› Por Osvaldo Bayer
Acabo de viajar a Roma. Allí fui a verlo a Fernando Birri para filmar un diálogo acerca del ser humano y la humanidad. Un tema que sigue preocupándonos. El, con sus 90 años, yo con 88. Buscar una explicación después de tanta experiencia.
Fernando Birri, santafesino como yo. Sí, los dos de esa ciudad. El cineasta por antonomasia dejó en su juventud Santa Fe para ir a estudiar cine en Roma. Yo dejé mi país para ir a estudiar Historia en la Alemania de la posguerra. Y nos volvimos a encontrar ahora, para hacer un resumen de nuestras vidas. ¿Qué aprendimos de esta humanidad?
Fernando Birri regresó a Santa Fe cuando terminó sus estudios de cine en Italia y fundó la escuela de cine. Todo un acontecimiento, toda una institución de búsquedas en el nuevo arte. Allí, en 1960, realizó su primer film: Tire dié. Un documental sobre los niños pobres santafesinos. Yo cuando era chico había sido testigo de esa pobreza. Ya vivía en Buenos Aires, pero iba a pasar las vacaciones a Santa Fe. Y cuando el tren cruzaba el puente sobre las aguas a la entrada de esa ciudad se producía el acontecimiento. Llegaban corriendo los niños de los alrededores, pobrísimos, e iban acompañando el tren que disminuía su marcha. Ellos iban saltando por los durmientes, gritándoles a los pasajeros que abrían las ventanillas para mirarlos, “tire dié” para que les arrojaran una monedita de diez centavos con las cuales podían comprarse un pancito en aquellos tiempos. Los pasajeros hacían puntería con las monedas de manera que pudieran ser alcanzadas por las manos de esos arriesgados pedigüeños de pantaloncitos parchados.
Como pasajero fui testigo de todo eso, muerto de miedo yo, pensando que esos niños podían tropezar con los durmientes y caer a las aguas profundas. Todo un espectáculo y Birri lo filmó para la eternidad de esos momentos argentinos.
Luego de ese primer paso, Birri se convertirá en un cineasta famoso. Están allí sus decenas de filmes como testimonio. Aquí el título de algunos de ellos: El Fausto criollo, La primera fundación de Buenos Aires, Los inundados, La Pampa gringa, Mi hijo el Che, Diario de Macondo, Un señor muy viejo con alas enormes, Che, ¿muerte de la utopía?, El siglo del viento, El alquimista democrático, entre otras. Es autor además de los manifiestos: “Por un cine nacional realista, crítico y popular”, “Por un cine cósmico, delirante y lumpen”, “Por un nuevo, nuevo, nuevo cine latinoamericano”, “Por un cine teleasta de Tres Mundos con el 2000: trabajadores de la luz”.
También están como testimonio de su talento literario sus libros de poesía: Horizonte de la mano, Inmóvil dure el alma y Condecoraciones del otoño.
Es dibujante, pintor y escultor. Lo atestiguan sus exposiciones. La última, por ejemplo, Metáforas de la luz, de pintura, poesía y cine. Fue en Roma y como lema tenía: “La materia de nuestro arte es la luz. Nuestro arte se construye con la luz solar, volténica y electrónica que sean. Somos trabajadores de la luz”.
Sobre trabajos políticos cuentan un gran número, como ejemplo nombramos el Remitente Nicaragua, que es un testimonio del proceso revolucionario después de tanto tiempo de dictadura política y de aislamiento cultural.
Nuestro diálogo se desliza sobre nuestras experiencias. Esa Santa Fe de nuestra infancia, esa Europa de posguerra, lugar de nuestros estudios y luego las experiencias de vida, las luchas sociales, los fracasos, y la unión del arte con la vida y sus experiencias.
En nuestro encuentro en Roma me di cuenta de que para él toda forma de arte es imagen y que la imagen es poesía. Aun en la imagen del horror existe poesía, porque está presente el dolor, y el dolor contiene un resto de poesía. Como esa que el gran poeta Rafael Alberti escribió sobre Fernando Birri, y aquí se transcribe ya que lo describe tal cual es:
Fernando Birri
Saliste de aquel río,
de sus largos e internos litorales.
En donde casi pierde las orillas.
gran Paraná argentino,
de ciudades y selvas,
insomnes yacarés, pájaros arcoiris,
troncos resbaladores por sus aguas,
hombres en soledad o fustigados.
Todo aquello por siempre permaneció en tus ojos
hasta el día en que luego, algo más tarde,
lo volcaste en la luz, en las movidas
susurrantes penumbras de las sales del mundo.
Hoy,
con tus llovidas barbas de monje tibetano.
Tu recogida trenza y altura conseguida,
puedes mirar, mirarte
y ver cómo te miran y sienten al unísono
en tus vivos espacios de imágenes tangibles.
Rafael Alberti, Madrid, 1983
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