Sáb 24.01.2015

CONTRATAPA

El mundo que se abre y todo lo que tiembla

› Por Sandra Russo

Hace dos semanas, apenas un par de días después del atentado terrorista de París que dejó como legado de protesta la consigna “Je suis Charlie”, relaté en este mismo espacio que, como millones de personas, me había quedado espantada y estupefacta por el crimen de los dibujantes franceses, pero que además, como estaba trabajando en un artículo sobre las elecciones en Grecia –que finalmente tendrán lugar mañana, domingo 25–, experimenté muy claramente cómo un tema que me parecía de absoluta relevancia podía quedar inmediatamente sepultado en una rara vejez anticipada, cuando ocurre otra cosa, si eso que ocurre es terrible, y terrible viene de terror. Según como leo la escena global, las elecciones griegas son “de absoluta relevancia” porque lo que está pasando en Europa es un ocaso, el agotamiento terminal de un modelo que hace décadas se ofrece como el único posible. Syriza es apenas un ejemplo de que otro mundo es posible. Y creo, por otra parte, que antes que pintar la propia aldea para ser universal, vivimos un tiempo en el que es necesario ver la escena mundial completa para entender algunos movimientos internos en muchos países. ¿O qué es, si no, la globalización? No es un de adentro para afuera, sino un de afuera para adentro.

Esta semana, específicamente en relación con esa experiencia de ver envejecer –desbancar, deslibidinizar, desactualizar– prematuramente un tema con otro tema que con su propia y terrible potencia se le impone, sucedió algo similar en la Argentina. Me refiero a que cuando era hecha pública la denuncia que sostenía el llamado a indagatoria de la Presidenta bajo la acusación de “encubrimiento del terrorismo internacional” –qué título insoslayable al calor de los acontecimientos mundiales–, y rápidamente se confirmaba que no tenía pilares ni sustento, ya no era “el tema” libidinizado por los grandes medios: la misteriosa muerte del fiscal que presentó esa denuncia endeble ya generaba nuevos hechos, nuevas declaraciones, nuevas operaciones, nuevos interrogantes, nuevas contradicciones, nuevos títulos, nuevos pedidos de renuncia, nuevas pancartas: al tiempo que hubo muchas rezando “Yo soy Nisman”, hubo otras que eran más explícitas en el paralelismo que se trazó. Una que se pudo ver decía “Kretina asesina”. De eso se trataba. De lograr eso. De otro título: “Aparece muerto el fiscal que denunció a la Presidenta argentina”. Si con la denuncia ese fiscal no llegaría a ninguna parte, esa noticia era vieja antes de nacer.

En lo que tiene que ver con la generación del discurso público, uno no puede dejar de ver lo evidente, que es literalmente lo que está a la vista. Todo empezó con el curioso ataque a la decana de Periodismo de La Plata, Florencia Saintout, por un tuit que era irreprochable: “Los crímenes jamás tienen justificaciones, pero sí tienen contextos”. Sobre ese falso montaje de una polémica inexistente (¿o es que los crímenes tienen justificaciones y no tienen contexto? A veces lo hacen sentir a uno un idiota) se basaron las inflexiones siguientes del mismo eje argumental: “Tibia condena del gobierno argentino a los atentados de París”, etc., incluyendo la desopilante afirmación de la corresponsal en París de Clarín sobre la ausencia del canciller Timerman en la multitudinaria marcha europea presidida por Angela Merkel. Lo desopilante fue que el despacho de la corresponsal provenía de Punta del Este y era falaz. Esto a nadie parece llamarle la atención. Estas licencias mediáticas han sido naturalizadas. “Un poco es como justifican el atentado, ¿no?”, comentaba un clarinista a otro en alguna de sus profusas emisoras de radio. Era eso, era por ahí: emparentar bastardamente al gobierno argentino con los atroces sucesos que no casualmente, creo también, viene desencadenado el terrorismo internacional en diversas latitudes. Hubo sucesivas editoriales al respecto en Clarín y La Nación. Hubo dirigentes opositores haciendo declaraciones indignados sobre algo que no había sucedido. Lo hacen desde hace años, sólo que aprendieron, opositores y medios opositores, mancomunados, a profundizar ese dispositivo de mentiras publicadas seguidas de opiniones montadas sobre la mentira. Eso no es crítica: es farsa.

Pese a la aplicación del mismo dispositivo en Europa en relación con Syriza, el partido de izquierda con más chances de ganar las elecciones de mañana en Grecia, los sondeos indican que el miedo no ha calado en el electorado. En aquella nota no me refería al miedo al terrorismo, sino al miedo a la salida del euro que los grandes medios y los miembros y parientes de la troika aseguran que propone Syriza. Es mentira. Syriza no propone salir del euro. Lo que quiere es una reestructuración y una quita de su deuda, que representa el 175 por ciento de la riqueza que produce el país en un año. Esta semana, Eric Toussaint, del Comité para la Anulación de la Deuda en el Tercer Mundo (Cadtm), reafirmaba que lo que hará Syriza, si gana, es negarse a aplicar más ajustes y más políticas antisociales, pero además, posiblemente aplique el artículo 7 de un reglamento aprobado en 2013 por la UE para los países sometidos a un fuerte ajuste estructural, entre ellos Grecia, Portugal y Chipre. Ese texto se aprobó, como otros tantos, confiando en que sería letra muerta porque ningún presidente se animaría a aplicarlo. Dice: “Un Estado miembro sometido a un ajuste macroeconómico efectuará una auditoría exhaustiva a sus finanzas públicas, a fin, entre otras cosas, de evaluar las razones por las que se ha incurrido en niveles excesivos de endeudamiento y de detectar cualquier posible irregularidad”. A Samaras ni se le ocurrió aplicarlo. Syriza insiste con hacerlo desde 2012, antes de que existiera el reglamento. Perdió una votación parlamentaria para revisar la deuda, por 167 votos contra 119. Si gana, volverá a la carga.

Al día siguiente de los atentados en París, en Bruselas se conocieron los primeros documentos públicos de los TTIP, sigla no muy difundida, como todas las que surgen vinculadas con la Organización Mundial de Comercio. Que no se difundan implica que los ciudadanos no se indignan cuando están a la firma. No saben de lo que se trata. No tienen acceso a esa información. Los TTIP son los Tratados Transatlánticos de Comercio e Inversiones. Sucintamente, en la página web de la UE se describe el objetivo de los TTIP “eliminar las barreras comerciales entre Estados Unidos y la UE (suprimir aranceles y normativas innecesarias, restricciones a la inversión, etc.) y simplificar la compraventa de bienes y servicios entre estos dos espacios”. El bocado de cardenal que quieren ingerir las corporaciones son los servicios públicos de los países en quiebra.

El mundo se mueve. Se abre. Una enorme oleada de hartazgo puja por abrir, de la mano del regreso de la política como una forma de participación mayoritaria en las decisiones de cada país. Otra gran oleada a contracorriente intenta volver a cerrar. Paradójicamente, los que quieren dejar cerrado con llave un modelo extorsivo son los que proponen abrir de par en par la puerta a los mercados. En ese marco, y no menos paradójicamente, los extraños y sanguinarios grupos terroristas que han aparecido en los últimos años forman parte del movimiento que cierra, que constipa las esperanzas populares y le da paño a la derecha.

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