pero pocos finales buenos (Rodríguez recuerda esos días en los que George W. Bush & Co. eran, a falta de algo mejor, los héroes de la historia). De que Europa está poniendo a punto su Patriot Act. De los aumentos en el color y la numeración de los alertas (y de la evidente fruición con que se lo explica una y otra vez en los noticieros). De que el humor de Charlie Hebdo nunca le haya causado demasiada gracia (aunque le haya parecido admirable y sutil su última y ambiguamente perdonante portada) y no atreverse a decirlo en voz alta. De que el terror te vuelva tan miserable. De que se exploten a explosivas niñas de diez años. De que le haya prometido a su hijo subir a ver la nieve el fin de semana que viene y enseguida pensar “ups, pero en las pistas de esquí, va a haber mucha gente con el rostro cubierto por pasamontañas, ¿no?”. De sentir –y de que la voz suene a gárgara de Jar Jar Binx– como si alguien lo levantase y lo estrangulase desde lejos pero tan cerca. De que le haya tocado en (mala) suerte un planeta donde La Fuerza nunca acompaña y cuyos habitantes se preocupan más en averiguar cuánto pesa Darth Vader en lugar de ocuparse por saber cuánto pesa el terror.
Pero se entiende: es más fácil lo primero. Porque Darth Vader quien –como Alá, Jesucristo, Buda, Jehová, Brahma, Zeus y Superman– es grande, pesa más o menos siempre lo mismo; mientras que el terror pesa cada día más, aunque te reduzca y te achique.
Rodríguez es pequeño.
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