› Por José Pablo Feinmann
Acaba de visitar el país Gianni Vattimo, pensador italiano, uno de los representantes más activos de las filosofías posmodernas que tuvieron lugar durante los años noventa, previendo la caída del Muro de Berlín o, de inmediato, sacando las consecuencias filosóficas de ese hecho, interpretado como símbolo de la derrota del comunismo y, en gran medida, del marxismo. No será ocioso repasar algunos aspectos de su pensamiento. Vattimo (Baudrillard lo hará después con mayor brillantez y profundidad) busca extraer conclusiones de la revolución comunicacional que se despliega contemporáneamente al surgimiento de las filosofías posmodernas. Todo viene a ser objeto de comunicación. “Tal situación hace imposible concebir la historia desde puntos de vista unitarios (Hermenéutica y racionalidad, Norma, Colombia, p. 14). Los medios tornan posible una comunicación en tiempo real de todo lo que acontece en el mundo. El aquelarre mediático es para Vattimo la posibilidad de la diferencia, de las multiplicidades, de la pluralidad democrática. Postula que en la sociedad posmoderna la emancipación nada tiene que ver con ese mundo denso, pesado, sustancial de Hegel y Marx, sino con la oscilación, la pluralidad y, en definitiva, la erosión del mismo ‘principio de realidad’” (Ibid., p. 15). El mundo de la comunicación permite el desarraigo de la dictadura de lo Uno y la liberación de las diferencias. A esto le debemos llamar, dice, el dialecto. Ya no hay una razón. Hay racionalidades locales, dialectos. “Minorías étnicas, sexuales, religiosas, culturales o estéticas, como los punk, por ejemplo” (Ibid, p. 17). Esto no es una manifestación irracional de la espontaneidad. Las diferencias se manifiestan, se emancipan de la dictadura de lo Uno. Se entregan a los dialectos. ¿Qué es un “dialecto”? Es el idioma en que habla cada pueblo. Son miles de idiomas distintos que expresan identidades distintas. Cada dialecto, una identidad. Los dialectos “toman la palabra”. No están más sometidos a una lengua universal. El lenguaje, todos los lenguajes, logran su libertad y se expresan. Se trata de un desarraigo de la razón omnímoda, dictatorial, antidemocrática. El “dialecto” es democrático. Expresa la pluralidad y todos los dialectos hablan entre sí conservando su diferencia. Cada “dialecto” sabe que es sólo un “dialecto” entre otros y no pretende establecer hegemonía alguna. Hay una oscilación constante entre “pertenencia” y “desasimiento”. Pertenezco al mundo de los “dialectos” pero soy también único, libre, desasido, diferenciado, Porque lo soy, desde ahí, desde mi individualidad, desde mi libertad plural, desde mi condición de ser uno más, un dialecto más, pero ser, a la vez, “yo”, es que puedo “pertenecer” a la comunidad de “dialectos”. Vattimo esgrime una formidable frase de Nietzsche: No hay hechos, hay interpretaciones. También la utiliza para disolver la sustancia en un vértigo de interpretaciones. Esta es su postura hermenéutica. Todo es interpretación, e interpretación de interpretaciones. Este criterio –al hacer de la hermenéutica un vértigo indetenible– erosiona también todo principio de realidad. Cada “dialecto” es una interpretación. Vattimo exhibe un pensamiento. No es original pero maneja bien sus fuentes. Estamos ante la crisis del humanismo. ¿Cómo colocar al hombre en la centralidad si no hay centralidad? El hombre se disemina en la visión interminable de los “dialectos”, cada uno de los cuales propone una versión diferenciada de la realidad. No hay “el hombre”, hay hombres plurales que hablan dialectos plurales. Por tanto no hay utopía. Hay heterotipía: multiplicidad, pluralidad de mundos diferenciados, contingencia de la historia y no decurso necesario, diversidad, multiplicidad de relatos. Los relatos son tantos que erosionan también el principio de realidad. ¿Qué es la realidad? La realidad no es. Si fuera sería algo. Si fuera algo establecería un punto de vista único. La realidad es diversidad de relatos que se relacionan desde la diferencia de cada uno de ellos. ¿A dónde nos lleva Vattimo?
En El pensamiento débil parte del ereignis heideggeriano: es aquello que pervierte los rasgos metafísicos del ser, haciendo explícita su constitutiva caducidad y mortalidad. Rechaza el “fundamento”. Ya lo sabemos: todo “fundamento” es metafísico pues hace de la verdad una centralidad única. No hay, en Vattimo, ni por asomo, un pensamiento de la verdad. La verdad es infinita y plural como lo es la hermenéutica, que no se detiene: ¿qué es lo que podría detener el vértigo de la interpretación, que, al serlo, erosiona, también, la realidad? No hay realidad, hay hermenéutica, interpretaciones sin fin. No hay así un “fundamento”, sino una des-fundamentación, un “hundimiento”. El término adecuado habla en italiano: sfondare. “Desfundamentar”, “hundirse”. Un sujeto desfondado, postula Vattimo, un sujeto imposible de “fundamentación”. Este pensamiento de la “desfundamentación” es el pensamiento débil, el pensiero devole. La lógica de la hermenéutica lo lleva a la retórica. ¿Qué queda del ser? “Lo verdadero no posee una naturaleza metafísica, sino retórica” (Gianni Vattimo, Pier Aldo Rovatti, El pensamiento débil, Cátedra, Madrid, 2006, pp. 34/35. En un siguiente trabajo al de Vattimo, Pier Aldo Rovatti abunda en estos temas). En la Introducción de El fin de la posmodernidad Vattimo se sincera: “Este libro se propone aclarar la relación que vincula los resultados de la reflexión de Heidegger y Nietzsche, por un lado, reflexión a la que constantemente se remite, con los discursos más recientes sobre la época moderna” (El fin de la modernidad, Gedisa, Barcelona, 2000, p. 9). En Más allá del sujeto desarrolla su tesis de la “Ontología del declinar”.
Vattimo es un honesto pensador. Pero sólo eso. No hay en él una sola idea original. (Afirmación muy concluyente: no se puede descartar que alguna haya.) Pero la teoría de la multiplicidad y de los dialectos estaba en Foucault y en la destruktion que Heidegger hace de la metafísica. Heidegger elimina la posibilidad de un relato. Instaura otro: la Historia del Ser, que nadie ha cuestionado o se atreve a cuestionar. Pero Heidegger es el primero en liquidar al sujeto cartesiano. Lo hace por medio de una relectura de Nietzsche, actitud heideggeriana que pone al loco de Turín en un primer plano. Todo el estructuralismo propone (sobre todo Foucault y Deleuze) la teoría del acontecimiento. Foucault elabora su ontología del presente, que es, desde luego, una negación radical de la ontología sustancial hegeliana que Marx incorpora en su visión de la historia. No necesitaba Vattimo demasiado esfuerzo para extraer de ahí su “adelgazamiento del sujeto”. En verdad, es más piadoso que Foucault con el sujeto: no lo mata, lo adelgaza. Tampoco requería un gran esfuerzo deducir el pensiero debole de la destrucción de la historia unitaria en Foucault. Y en cuanto a su Ontología débil es una relectura de la Ontología del presente foucaultiana. Foucault, que aborrecía ser incluido en esta corriente, inventó a los posmodernos. Acaso, insisto, lo que añadieron fue el elemento de los mass-media. Pero Vattimo lo hizo con una ingenuidad alarmante (o con un lúcido propósito: interpretar la siempre deseable transparencia de la democracia con la supuestamente creada por los medios): los media crean una sociedad transparente. Esto es un franco disparate. Los media crean una sociedad de la mentira. Esto supondría que hay una sociedad de la verdad. Y no es lo que creo. Pero sí creo que los media –mintiendo creativamente– crean una realidad que es cualquier cosa menos transparente. Los media crean la realidad de los grupos de poder que los poseen. Hay medias, fusiones de medias, compras de medias por el Poder, y hay MEDIAS del poder que manipulan la realidad de un modo irrefutable, invencible. Me refiero a los medias del gran Sujeto Comunicacional y sus socios “nacionales”. Por ejemplo: ¿de qué transparencia mediática se puede hablar en el caso Nisman o en la voladura de la redacción de Charlie Hebdo? (Nota: El gran Sujeto Comunicacional es El Big Brother Panóptico, como lo hemos definido en nuestro ensayo Filosofía política del poder mediático, del que Vattimo no habrá leído una mínima carilla. En tanto yo, pensador de la periferia, subalterno de las ideas, me conozco todas sus cambiantes posiciones, hasta la más reciente: ideólogo de lo nacional popular suramericano, pese a su pasado posmoderno. Así son las cosas. Uno tiene que leer a todo europeo. Ellos pueden ignorarnos sin molestarse. ¿O acaso los sujetos de la modernidad neocolonial, nosotros, piensan?
Voy a decirlo de una vez por todas: los intentos posmodernos han fracasado estrepitosamente. El sujeto cartesiano y el sujeto hegeliano están, hoy, más centrados que nunca. Nadie descentró al sujeto. Nadie lo adelgazó. Nadie lo deconstruyó. El sujeto absoluto es hoy el Sujeto del Poder Bélico Comunicacional. (Así: con mayúsculas fascistas, porque es de derecha y colonialista.) Este sujeto está globalizado y coloniza día tras día las subjetividades de los ciudadanos de este mundo. Su constitución ha sido reciente. Ni Sartre ni Foucault lo vieron. Y los posmodernos, que presenciaron su surgimiento y consolidación, lo interpretaron idílicamente, como el fruto maduro de una democracia comunicacional por cuyo medio se expresarían las distintas, mútiples voces de la libertad, sobre todo una vez caído el coloso comunista. ¿Error, ingenuidad o colaboracionismo? No son –arriesguemos– filósofos del “neoliberalismo”. Pero son –sin la menor duda– filósofos de la caída del comunismo, expresada en el colapso de la Unión Soviética. La distancia entre una cosa y la otra es demasiado estrecha.
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