Vie 12.02.2016

CONTRATAPA

Un frustrado buscador de oro

› Por Mario Goloboff *

En el campo literario argentino, donde a veces brillan hasta las estrellas más fugaces, parece mentira que el gran poeta sanjuanino Jorge Leónidas Escudero fuera tan poco conocido, a pesar de que venía escribiendo desde hace décadas una de las mejores poesías de América, y tenía ya más de 90 años bien vividos y, sobre todo, bien escritos. Alguna de las explicaciones que atenuarían la ignorancia de su presencia literaria es que comenzó a publicar sólo a partir de los 50 años, cuando su primer libro se llamó La raíz de la roca. Otra, que nació y vivió “en provincias”, en San Juan, de donde se movió poco, y sabemos lo difícil que es sobresalir, desde el vastísimo “interior” hacia “la cabeza de Goliat”, como llamó Ezequiel Martínez Estrada a nuestra Capital.

Pero su poesía es como esa tierra, seca, fuerte, rotunda, empecinada, sin dobleces, producto de un trabajo de elaboración de la lengua que no se ve, pero se reconoce. Y en la cual se advierte el fruto de un esfuerzo sobre la materia lingüística (quizás mental, quizás anterior a la tarea práctica de escribir), hasta llegar a hacerle producir un verso que se quiere reflejo de una lengua hablada, que él capta sutilmente: “El paisaje sanjuanino despierta en mí la polaridad del desierto y la vida ciudadana, lo que ha constituido un lenguaje idiolecto; es decir, una manera propia de expresarse dentro del idioma común”.

Desde aquel primer libro, editó una veintena, entre los que se distinguen Piedra sensible (1984), Los grandes jugadores (1987), Basamento cristalino (1989), Jugado (1993), Cantos del acechante (1995), Caballazo a la sombra (1998), A otro hablar (2001), Divisadero (2005), Dicho en mí (2008), Aún ir a unir (2010), Atisbos (2012). Figura en varias antologías, y una de sus obras se hizo en México en 1990. Hasta no hace mucho tiempo, casi todas sus ediciones de libros de poemas eran “de autor”. Recibió diversas distinciones, fue designado miembro de honor de la Fundación Argentina para la Poesía, y distinguido por el Senado de la Nación. Es doctor honoris causa de la Universidad de San Juan. Y últimamente le fue llegando el siempre tardío reconocimiento: su obra inspiró a músicos y plásticos, amén de escritores, que se sumaron a las investigaciones, y se lo difundió en medios nacionales, merecidamente.

Quiso ser, primero, ingeniero agrónomo, pero abandonó sus estudios para dedicarse al cateo de minerales, lo que lo convirtió en un frustrado buscador de oro y metales en las montañas de su provincia, actividades de las cuales quedan muchas huellas en su poesía. Pero, por sobre todo, restan en ella rastros de sus contactos con el medio social y lingüístico de la región. Y especialmente de su trabajo sobre este material, para hacerle decir, en una lengua franca, sus andanzas y sus reflexiones. Ha creado, así, un lenguaje que altera el español en su vocabulario, en su léxico y en su sintaxis, una lengua que da la ilusión de que es la que se habla en su medio y con sus interlocutores. Y que fue un signo distintivo de su poesía.

El poeta y profesor Ricardo Trombino, cuya tesis de maestría trata sobre su obra, afirma: “Es original, es fundante porque ha prestado su voz poética a la gente común”. Y agrega: “Es un poeta audaz para desviarse de viejos modelos y tradiciones poéticas. Él muestra lo más agresivo del clima, el desierto, la piedra, la montaña”. El destacado músico y compositor del “jazz cordillerano” Tito Oliva, quien musicalizó varios de sus poemas, recuerda: “Su poesía me impactó porque está fundamentada en su vida, no es enciclopedista, sino que parte de la sensibilidad hasta la vivencia, y esta vivencia tiene una fuerte relación con lo trascendente en el sentido de una búsqueda”.

Saco de uno de sus últimos poemas, “Los buscahuella”, algo que es algo así como una lección: “En el arenal veo personas / que van en busca de agua, parece, / o a buscar alguna tierra prometida. / (¿Ahí vamos?) // Es tener es coraje hundir / pies en arena ardiente mientras el viento / borra sus pasos. No dejan rastros hacia / un mundo diferente pero / es su destino ir aunque se queden / muertos de oscuridá. // Si es cierto o no, o tal vez puedan llegar / eso no les importa, / todo es ir rumbo a allá, / a la convergencia de todos los caminos”.

* Escritor, docente universitario.

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