CONTRATAPA
Quién se opone a la paz
Por M. A. Bastenier *
La semana pasada se presentó en Ginebra un plan de paz para Oriente Próximo que la humanidad entera califica ya de básicamente equilibrado y no un diktat de los vencedores; que es del todo coherente con la Hoja de Ruta que promueven Estados Unidos y Europa y al que la Autoridad Palestina de Yasser Arafat da la bienvenida, si bien que con limitado entusiasmo. ¿Qué problema puede haber entonces para la aplicación de semejante bicoca?
El plan es sólo obra de actores privados, aunque de gran notabilidad en ambos bandos –el ex ministro israelí Yossi Beilin junto al colaborador de Arafat Yasir Abed Rabbo– y ha sido airadamente rechazado por el gobierno de Ariel Sharon. Lo aprobado en Ginebra no tiene, por ello, ninguna posibilidad de llevarse a efecto, máxime cuando el premier israelí afirma que tiene su propio plan, y, como telón de fondo, la situación se ha envenenado lo suficiente en Israel, sobre todo a causa del terrorismo palestino, como para que la opinión del país no esté para desprendimientos.
Y, sin embargo, es muy positivo que hable Ginebra, no sólo porque evidencia que la solución política existe, sino porque ayuda a esclarecer ante la opinión mundial el momento por el que pasa el conflicto. Basta con empezar comparando los dos planes. Ginebra implica la retirada de casi toda Cisjordania, además de Gaza y Jerusalén Este, con la nota al pie de que el 5 o 6 por ciento de territorio que el ocupante se anexionara sería compensado con una extensión equivalente en Israel. Sharon, en cambio, ofrecería menos de la mitad de Cisjordania, parcelada, además, como en chalets, pero ni siquiera adosados, sino diseminados a saltos de canguro; ni una piedra en Jerusalén Este y un terco mantenimiento del muro de separación, hoy en obra, cuyo designio es engullir el 14 por ciento de Palestina. De otro lado, si el primero prevé un Estado independiente, nadie ha dicho por vía oficial que lo que pueda salir del segundo vaya a ser un Estado. Las dolorosas concesiones, de las que tanto habla Sharon, son todas de parte palestina.
La población autóctona de los territorios puede, sin duda, pensar que el plan Beilin-Rabbo es indebidamente generoso, puesto que garantiza una cuña de soberanía israelí en los territorios habitada por unos 250.000 colonos, así como liquida el derecho de los refugiados palestinos a volver a sus hogares en Israel, y la opinión sionista puede dolerse de tener que renunciar a parajes altamente votivos en lo que llama Judea y Samaria y la Ciudad Vieja de Jerusalén. Pero nada obliga a Sharon y Arafat a decir que sí a ciegas a los 16 artículos del documento, sino que bastaría que asumieran el plan como base negociadora para cambiar las cosas.
Las razones de la enemiga de Sharon y las reticencias de Arafat son, sin embargo, diferentes. Tras varias semanas de calma en el frente del terror y mientras Hamas debate la posibilidad de una tregua, el gobierno del Likud reanudaba el martes la práctica del asesinato selectivo, a ver si moría sobre el terreno cualquier plan que no fuera el propio. El presidente palestino, en cambio, tiene motivos, tanto tácticos como personales, para decir qué bueno al plan.
Arafat se ve en parecida situación a la del fundador del Estado de Israel, David Ben Gurión, cuando aceptó la partición de Palestina en 1947. Dijo entonces que sí, bien que a disgusto por tener que repartir la tierra con los palestinos, escudándose en la negativa árabe a admitir algo menos que todo el territorio del mandato británico. Así se ahorraba un no que ya pronunciaban por él los palestinos. Y Arafat puede musitar ahora un sí de mínimos, porque Sharon garantiza que el plan no corre peligro de aplicarse.
Eso, por lo que toca a la táctica, porque en el diván del psicoanalista Arafat argumenta que la paz sólo puede ser suya y sólo suya. Después de toda una vida de encarnar al pueblo palestino no va a dejar, glotón de posteridad, que le arrebaten esa primogenitura, aunque sea con un plan tan virtualmente respetable. Por ello se opone a perder el control tanto ante los de fuera –Ginebra– como ante los de dentro –los radicales–, que ven en la propuesta una rendición, y a los que procura además no antagonizar del todo mostrando más necesidad que júbilo. Lo útil de la iniciativa Beilin-Rabdo es que convoca luz y taquígrafos sobre las tergiversaciones, subterfugios y juegos malabares de Sharon para rechazar que lo echen, enviando un nítido mensaje al planeta sobre quién es el que hoy se opone frontalmente a la paz entre palestinos e israelíes.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.