Sáb 03.10.2015

CONTRATAPA

Las críticas sexistas

› Por Sandra Russo

En su discurso en el Encuentro de Líderes Mundiales sobre Igualdad de Género realizado en Nueva York hace una semana, la presidenta argentina dijo que muchas veces las críticas que se les hacen a las mandatarias mujeres no son críticas políticas sino críticas sexistas. El debate pasó de largo en la agenda periodística, pero todos sabemos que en muchas oportunidades esas críticas sexistas provinieron y provienen de boca de mujeres. Lo sabemos porque esas críticas sexistas no sólo se leen o se escuchan o se ven por televisión, sino que se esparcen por un amplio sector de la sociedad al que la personalidad de CFK le da como una urticaria, y ellas mismas, con sus boquitas pintadas, expresan abiertamente que “no la aguantan más”.

Algo que también pasó de largo fue la oración que le seguía a la muy meneada sentencia de Mirtha Legrand, cuando calificó a la Presidenta como “dictadora”. Pasó de largo incluso en el editorial aparentemente reivindicativo de la señora de los almuerzos que publicó el diario La Nación este miércoles, en el que no sólo se refrendaba y celebraba la definición de Legrand, sino que se instaba a abonarla, a tomarla como ejemplo de la libertad de expresión que presuntamente está siendo retaceada en la Argentina, y a tal punto retaceada, que esta semana la compañera de fórmula de Macri, Gabriela Michetti, inauguró su campaña prometiéndole a la sociedad, precisamente, libertad de expresión. Es aburrido, recurrente, insoportable tener que estar argumentando una y otra vez que Legrand puede decir lo que se le antoje, como cualquiera, pero que como a cualquiera que hace uso de la palabra pública, se le puede contestar. “Pensar distinto” incluye pensar distinto a Legrand y a La Nación.

Digo que el editorial era “aparentemente” reivindicativo de Legrand, porque en realidad lo que defendía no era exactamente la figura de la conductora, sino el hecho de decirle “dictadora” a CFK. La nota no instaba a llevarle rosas rococó a la Señora, sino a repetir “vivimos en una dictadura”, en un juego retórico que pretende generar hechos políticos de un modo tan trillado y transitado en este país y en esta región que ya, otra vez, da pereza argumentar en contra. Los dueños del diario La Nación conocen igual que un pequeño sector de este país la contracara de una dictadura de verdad, porque son los que no sólo no fueron perseguidos, sino que fueron premiados con negocios que todavía se investigan por haber callado puntillosamente en los años en los que no hubo libertad de expresión, ni derechos políticos, ni Parlamento, ni soberanía popular, y porque no hubo nada de eso el terrorismo Estado asesinó a miles de personas.

Para volver sobre el sexismo en relación a la política, es una pena que la frase de Legrand haya quedado encubierta, porque en el breve desarrollo de su justificación para calificar a CFK como una “dictadora”, la conductora televisiva decía: “¿No viste cómo trata a los ministros? ¿Cómo manda a todo el mundo? Es mandona”. Lo cual da una idea un poco más abarcadora de un pensamiento, que no le pertenece a Legrand, que no lo ha inventado ella, sino que subyace como moho en las paredes del patriarcado: una mujer al mando, y no a través de la seducción de la rosa en la mejilla ni el mohín de bocucha frente al celular, que son dos polos de la seducción femenina común y corriente admitida, es revulsivo. Que una mujer ejerza de lleno el poder –en este caso devenido de una amplia mayoría electoral–, y que encima a ese ejercicio le añada el rol de conducción política es todavía tabú.

Aunque a Mirtha Legrand y a Hugo Moyano los separan culturas, procedencias, modos de pensar y unas cuantas cosas más, en este sentido confluyen. La chicana despectiva más recurrente en Moyano hacia el candidato del Frente para la Victoria es “pollerudo”. Esa es una crítica sexista por dos. Señala que una mujer no puede conducir a un hombre sin que ese hombre sea un poco menos hombre. Es una crítica que habla de los hombres y de las mujeres, del lugar de cada uno en relación al poder. Lo que se desprende de esa chicana es pura cultura sexista. Dice que el poder es masculino, y que el hombre debe conducir a la mujer.

Fue crítica sexista aquel “doble comando”, que la hacía a ella, cuando todavía vivía Néstor, una depositaria de paso nepotista de un poder inmerecido, porque por género se deducía que era improbable que “las ideas fueran de ella”. ¿Cómo iba a mandar ella? Mandaba él a través de ella. A ella, decía otra crítica sexista, no le había dado la cabeza ni para recibirse de abogada, y por eso falseaba el título. La Universidad de La Plata tuvo que desempolvar ese título para que la crítica se acallara, pero una vez por año hay alguien que vuelve a recurrir al argumento de que todo en ella es tan pero tan mentiroso, que ni abogada es.

Fue crítica sexista aquella tapa de revista que la mostraba caricaturizada en un goce, que no era sexual. El sexo es en los medios una mercancía más. Se lo usa constantemente para vender. El goce del que hablaba era, precisamente, el del poder. Otra vez el tabú. Un hombre que se muestre seguro de su poder y de su rango, como un chimpancé alfa, en nuestra cultura da seguridad, temple, ambición. Esos atributos son celebrados, cuando se trata de poder, en los varones. En las mujeres se los celebra solamente en el ámbito doméstico, cuando las reinas de la casa se comportan como es debido y se brindan a los suyos.

Parte de lo que resulta revulsivo para algunos de la personalidad de la Presidenta se puso de manifiesto el lunes, en su otro discurso, el de la Asamblea de Naciones Unidas. La frontalidad para decir lo que quería en el ámbito con mayor visibilidad posible, un ámbito caracterizado precisamente, como ella misma y otros presidentes lo dijeron, por la hipocresía. Que la diplomacia sea la manera civilizada, moderna y democrática de dirimir conflictos entre naciones, no implica en absoluto que deba ser practicada con cinismo, ni doble vara, ni mentiras. El pedido concreto al gobierno de Estados Unidos para que blanquee si el ex agente Jaime Stiuso reside hoy en Estados Unidos bajo algún tipo de protección gubernamental, o más precisamente bajo el amparo de los servicios de Inteligencia para los que se ha denunciado que él trabajaba, volvió a sonar a exceso. Es más bien a CFK a la que quieren ponerle mordaza. En un hombre hubiese sido valentía. En ella, otra vez aparece la figura de ese plus insoportable, descarado, insolente, que nuestra burguesía mediática se ocupa de señalar con saña. Les pareció casi “irrespetuoso” ir a decir semejante cosa “justo en Estados Unidos”.

Por supuesto que las críticas sexistas, que son analizables en éste y otros ámbitos y que llueven tropicales sobre nuestras personas femeninas, son aquí, en relación a CFK, un ariete, el más epidérmico y extendido, para generar alrededor de la Presidenta ese rechazo dirigido no a sacar del juego a una mujer cuyo estilo no les gusta, sino a una dirigente política que ha sido capaz de resistir decenas de embestidas de todo tipo, pero que antes de terminar su segundo mandato parece querer dejar en claro, con todas las herramientas posibles, la embestida más compleja y oscura, la que terminó con la vida del fiscal Nisman, de un modo que todavía no fue aclarado.

La madeja en la que Nisman ya se había enredado mucho antes de su muerte es compleja y de una densidad que no tienen otros entuertos domésticos. Hay otros jugadores, hay otros intereses, hay objetivos planificados en el exterior, donde estaban las cuentas bancarias. Uno tiene todo el derecho del mundo de sospechar que no era sólo Nisman el enredado en la tela de araña. Si no, no se explica ni que la jueza Arroyo Salgado retacee información a esa causa, ni que uno de los pontificadores de Nisman, el fiscal Marijuán, prefiera que Stiuso permanezca tirado al sol con la investigación de Inteligencia sobre el atentado a la AMIA desaparecida.

“Mejor que no lo encuentren, mejor para ella misma, porque ése sabe”, opinaba una panelista televisiva esta semana. Una vez más, una mujer subestimaba a otra mujer con ese irónico “mejor para ella que no lo encuentren, porque ése sabe”. Lo están buscando para que diga lo que sabe. Hay voluntad política para que ese hombre diga en sede judicial eso que sabe. En la ONU, la Presidenta volvió a enmarcar el tema AMIA dentro del proceso de Memoria, Verdad y Justicia con que se llevan adelante los juicios por delitos de lesa humanidad. Para los que sacaron rédito de esos delitos, es más fácil pontificar sobre las afirmaciones sexistas de Legrand, y apelar a estrategias discursivas ridículas, que admitir que hay cosas que todavía no se saben, y que hay muchos abocados a que no se sepa nunca.

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