Dom 23.11.2003

CONTRATAPA

Bondades

› Por Juan Gelman

Es evidente en Irak el cambio de estrategia de la Casa Blanca: de la pacificación ha pasado a la guerra. En los primeros dos tercios de este noviembre la resistencia iraquí ha infligido más de 70 bajas a las tropas ocupantes, una cifra pareja a la de los caídos en el mes de abril, el más mortífero para los invasores. “Sentimos que el enemigo ha comenzado a actuar con un poco más de impunidad de la que queremos que tenga”, manifestó el general de brigada Martin Dempsey, comandante de la 1ª división blindada (AP, 19-11-03). Agregó: “Aumentamos un poco las apuestas para plantar las semillas de la duda en sus mentes”. Ya no se trata, entonces, de ganar “las mentes y los corazones” de los ocupados: hay que infundirles temor.
El aumento de “las apuestas” consiste en varios operativos de espesor en el centro y norte del país con blindados, artillería pesada, helicópteros y cazabombarderos F-15 y F-16 que han arrojado bombas de hasta una tonelada –la más poderosa del arsenal aéreo yanqui– sobre “objetivos terroristas” y “guaridas de insurgentes”. De paso: uno de esos operativos fue bautizado “Martillo de hierro”, el mismo nombre de una operación abortada de la Luftwaffe que se proponía destruir las plantas de energía soviéticas de Moscú y Gorki en 1943. Un funcionario del Pentágono dijo desconocer esa coincidencia (Reuters, 18-11-03). Es posible. De todos modos, la similitud con los métodos nazis pasa también por otro lugar.
Los terroristas se inmolan y los guerrilleros iraquíes atacan y desaparecen. Quedan a mano los civiles. Awja, en las afueras de Tikrit –ciudad natal del autócrata Saddam Hussein–, es una población que los ocupantes encerraron con sacos de arena, barricadas de concreto, un nido de ametralladoras y alambradas de púas. Sólo pueden salir y entrar los que poseen una identificación emitida por los ocupantes (The Independent, 18-11-03). No es el único parecido con lo que padecen los palestinos en la Franja de Gaza y la Ribera Occidental. El sábado 15-11 y domingo 16-11 efectivos estadounidenses destruyeron con helicópteros y tanques 15 casas de “familiares de sospechosos de ser guerrilleros” en Tikrit y pueblos aledaños. Hasta Hamed Hmode, miembro del consejo de gobierno local, designado a dedo por los ocupantes, condenó las demoliciones: “¿Cómo puede ser tan ligero un gran Estado como EE.UU.? Nos preguntamos por qué ha descendido a ese nivel. Es invierno y están dejando en las calles a mujeres y niños inocentes”. Pero el vocero de la 4ª división de infantería estadounidense, mayor Gordon Tate, explicó que son acciones contempladas por “las normas de la guerra” y subrayó: “Estamos enviando un mensaje, les estamos mostrando que estamos aquí” (The Washington Post, 19-11-03).
Que están ahí bien lo saben los civiles iraquíes allanados y detenidos arbitrariamente o al azar. O algo peor: en Bagdad una patrulla norteamericana abrió fuego contra los clientes que en un mercado de armas estaban probando pistolas; hubo tres muertos, entre ellos un niño de 11 años (Los Angeles Times, 18-11-03). El lunes 17 corrieron la misma suerte seis habitantes de Ti-
krit sospechados de insurgentes. “Tienen que saber (los iraquíes) que, si ayudan y dan apoyo material y santuarios al enemigo, serán tratados de la misma manera que los elementos subversivos”, aclaró el mayor Douglas Vincent, también de la 4ª división de infantería. “No dejaremos que los rebeldes bailen en nuestro territorio”, se explayó el teniente coronel Steve Russell, comandante del batallón 1-22 de dicha división (nótese el posesivo en primera persona del plural). Phillip Mitchell, experto del Instituto de Estudios Estratégicos de Londres, estima que “esta clase de acciones en realidad producirán odio” y empujarán a la población “a aliarse con la insurgencia” (Reuters, 18-11-03). La inteligencia yanqui sobre la resistencia iraquí es casi inexistente y no son muchos los que aguantan que la sospecha mate.
Bush hijo busca ahora acelerar el traspaso del gobierno a manos iraquíes y, aunque escasean los aliados dispuestos a enviar tropas, habla incluso de reducir los efectivos estadounidenses en Irak. Pero sería erróneo suponer que está pensando en retirarse. Es un cambio de estrategia del Pentágono: tal vez menos hombres, pero más apoyo aéreo y más bombardeos y más poder de fuego en esta nueva fase de la guerra. Aumentarán los llamados “daños colaterales”, pero eso no preocupa a los mandos ocupantes, que ni siquiera se molestan en registrar el número de civiles iraquíes muertos durante y después de la invasión. El general Vincent Brooks, del Comando Central estadounidenses ya había dado nitidez al tema en el mes de abril, apenas comenzada la invasión: “En todos los casos, causamos una destrucción considerable a cualquier fuerza con la que entramos en contacto. No vale la pena medir (esa destrucción) en cifras. Francamente, no estamos allí para contar cadáveres”.
Por esos días, el presidente Bush declaraba enfático: “Los ciudadanos de Irak están conociendo la clase de personas que hemos enviado a liberarlos. Las fuerzas estadounidenses y nuestros aliados tratan a los civiles inocentes con bondad”. Se ve, se ve.

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