› Por Adrián Paenza
El siguiente es un problema fascinante. Lo escribo de nuevo: fascinante. Necesito su complicidad y ya va a entender por qué le pido lo que le voy a pedir. En principio, como usted ve, hay muchas cartas en el texto. Por ahora, le pido que se concentre en las seis primeras, las que figuran en las dos filas.
Por ahora, olvídese de las otras. Más aún: si esto no fuera el texto para un libro o para un diario, yo no exhibiría esas cartas en este momento del problema, pero como no estoy ahí con usted, no me queda más remedio que apelar a su generosidad y verá que al final usted terminará haciendo lo mismo cuando proponga el problema a otras personas. Pero, me desvié de lo que quería hacer.
Una vez más, fíjese en las seis cartas que figuran acá abajo. Más abajo le digo qué instrucciones seguir.
Ahora que le dedicó un ratito a mirarlas, elija una cualquiera. No la diga, no la anote, no haga nada. Simplemente retenga en su memoria la carta que eligió. Cuando haya cumplido 20 segundos y ya tenga claro cuál es la que seleccionó, yo –desde acá– le voy a leer la mente y le voy a decir cuál carta eligió usted.
Más aún: voy a volver a mostrar las dos filas, pero ahora, ¡la carta que usted eligió no está más! Fíjese en las cinco cartas que quedaron:
¿No es extraordinario? Creo que tengo que darle un tiempo para que usted pueda reflexionar sobre lo que acaba de pasar. ¿Quiere intentarlo nuevamente ahora con otra carta? ¿O le fue suficiente para entender cómo hice?
Me gustaría no tener que escribir la solución por varias razones. Por supuesto, si usted descubrió cómo hice, entonces ¿para qué ser redundante? Usted ya entendió lo que pasó.
Por otro lado, si usted todavía no alcanzó a descubrir lo que pasa (como me pasó a mí durante muchísimas veces que miré y miré las primeras dos filas de cartas y fui cambiando la que seleccionaba una y otra vez), decía, si usted todavía no se tomó el tiempo suficiente, si yo le cuento acá el argumento que explica todo, ¡estoy arruinándole su capacidad de sorpresa!
En fin... no me queda más remedio, pero lo que voy a hacer es escribirlo “hacia atrás”, es decir, voy a escribir dos líneas en donde figura la razón por la que yo pude hacer lo que hice. De esta forma, si usted, inadvertidamente, lee las líneas que siguen, le llevará más tiempo decodificar el mensaje que le quiero mandar. Acá va.
“Sal ocnic satrac euq noradeuq nos sadot setnerefid ed sal selanigiro. Rop ose atlaf al euq detsu óigile. Ne dadilaer, natlaf sadot”
¿Cómo interpretar esto que nos pasa? ¿Por qué nos pasa? Aquí sí que me declaro incompetente. No sé. No entiendo yo tampoco. Ojalá que usted haya podido disfrutarlo tanto como yo, pero no estoy en condiciones de elaborar más que lo que escribí. No sé por qué nos pasa.
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