› Por Vicente Battista
“El diente roto”, se llama el cuento y apareció por primera vez en 1890. Su autor es Pedro Emilio Coll, un escritor venezolano que en apenas dos páginas narra la historia de Juan Peña, un chico de doce años al que le rompen un diente “en forma de sierra” durante una pelea callejera. A partir de ese suceso, Juan Peña deja de ser un jovencito irrespetuoso y bochinchero para pasar “horas enteras en actitud hierática, como en éxtasis; mientras, allá adentro, en la oscuridad de la boca cerrada, la lengua acariciaba el diente roto sin pensar”. El médico que lo atiende diagnostica que “sufre de lo que hoy llamamos el mal de pensar”, y señala que “es un filósofo precoz, un genio tal vez”, de ese modo “pronto en el pueblo todo se citó el caso admirable del ‘niño prodigio’, y su fama se aumentó como una bomba de papel hinchada de humo”. Esa indudable idiotez, disfrazada de sabiduría, hace que Juan Peña ocupe altos cargos políticos y “estaba a punto de ser coronado Presidente de la República, cuando la apoplejía lo sorprendió acariciándose su diente roto con la punta de la lengua”.
Ochenta años más tarde, Jerzy Kosinski, un autor polaco radicado en los Estados Unidos de América, publicó Being There, una novela que en su traducción española se llamó Bienvenido Mr. Chance y en su versión cinematográfica Desde el jardín. Kosinski fue repetidas veces tildado de plagiario: Being There, decían, era una copia de Kariera Nikodema Dyzmy, una novela del autor polaco Tadeusz Dolega-Mostowicz, publicada en 1932. También, claro está, se lo acusó de plagiar el cuento de Pedro Emilio Coll. Efectivamente, Mr. Chance padece el mismo grado de idiotez que Juan Peña, pero en lugar de acariciarse el diente roto con la punta de la lengua, se interesa exclusivamente por dos cosas: mirar televisión y cuidar su jardín. Como no existe ninguna apoplejía que se lo disuada, con el beneplácito y la ayuda de los grandes medios de comunicación, Mr. Chance tiene enormes posibilidades de llegar a ser el próximo presidente de los Estados Unidos de América.
Juan Peña y Mr. Chance son dos idiotas con posibilidades ciertas de gobernar un país. Este disparate se da en el exclusivo espacio de la ficción, donde es posible que un oscuro empleado administrativo amanezca transformado en un insecto o que algunos terráqueos encuentren a sus muertos por las calles de Marte. En base a este presupuesto, y sin abandonar el campo de la política, imagino a un nuevo personaje literario. Se trata de un hombre que ha superado los cincuenta años, que luego de haber sido presidente de varias empresas, de un club de fútbol y alcalde de la ciudad aspira a entrar en las ligas mayores. No cuenta con un currículo abultado: apenas un título universitario, adquirido en una facultad privada. Se jacta de tener buena memoria: es capaz de repetir, palabra por palabra, lo que sus asesores le dicen que diga, aunque para decirlo recurra a cierto tono de voz engolado, fruto de su deambular por costosos, exclusivos y excluyentes colegios privados. Ahí aprendió que por encima de cualquier ley, sea humana o divina, rige la ley del mercado, un mandato que cumple con fidelidad y devoción. Repudia a los gobiernos populares y todo lo que esos gobiernos realicen en favor de los desposeídos, desde la creación de nuevas universidades (“qué se gana abriendo nuevas universidades”, dice sin vacilar) hasta la defensa de los derechos humanos (“son un curro”, afirma sin titubear). Viste de modo informal, pero ni así logra esconder su condición de troglodita. Es un genuino hombre de derecha y fiel a su ideario se postula como presidente de la república. Nada de esto debería sorprender porque el país de esta ficción es democrático y en democracia, igual que en la literatura, todo es posible.
Y como todo es posible, imagino a otro personaje que también se postula como jefe de gobierno. Se trata de un hombre que tiene la misma edad, los mismos gestos, la misma voz engolada y usa la misma ropa del primer personaje imaginado, son como dos gotas de agua, pero como en literatura es esencial crear un conflicto, decido que el nuevo personaje postule y prometa lo contrario de lo que postulara y prometiera su gemelo. Asegura que mantendrá bajo la égida estatal todas las empresas que su gemelo pensaba privatizar; contrariamente a lo que éste propusiera, ni la jubilación ni los partidos de fútbol volverán a manos privadas, afirma que mantendrá todas las conquistas sociales logradas, algo de lo que su gemelo evita hablar, disimulado en globos de colores y sonrisas complacientes. Mi nuevo personaje va más lejos: como alcalde de la ciudad inaugura, con discurso emotivo y voz engolada, el monumento a un líder de masas que su gemelo, también alcalde de la ciudad, no se cansa de repeler, ¿No son dos personajes sino uno que los contiene a los dos? Efectivamente, se trata del mismo sujeto: una suerte de Doctor Jekyll y Mister Hyde de este tiempo. La novela de Stevenson tiene un final trágico, confiemos en que ese final no se repita en esta nueva versión; aunque ahora que lo pienso, no hay nada que temer, lo hasta aquí imaginado acontece en el puro espacio de la ficción, en la vida real, en esta vida que transita por las calles de nuestro país, es imposible que sucedan disparates de este calibre.
* Escritor. Autor de numerosas obras de ensayo y ficción. Entre las últimas publicadas están Gutiérrez a secas, Cuaderno del ausente y Ojos que no ven.
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