Sáb 22.11.2003

CONTRATAPA

Dieciséis cucharadas de aceite y un huevo

› Por Osvaldo Bayer

Hay denominados seres humanos como Musa Azar, personaje tremebundo si los hay, bestial asesino con zoológico, y también hay otros como el subcomisario Patti, el representante típico de la galería argentina de asesinos, el que mataba de un tiro en la nuca a prisioneros atados en el suelo. Dos de la galería patriótica. Pero frente a ellos está Adelina, Adelina Monzón, una Madre de Plaza de Mayo, con dos hijos asesinados por los militares, una exponente silenciosa y humilde de lo que es la solidaridad humana. Nunca dejó de trabajar en busca de los desaparecidos, nunca dejó de concurrir a las cárceles para visitar a los presos políticos, nunca faltó a ninguna demostración de las que participaron las Madres. Adelina, delgada, silenciosa, a quien nunca se la vio llorar. Su hijo Luis Santiago Monzón tenía 23 años, trabajaba en un lavadero automático y lo raptaron fuerzas de la represión en Martínez, en mayo de 1977.
Otro hijo, el estudiante de medicina, Ismael Antonio Monzón, fue fusilado. En su libro Documentos, Daniel de Santis relata el si- guiente episodio: “Dicen sus familiares: pese a nuestros pedidos y gestiones, no se nos ha devuelto ningún cadáver. Los hemos reclamado por horas, días, noches en angustiosa espera. Cuando al día siguiente de los hechos algunos familiares reclamamos los cuerpos, fuimos violentamente expulsados, tiroteados y hasta siete de nosotros arrestados, por el delito de pedir lo que no es más que justicia o humanidad; además hemos sido fotografiados, sospechados cual criminales y maltratados. Casi ninguno de nosotros ha podido siquiera ver a sus muertos, reconocerlos, quienes han ingresado se han encontrado con un montón informe de cuerpos masacrados, mutilados, cortadas sus manos, pisados por la oruga de los carros de asalto, ya en estado de putrefacción. Había también muchas mujeres y niños del pueblo muertos a tiros”. Víctimas del Ejército Argentino de bandera azul y blanca con sol.
Adelina estuvo allí y en todos los lugares donde podría haber noticias de sus queridos hijos. Los dos hijos menores, ante el peligro, se fueron de la Argentina. Adelina se quedó y desde que aparecieron las primeras Madres de Plaza de Mayo tomó parte de sus marchas. Se la vio también en la manifestación contra la guerra de Irak frente a la embajada de Estados Unidos y se estaba preparando para la nueva Marcha de la Resistencia del próximo 10 de diciembre a la que ella le daba mucha importancia. Pero no pudo ser, Adelina murió casi repentinamente en estos días. Videla, todas los atardeceres, toma su whisky en el balcón de su casa mirando a la iglesia castrense y se persigna respetuosamente. Ma- ssera ya está haciendo ejercicios japoneses para recuperar su energía de toda la vida.
Adelina fue una amiga de los presos políticos. A todos los visitó. Empezando por los presos políticos de Alfonsín, aquellos presos condenados por la Justicia de la dictadura, a quien el radical ordenó que cumplieran la pena mientras a los asesinos feroces les dio la Obediencia Debida y el Punto Final. Los presos de Alfonsín, un episodio degradante después de 1983 que las clientelas prefieren olvidar. Adelina siempre les llevó a quienes estuvieron detrás de rejas una torta que, ella explicaba, la hacía “con un huevo y dieciséis cucharadas de aceite, ni una más ni una menos”. A la torta siempre la acompañaba con una docena de facturas. Los guardiacárceles de siempre muchas veces le despanzurraban la torta para ver si llevaba algo escondido. Siempre lo han repetido los cancerberos uniformados con los presos políticos. Es el oficio que han aprendido en sus chatas vidas.
Recuerdo que Adelina nos acompañó cuando los organismos de derechos humanos fuimos a pedirle al ministro del Interior, Federico Storani –en la presidencia de De la Rúa–, una rebaja de penas para los presos políticos de esa época. Storani y sus ad láteres pusieron inconvenientes,y yo los interrumpí diciéndole a Storani: “Pero, usted, fue uno de los que levantó la mano en diputados para votar Obediencia Debida y Punto Final”. Storani puso una cara muy sufrida y mirando el infinito me respondió: “Sí, pero esa vez casi se me va el alma”.
Parece que el alma da para todo después de darles vía libre a torturadores, asesinos, secuestradores de la más baja estofa. Todavía estamos esperando que Storani, su jefe Alfonsín y toda la radicalada hagan su autocrítica frente al Congreso de la Nación y ante el pueblo.
Al salir, recuerdo que Adelina me dijo con un gesto triste: “A estos políticos, el pueblo los va a echar a patadas”. Y no se equivocó, aunque la huida se haya hecho en helicóptero.
Sí, Adelina tuvo que llevar durante algún tiempo más sus tortas de un huevo y dieciséis cucharadas de aceite a sus queridos presos. Una presa política de la cárcel de Ezeiza, Ana María Sívori, cuenta de ese tiempo: “Adelina no dejó nunca de ir a las cárceles, siempre estuvo firme, hasta cuando ya salíamos en transitoria; iba de visita los martes y después los viernes. Firme, atravesando esos doscientos metros de la entrada de la maldita cárcel, incluso con frío, con lluvia y sorteando pozos de agua. Siempre con su torta. Y después partía hacia las otras cárceles”.
Para ella era la mejor manera de recordar a sus dos hijos, muertos tan jóvenes. Y de las cárceles iba a las fábricas tomadas por los obreros. Visitó los supermercados La Toma, en Rosario; Grisinópolis en esta ciudad y a la heroica Brukman. Viajó a Neuquén para apoyar a los trabajadores de Zanon, pero ya allí cayó enferma y fue traída por las Madres en avión. Fue una verdadera pena porque habíamos hablado antes del problema de las veinte familias del paraje Mallín Ahogado, en El Bolsón, Río Negro. Hacía trece meses esas familias habían ocupado una tierra fiscal no usada y luego de trabajar la tierra y hacer construcciones, ahora el gobierno provincial trata de desalojarlas mientras permite que otras tierras fiscales sean ocupadas por clubes de rugby o asociaciones de golf. El grupo de familias en el que hay once niños, dos mujeres embarazadas, ancianos y habitantes de pueblos originarios lleva el nombre de Tierra y Dignidad. Se quiere expulsar ahora a estos trabajadores de la tierra pese a que la Ley Nº 279 de Tierras de Río Negro establece que “la tierra es un instrumento de producción, considerada en función social” y como si fuera poco, agrega: “Que la tierra sea propiedad del hombre que la trabaja, siendo asimismo base de su estabilidad económica, fundamento de su progresivo bienestar y garantía de libertad y dignidad”.
Libertad y dignidad. Así se comportan esos trabajadores de la tierra de Mallín Ahogado.
Adelina se ofreció a ir hasta esa lejana Patagonia para apoyar a los luchadores de la semilla y me dijo que llevaría una bandera de la Guerra Civil Española contra el triste dictador Franco, bandera que llevaba escrita las palabras “Tierra y Libertad”.
La tierra que el general Roca robó a los mapuches, tehuelches, pehuenches y ranqueles para dársela a sus paniaguados –él mismo se quedó con veinte leguas cuadradas y se convirtió en un estanciero acaudalado–, debe volver a quienes la trabajan y alimentan a sus familias. Pero no, las autoridades rionegrinas pareciera que se dejan ordenar por aquellos que señalan que la tierra tiene que pertenecer a “los que tienen plata”. Como lo dijo aquel famoso, por su estrechez mental, ministro de Economía Rodrigo, quien luego de dar a conocer sus medidas dijo jactanciosamente: “Ahora van a poder viajar solamente los que tienen plata”.
La tierra tiene que tener un valor solidario con los que la trabajan.
Así lo entendía Adelina y por eso horneaba su torta de dieciséis cucharadas de aceite y un huevo para los luchadores. Pero se nos fue. Nos besamos las palmas de la mano y le enviamos el beso con un soplo denuestros pulmones, para que le llegue más rápido. Adelina, el alma bella que queda prendida en la palabra solidaridad.

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