Sáb 23.01.2016

CONTRATAPA

El orgullo de Milagro

› Por Sandra Russo

En la semana se viralizó una presunta nota que salió en TN, aunque no conozco a nadie que la haya visto en la pantalla. Apareció en las redes sociales decenas de veces, pero lo que aparecía era la transcripción de un diálogo entre una ignota notera de TN y una mujer de la Tupac Amaru que estaba haciendo el acampe en la plaza Belgrano de San Salvador. La notera preguntaba: “¿Por qué está usted aquí, acampando hace más de un mes?”, y la mujer contestaba: “Estoy aquí con la Milagro porque no quiero que mi hija termine siendo sirvienta suya, señorita”.

En rigor, es raro que si esa nota existió nadie la haya capturado. Quizá la nota haya existido, quizá se trate de una captura de otro tipo de realidad, que es la que subyace a la detención del chivo expiatorio y ejemplar elegido por el gobierno de Mauricio Macri, y que tiene como su brazo ejecutor al gobernador Morales. Si llegó a circular el rumor de que esta revancha de Morales contra quien le desarticuló su sistema punteril no era bien vista desde Buenos Aires, la respuesta de Macri a la pregunta de Alejandro Bercovich en Davos despejó toda duda: Macri identifica la riqueza con la bondad, y la pobreza con la maldad. Repreguntó qué hizo de malo Leopoldo López para que lo comparen con Milagro Sala. Lo de “hacer algo malo” es el nivel de especificación política al que nos quieren hacer descender, habituados y demandantes como estamos y somos después de años de políticas explicadas detalladamente –sí, en la cadena nacional–, para que el pueblo comprendiera, aunque no se tratara casi nunca de decretos, la necesidad y la urgencia de cada medida. “Hacer algo malo” es de la primaria, y tratándose del actual Presidente, deriva de ese lugar en el que él mismo se ubica, tan por encima todo. Desde ese lugar, no obstante, Macri da la sensación de ser, en efecto, alguien que no tiene incorporada en su profundidad subjetiva eso que hace que otros se hagan cargo de lo que depende de ellos. No siente responsabilidad por el dolor que provocan sus medidas. El viejísimo cuento del coraje que hay que tener para ser impopular. Mentira. El coraje se necesita para lo contrario. Volviendo a la escena de Jujuy, si la nota existió fue buenísima, y si no existió, es muy verosímil. Es el estilo de respuesta de la Tupac. Recuerdo una escena que me contaron ellos, que ocurrió hace varios años, cuando un primer grupo de cooperativistas llegó a Buenos Aires para hacer unos trámites. Iba ese grupo subiendo hasta un piso muy alto en un ascensor. Para casi todos, ésa era la primera vez en sus vidas que se subían a un ascensor. Venían de los cerros, de los suburbios de San Salvador. El ascensor lo manejaba un ascensorista. El ascensorista, según me contaron, los miraba mal. De pronto les miró las caras tensas y oscuras y se dio cuenta de que estaban nerviosos. “¿Allá de donde vienen no hay ascensores?”, les preguntó, con un tono sobrador. Uno de los que estaban nerviosos reaccionó inmediatamente: “Sí que hay. Lo que no hay son boludos adentro que se pasen el día tocando botones”.

Es una impronta, y quizá se la haya dado Milagro. Ella es altiva. Es orgullosa. El orgullo no fue dado, fue adquirido, trabajado. No hubo transición gradual entre la humillación y el orgullo. No sé si eso era posible. Los cooperativistas de la Tupac, los que hoy están en el acampe porque quieren garantizar sus puestos de trabajo, y quieren, además, ser representados por quien ellos eligieron, sienten orgullo por lo que hicieron con sus vidas. Saben perfectamente que con organización, seguirán siendo clase trabajadora con vida digna, y sin organización volverán a rodar por la incertidumbre de si se come o no se come cada noche. Nos ha tocado en el gobierno gente sin un solo dedo en la frente, porque solamente con dos, nadie puede reprocharle a otro ser humano reclamar por su dignidad como persona.

Ese orgullo que Milagro impregnó en la Tupac, en efecto, proviene de la reversión de ciclos de humillación ancestrales. En sus escuelas, aprenden niños, jóvenes y adultos que no son menos que otros por tener la piel oscura o los ojos achinados. De la humillación salen dos vías: el resentimiento o el orgullo. El resentimiento es para los que se quedan quietos y hundidos en sus complejos de inferioridad. El orgullo es para los que decidieron moverse juntos y lograr conquistas.

Por otro lado, no puede dejar de señalarse que la primera presa política de la democracia se dice, así, en femenino. Es una mujer, y portadora de una feminidad revulsiva para buena parte de la sociedad jujeña y nacional. Durante los últimos ocho años batallaron con discordia contra otro tipo de feminidad que les resultaba insoportable. La de Cristina. Cada una en su ámbito, a las dos se las ha acusado de “mandonas” (Mirtha Legrand y Hugo Moyano dixit). Por el lado de la ex presidenta, ahora están a la luz los poderes que enfrentó, la trama de pillaje contra la que se constituyó en un dique. Por el lado de Milagro, se recorta en los grandes medios y en las descripciones oficialistas (“¿Qué hizo de malo Leopoldo López para que lo compares con Milagro Sala?”) un desprecio de género, como si se le reclamara que no fuera la mujer que es, forjada bajo la intemperie donde no siempre se sobrevive a la noche.

Las piletas, las decenas de piletas desparramadas en Jujuy provienen de la experiencia de humillación que pasó Milagro, extendida a la que padecieron durante décadas los sectores populares jujeños. Cuando ella era niña, y su mamá adoptiva la mandaba con sus hermanos blancos a la única pileta pública que había en San Salvador, no la dejaban entrar. Pasaban sus hermanos, ella no. Sus hermanos se solidarizaban con ella, y todos volvían a la casa sin bañarse. El guardia de la pileta le decía que no porque era india y los indios tenían piojos.

Más aún que las viviendas, son los parques acuáticos de la Tupac los que reflejan ese movimiento de la humillación al orgullo que la tuvo a Milagro por batuta. La tierra, el techo y el trabajo lo han tenido. Y con el abaratamiento de la construcción, porque son ellos mismos los que hacen los ladrillos, los que hacen las aberturas metálicas, los que hacen los muebles y la ropa blanca, hicieron las piletas. Las piletas son el orgullo del barrio, no sólo por su tamaño monumental, por su ornamentación y su entorno –que son los cerros de colores y la réplica a escala del templo del Tiahuanaco–, sino sobre todo por su significado. Lo que dicen a través de sus piletas es que sus niños no sólo tienen lo necesario, sino que sus niños no son menos que nadie.

Ahora el gobernador Morales ordenó cerrar los grifos para que nadie se bañe. Quiere volver a humillarlos, porque si quisiera gobernar, debería sentarse a hablar, no es tan difícil de entender que un gobernador cualquiera que debe convivir con una gran organización opositora debe encontrar puntos de acuerdo y formas de convivencia civilizada. Morales no quiere gobernar, sino humillar, y tan groseramente, que desde que se propuso aplastar a Milagro la ha convertido en algo más que la líder de la Tupac Amaru. Milagro ya es un símbolo de la lucha social dentro y fuera de la Argentina.

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