› Por Rodrigo Fresán
UNO Desde el pasado 22 de febrero, Rodríguez sigue con paranoide-conspirativo-ubikiano interés el misterio del extraño accidente del bicampeón mundial y triple subcampeón de Fórmula 1 Fernando Alonso cuando probaba auto en el circuito de Montmeló. El piloto se estrelló no demasiado velozmente contra un muro y nadie sabe muy bien por qué. ¿Recibió una descarga eléctrica? ¿Se desmayó antes o después de chocar? ¿Conmoción cerebral? ¿Exégesis epifánica vertiginosa? ¿O el misterio pasa por algo tan vulgar como el no admitir problemas técnicos en el MP 4-30 de McLaren? Nadie en su escudería parecía dispuesto a aclarar los tantos; y así enseguida comenzaron a circular vertiginosamente los rumores. Una cosa sí se supo: que, al recuperar el conocimiento, Alonso creía estar en 1995, tener quince años, y afirmó ilusionado: “Mi nombre es Fernando, corro en karts, y quiero llegar a ser piloto de Fórmula 1”. Rodríguez ignora si luego de semejante declaración Alonso lanzó un “¡Yupi!”. Pero Rodríguez leyó eso y lo primero en que pensó es que a él le pasa lo mismo, todas las mañanas, al abrir los ojos. Y sin necesidad de llevarse una pared por delante. Rodríguez quiere y necesita desesperadamente convencerse de que vuelve a ser un adolescente con toda la vida por delante y poder decir algo así como “Me llamo Rodríguez y dentro de unos años quiero ganarme en Premio Planeta con una primera novela sobre la Guerra Civil y...”. Lo segundo en lo que pensó Rodríguez –de tratarse tan solo de un pequeño y pasajero contratiempo– fue en qué gran suerte la de Alonso: recuperar la conciencia y confesar sus fantasías y luego, después, saber que ya se cumplieron; que la línea de partida era en realidad la de la meta. Y que ya llegaste primero. A Rodríguez –se supo que Alonso demoró cerca de una semana en recordar sus últimos veinte años de vida– el efecto le dura, apenas, el lapso que demora en salir de la cama y llegar al baño. Para cuando se mira al espejo, está claro que ya no tiene quince años. Y que, además, se acuerda absolutamente de todo, incluido aquello que preferiría olvidar para siempre.
DOS Pero no se puede; y sólo los privilegiados acceden a una posición ventajosa en la carrera de la vida y a un “sacudón sináptico” como el de Alonso. Irse y volver. Y descubrir y comprender y disfrutar del hecho de que son la misma cosa: que la vida es sueño pero, también, que los sueños se hacen realidad. En cualquier caso, Rodríguez tiene un par de amigas vinculadas con el ambiente editorial que no hace mucho pisaron mal o rodaron escaleras abajo. Y al recuperar el sentido no cantaban canciones de Mecano con voz finita o manifestaban la ilusión de descubrir al nuevo Stephen King, sino que seguían siendo perfectamente conscientes de que en España, se asegura, cierran 2,5 librerías al día (y tal vez por eso fue que se dejaron caer sus amigas, ¿no?).
Por encima de todo lo anterior, lo cierto es que del cósmico cerebro (que todo lo sabe) no se conoce mucho más allá de que sea el misterioso órgano que utilizamos para intentar comprender los misterios del universo. El cerebro humano es una nebulosa, un monolito, un gusano interdimensional, un espacio multitemporal. Pero fundamentalmente, pensar en que aquello con lo que se piensa distrae a la vez que concentra. Y ayuda a olvidar por un rato (lo último que intenta borrar de su memoria Rodríguez es un video de uno de los líderes/profesores retro-vintage-ideológicos de Podemos que, como si aquí no hubiese pasado nada según pasan los años, sataniza a los filmes de Walt Disney como formas subliminales de propaganda monárquica, islam-homofobia racista y penetración capitalista pro israelí o algo así) los rostros y las voces de los políticos españoles dando vueltas y chocando a lo largo y ancho de un circuito con demasiadas elecciones. No le es fácil convencerse a Rodríguez de que tiene dieciocho años y que va a votar por un Felipe González joven (al sabio y maduro mejor traspapelarlo) en los próximos comicios. De ahí que Rodríguez le dedique a lo que se va sabiendo sobre el cerebro buena parte de su carpeta científica de recortes periodísticos. Artículos donde, en unas pocas líneas, intentan explicarte en vano los agujeros negros de la antimateria gris.
TRES Entre las últimas cosas de las que se enteró Rodríguez está la de que el cerebro humano se va armando y desarmando con piezas sueltas que va descartando o conservando según sus necesidades evolutivas. Que el cerebro compra por impulso y –como aseguran los mellizos Fagliacce-Stein, jefes de Rodríguez en la agencia publicitaria Tangoz– es más sensible a las publicidades sensibleras y coca-coleras. Que la potencia de la memoria se intensifica ante la inminencia de la muerte (de ahí eso del clip de toda tu vida en un par de minutos); pero que, también, los recuerdos pueden ser manipulados por el propio cerebro que, incluso, no nos permite ver la realidad tal cual es. Que hay algo llamado hipermnesia o MSA (Memoria Superior Autobiográfica) que te concede el funesto don de recordarlo todo y que hay algo conocido como palinopsia, que permite seguir viendo una imagen que ya no está ahí desde hace horas. Que recordamos poco y nada de lo que nos sucedió antes de los tres años de edad porque entonces las células cerebrales están muy ocupadas por crecer. Que el tiempo –en contraposición a la lentitud del fluir de la infancia– pasa más rápido a medida que envejecemos; porque lo cierto es que ya no nos queda mucho que aprender y el cerebro no está dispuesto a grandes gastos de energía y concentraciones proustianas a no ser que seas Proust. Que a tu cerebro nada le preocupa menos que el dónde dejaste tus llaves y que, por eso, se olvida de ellas: por el solo placer de sentirte desesperado, abriendo cajones, metiendo manos en bolsillos, intentando reconstruir los pasos que diste no hace mucho, enredándote con tus propios recuerdos. Que está próxima a ubicarse –luego de emplazar la del deseo, la culpa, la fe, etc.– el área del cerebro destinada a asimilar las constantes novedades y encarnaciones y modos de empleo de productos marca Apple. Que falta cada vez menos para que se confirme que el cerebro de Philip K. Dick –que durante febrero/marzo de 1974 experimentó un anamnesis, o pérdida del olvido; y entonces supo que el mundo no existía tal como lo percibían los demás– tenía razón en todo.
CUATRO Días después de lo de Alonso, Harrison Ford estrelló de emergencia su avioncito. Dicen que salió entero pero desorientado; y que dijo algo así como “Mi nombre es Harrison y me pregunto por qué me habré comprometido a filmar una película que todavía no se estrenó y que transcurre hace mucho tiempo y en una galaxia muy muy lejana”. Nah. Es un chiste. Malo. De Rodríguez. La “gracia” pasa porque se refiere tanto a la Star Wars que pasó como a la que vendrá. Por suerte, si no hay tropiezos, dentro de un rato el cerebro de Rodríguez ya se lo habrá olvidado para ocuparse de cosas supuestamente más importantes.
Y el de ustedes también.
Cerebro que así sea.
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