› Por Mario Goloboff *
Una parte de la sociedad la desoyó espontáneamente; a otra parte, filósofos antiguos fueron convenciéndola de que era mala y no quería el bien de los suyos; una porción, quizá, fue indiferente a sus palabras y sus actos; otra, enorme a la luz de lo que se vivió como final y de lo que aún sigue pensándose de ella, la escuchó, la atendió, la siguió. Es probable que, como sucede muchas veces, su figura continúe creciendo con el tiempo.
Se sabe que cuando un dios atribuía a alguien un favor o un disfavor, ni él mismo o ningún otro dios, cualquiera fuese en jerarquía o en poder, podía después contradecirlo, eliminar la atribución, lo que antes se había producido. Sólo, sí, otorgar, si lo quería y se lo proponía, un favor o disfavor suplementario, llamado a modificar, en cierto sentido relativo, el anterior. Es lo que pasó, entre muchos otros ejemplos, con Casandra, la hija de Hécuba y de Príamo, reyes de Troya. Siendo sacerdotisa de Apolo, pactó con él, a cambio de un encuentro amoroso, el otorgamiento del don de profecía. Sin embargo, cuando accedió a los secretos de la adivinación, Casandra rechazó el amor del dios; éste, sintiéndose traicionado, al darle el único beso que logró arrancarle, la maldijo escupiéndole en la boca: seguiría poseyendo su don, pues ninguno podía quitárselo, pero nadie creería jamás sus profecías; la privó del don de persuasión, de convicción. Así, tiempo después, ante su anuncio repetido de la inminente caída de Troya, no hubo troyano que diera crédito a sus vaticinios. Ella, junto a Laocoonte, fueron los únicos que predijeron el engaño mediante el célebre caballo, la derrota, la muerte de Agamenón y su propia desgracia, pero fue incapaz de evitar estas tragedias porque no se le creyó, tal era su castigo. Publio Virgilio, entre los más fieles lectores de los griegos, lo comenta así: “Cuatro veces se paró la enemiga máquina en el mismo umbral de la puerta, y cuatro veces se oyó resonar en su vientre un crujido de armas. Avanzamos, no obstante, desatentados y ciegos en nuestro delirio, y colocamos el fatal monstruo en el sagrado alcázar. Entonces también abrió la boca para revelarnos nuestros futuros destinos Casandra, jamás creída de los Troyanos por voluntad de Apolo; y nosotros, infelices, para quienes era aquél el último día, íbamos por la ciudad, ornando con festivas enramadas los templos de los dioses” (Eneida, Libro II). Por su parte, Apolodoro (Epítome, 16-17), Ioannes Tzetzes (Escolios sobre Licofrón), Higinio (Fábulas) cuentan también la historia: “Al amanecer los exploradores troyanos informaron que el campamento griego estaba reducido a cenizas y que su ejército se había ido dejando un caballo gigantesco en la costa. Príamo y varios de sus hijos salieron para verlo y se quedaron contemplándolo con asombro. El caballo resultó demasiado ancho para que pudiera pasar por las puertas. Incluso cuando ensancharon la brecha en la muralla se atrancó cuatro veces. Con enormes esfuerzos los troyanos lo subieron a la ciudadela, pero al menos tomaron la precaución de volver a cerrar la brecha en la muralla. Siguió otra agitada discusión cuando Casandra anunció que el caballo contenía hombres armados, y le apoyó el adivino Laocoonte /.../ Gritó: ¡Necios, no confiéis en los griegos ni siquiera cuando os traen regalos! Y dicho eso arrojó su lanza, que se clavó vibrando en el ijar del caballo e hizo que dentro de él se entrechocaran las armas. Se oyeron gritos de: ¡Quemémoslo! ¡Arrojémoslo por la muralla! Pero los partidarios de Príamo suplicaron: Dejadlo donde está”. En algunas versiones se afirma que la gente creía que ella deliraba; en otras, que su familia la trataba como insana o que la encerraba en la casa o la encarcelaba, lo que la hizo enloquecer. En otras versiones, simplemente parece incomprendida.
Terminada la guerra, durante el saqueo de la ciudad, Ayax, hijo de Oileo, encuentra a Casandra refugiada bajo un altar dedicado a la diosa Atenea. Aunque la princesa se agarra a la sagrada estatua, Ayax desoye sus ruegos, y la arrastra junto con aquélla. Según algunas fuentes, la viola en ese preciso lugar; para otras fuentes, el sacrilegio cometido por Ayax habría consistido en no respetar la sagrada estatua de la diosa. Este hecho condena al guerrero, pues Poseidón, solicitado por la ofendida Atenea, provoca una tormenta en las cercanías del promontorio de las rocas Giras, hundiendo el barco en que navega Ayax, quien muere ahogado, o clavado a las rocas por el tridente de Poseidón según otra variante de la leyenda. Hay versiones alternativas de la historia en las que Casandra, siendo niña, pasa la noche en el templo de Apolo con su hermano gemelo Héleno, y las serpientes limpian y absorben en sus orejas (“Los gemelos estaban dormidos y dos serpientes les pasaban la lengua por los órganos de los sentidos para purificarlos...”), por lo que ambos serían capaces a partir de entonces de oír el futuro. Otras versiones sugieren que Casandra adquiere la habilidad de entender el idioma de los animales, en lugar de la de conocer el futuro.
Casandra parece ser un arquetipo del líder desoído. Y siempre que eso ha pasado, los pueblos han perdido importantes atributos. El mensaje de la leyenda podría residir o ir dirigido, más que al emisor, a los receptores de las palabras del héroe mítico. En ciertos momentos de su historia, los pueblos no quieren oír voces de alerta que los apelan, no quieren escuchar advertencias, aunque sean verdaderas y sinceras, de fenómenos negativos, grandes males y hasta catástrofes a que un determinado comportamiento o elección pueden llevar, y prefieren recostarse en palabras dulces al oído que prometen paz y felicidad, aunque parezcan, o se verifiquen, falsas. En cuanto a ella, dice Emil Cioran en sus Pensamientos estrangulados: “Bien mirado, es más agradable verse sorprendido por los acontecimientos que haberlos previsto. Cuando uno agota sus fuerzas en la visión de la desdicha ¿cómo afrontar la desdicha misma? Casandra se atormenta doblemente: antes y durante el desastre, mientras que al optimista se le ahorran los tormentos de la presciencia”.
A su modo, Walter Benjamin implica e interpreta al personaje viendo en el Angelus Novus, de Paul Klee (1920) (relato que éste extrae del Talmud) a aquél que, a pesar de que contempla los deshechos de la historia, no puede detener su vuelo hacia el porvenir. “Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desencajados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su cara está vuelta hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que acumula sin cesar ruina sobre ruina y se las arroja a sus pies. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo despedazado. Pero una tormenta desciende del Paraíso y se arremolina en sus alas y es tan fuerte que el ángel no puede plegarlas. Esta tempestad lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas sube ante él hacia el cielo. Tal tempestad es lo que llamamos progreso” (Tesis de Filosofía de la Historia, IX. Traducción de H. A. Murena). Humildemente (se trata nada menos que de Walter Benjamin), me permito moderar su mesianismo: no pienso que siempre lo que está en el futuro, por esa sola razón, deba llamarse “progreso”.
* Escritor, docente universitario.
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