CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
› Por Juan Sasturain
Desde el día que te oí
no pude apagar la radio.
Ni las voces del estadio
me emocionaron así.
Era una Gymnopedie
por un pianista noruego
y las notas, como el riego
del pasto, por aspersión,
punzaron mi corazón
y me abrasaron sin fuego.
Al nombrar eso que hacías
no explicabas lo que era:
Morceax en forma de pera.
Gnosciennes, Piezas frías...
Tu sutil melancolía
paseaba por el teclado:
un gato, de lado a lado,
entreveraba las notas,
juntando las piezas rotas
de un sueño ya desarmado.
En ese ambiente tan serio
de Ravel y Debussy
apostaste, Erik Satie,
por el humor y el misterio.
Un chiste en el cementerio,
un acorde cenestésico...
Tu repertorio analgésico
curaba la tontería:
llamaste, a tu biografía,
Las memorias de un amnésico.
Satie, viejo poligriyo
con ojitos de atorrante,
recortabas cada instante
como el ruidito del grillo.
Pero nunca fue sencillo
lo tuyo, denso y liviano:
hiciste música a mano,
como pintaba Toulouse.
Cuando me apaguen la luz,
esperame con el piano.
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