Mié 04.03.2015

CONTRATAPA

¿Y que hay si Uma se hizo humo?

› Por María Moreno

Con un discutible cortapisas filosófico podría reducirse el progreso tecnológico y científico a un dominio del tiempo: diagnosticar precozmente un tumor maligno, extirparlo a tiempo, aumentar la velocidad de un tren bala, interrumpir un embarazo, asistir un suicidio, contar con un servidor de Internet más rápido, prolongar la vida o cortar su flujo enchufando o desenchufando un respirador.

¿Por qué serían las estrellas de Hollywood, esa máquina proteica de sueños colectivos, las que tendrían que someterse a un tiempo de laisser faire, a una interpretación literal vintage de la cuestionada frase de que anatomía es destino, es decir a bancarse la natural decadencia de sus dones físicos?

¿Cómo puede ser que Uma Thurman haya ocupado en Facebook durante las últimas semanas tanto lugar como el fiscal Nisman, los tradicionales animales de compañía retratados como en la década del cincuenta la casa Rodin retrataba los bebés nacionales –en poses que hoy darían pie a acusaciones de pedofilia: casi siempre en culo– y las necrológicas edípico-populistas?

La aparición de Uma, esa bella rubia con ojos tirando a huevo duro según una visión plebeya u ojos de párpados prerrafaelistas, según una visión noches cultas, en el relanzamiento de la serie The Slap, generó una decepción que explotó en críticas que iban del twiteo agraviante a la publicación de imágenes de supuestos símiles aberrantes bajo la forma de accidentes genéticos de la embriología animal: se la acusaba de parecer otra persona. La boba exposición de fotos entre como era antes y como era después, sin embargo, sólo mostraba unos ojos oblicuos en donde parecía faltar su habitual rimmel oscuro (luego ella explicó con cola de paja que no se había operado sino maquillado raro). Un escándalo moral semejante había despertado en el mes de octubre Renée Zellweger, la gordita de Bridget Jones, al aparecer flaca y supuestamente operada (sin embargo se la veía más vieja). En febrero una foto de Demi Moore compartida en Instagram por su hija Tallulah Willis (su padre es Bruce) fue calificada de “extraña” y a ella de “irreconocible”.

Pero lo de Uma fue un boom de repudio.

Sacate el antifaz (de bótox)

Los comisarios de la policía anatómica parecen asociar en imágenes torpemente vejez y verdad. Lo absurdo es que tanto la Renée Zellweger, la Demi Moore y la Uma Thurman “originales” ya también eran artificios quirúrgicos y cosméticos. ¿Por qué ahora la indignación moral y no antes? Porque a menos que uno se haya quedado como la difunta duquesa de Alba, cuando la cirugía estética y las inyecciones de bótox y ácido hialurónico están bien realizados y se aplican en cuotas (otra vez el leivmotiv del tiempo) no se notan o se nota algo sin que se pueda especificar qué. Es por eso que una retocada puede responder a un ¿qué te hiciste? con la declaración de no haberse hecho nada, pero sí haber leído mucho a Osho, comido un limón cada mañana (según la cantidad ingente de propiedades que le adjudica las pastillas de Facebook, el limón podría hasta detener el calentamiento climático) o bebido con método la propia orina caliente.

No faltó en Facebook la imagen como contrafigura ejemplar de una Joni Mitchell, la histórica música canadiense, con su bello rostro ¿más natural? recorrido por finas y múltiples arrugas. Sin embargo, la de Joni Mitchell es también una performance facial sólo que, de acuerdo con su proyección ideológica, está hecha con el sol de Woodstock, la grasa subliminar de los antros de jazz y el pucho.

Lo interesante es que al menos tanto Uma como Renée no se ven más jóvenes. Al contrario. Lo que prima en las imágenes es la pérdida o difuminación de los rasgos identitarios de sus productos físicos públicos.

¿Por qué pedir que se mantenga la identidad de una ficción y cuando se rompe a través de una exageración correctiva ponemos el grito en el cielo sin reconocer que esa identidad era ya un popurrí de intervenciones?

¿Por qué el sistema de estrellas nos permite identificarnos a una a quien asociamos distintos avatares de la propia vida y entonces queremos que se vea como nosotros, paso a paso en su deterioro, pero con dignidad y discreción (en el fondo sabemos que algo se hace), es decir que se vea como resultado final símil “natural”, aunque no tan vieja como la pobre Goldie, hermana de Mirtha Legrand que mostraba cómo se vería ésta de no hacerse quirúrgicamente la Dorian Gray?

Lo que la pavada enseña

¿O será esta protesta masiva el acto fallido conservador, un síntoma de la incomodidad, aun la progresista, ante el reconocimiento a las políticas de transformación de género? ¿Un ruego emitido desde la profundidad del inconsciente y convenientemente deformado como para hacerse manifiesto: “Sí, a trans e intersex que deseen recurrir a la cirugía, pero al menos ustedes sigan siendo como son, a lo sumo retóquense un poquito pero sin abandonar la estructura Madonna o Lady Gaga. Que algo se conserve como está, es decir como Dios mandó”?

Sólo que entre gente radical (pronunciar con acento en la primera a) también se cuecen habas.

En una columna publicada en este diario, el activista trans intersex Mauro Cabral relataba con ironía la serie de interpelaciones radicals que tuvo que bancarse. Cuando tenía tetas, le preguntaban qué clase de varón trans era si las conservaba; cuando se las quitó le preguntaban qué clase de militante por la diversidad sexual y en contra del binarismo ordenador era, que se las había sacado: “En los últimos tiempos me ha tocado seguir el curso de razonamientos encontrados –personas que critican a quienes nos operamos porque cedimos a los imperativos normalizadores, pero que al mismo tiempo critican el resultado de las cirugías que supimos conseguir por no producir cuerpos lo suficientemente ‘normales’–, lo que en mi caso significa encarnar, al mismo tiempo, y en la misma superficie corporal cicatrizada, un entretejido vivo de subversiones y traiciones. De acuerdo con este cálculo, mis tetas eran subversivas; cuando me las saqué traicioné una o más causas, pero en la medida en la que ‘no quedaron bien’ todavía guardan un potencial subversivo. Me pregunto qué pasaría si un día de éstos decidiera, por ejemplo, ponerme tetas. La gente es muy, muy, muy extraña”.

Si Mauro se pusiera tetas, no faltaría uno de los fanáticos del “¿qué es más radical?” acusándolo de no haberse puesto sólo una, cediendo al reaccionario principio de simetría y obedeciendo al número de oro o divina proporción del arte clásico (como Orlan, esa artista viajera trans-aparencial mediante la cirugía estética, que siempre modificó cobardemente sus rasgos manteniendo el paralelo de los mismos, renunció a colocarse su anunciada nariz de Pinocho debido a que los cirujanos no le daban suficientes garantías sobre los efectos laterales).

El acceso a las tecnologías de género, al reconocimiento político y la igualdad jurídica, la autonomía en la vida republicana siempre han exigido por parte de no alineados genéricos relatos trágicos, de infancias injuriadas, abusos médicos, violencia policial, clandestinidad riesgosa. Una democracia sexual efectiva (un deseable motor utópico) sería aquella que reconociera derechos y sujet@s o derechos de sujet@s sin el pasado o presente ritual de sufrimiento. Y el caso Uma Thurman mostraría a través de una nimiedad la intolerancia a una transformación corporal sin experiencia doliente.

“En términos políticos me parece urgente e imprescindible trabajar intensamente en descolonizar el cuerpo –el propio, pero sobre todo, las proyecciones propias sobre el cuerpo ajeno– y liberar la carne –propia, pero sobre todo, la ajena– de la obligación de conformar tal o cual ilusión emancipadora”, escribe Mauro Cabral.

La distancia entre la experiencia de un cuerpo obediente a la divina proporción regulado por Hollywood y el de los no alineados víctimas del diagnóstico patologizador y/o coaccionados por los esquemitas puestos en las puertas de los baños, y/o subversivos del sexo-género en sus objetivos políticos, es tan abismal como las consecuencias de sus prácticas bajo la vara de la diversa policía anatómica, pero una (face) book pavada puede hacer pensar algunas cosas que no lo son.

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