› Por Mario Goloboff *
Quizá por ciertos modos en su modo de ser, quizá porque hizo una de las peores elecciones que, según se entendía en una época, pudo realizar en la vida: dejar a un poeta, que era también un hombre íntegro, e irse a vivir con otro artista, talentoso sin duda (algunos afirman que genial), aunque vocinglero y a tal punto farsante que llegó a posar de franquista acaso tan solo para llamar la atención, a decir verdad, en mi fuero más íntimo, la figura de Gala nunca me cayó del todo simpática. Pero como mis valoraciones pasadas han distado de ser siempre ecuánimes, vuelvo una y otra vez sobre Gala porque presiento que aquella elección y aquellos modos no debieran teñir la consideración de una existencia que tuvo sus planos muy altos.
“Llamo a mi esposa: Gala, Galuchka, Gradiva (porque ha sido mi Gradiva); Oliva (por el óvalo de su rostro y el color de su piel); Oliveta, diminutivo catalán de oliva (aceituna), y sus delirantes derivados: Oliueta, Oriueta, Buribeta, Buriueteta, Suliueta, Solibubuleta, Oliburibuleta, Ciueta, Liueta. También la llamo Lionette, porque ruge, cuando se enoja, como el león de la MetroGoldwynMayer; Ardilla, Tapir, Pequeño Negus (porque se parece a un animado animalito selvático); Abeja (porque descubre y me trae todas las esencias que se convierten en la miel de mi pensamiento en la atareada colmena de mi cerebro). Me trajo el raro libro de magia que debía nutrir mi magia, el documento histórico que probaba irrefutablemente mi tesis cuando estaba en proceso de elaboración, la imagen paranoica que mi subconsciente deseaba, la fotografía de una pintura desconocida destinada a revelar un nuevo enigma estético, el consejo que iba a salvar del romanticismo una de mis imágenes demasiado subjetivas. También llamo a Gala Noisette Poilue Avellana Vellosa (a causa del finísimo vello que cubre la avellana de sus mejillas); y también ‘campana de piel’ (porque lee para mí en voz alta durante las largas sesiones de mi pintura, produciendo un murmullo como de campana de piel, gracias al cual aprendo todas las cosas que, sin ella, no llegaría a saber nunca)”. El que así habla es Salvador Dalí, su segundo esposo, el pintor catalán por quien dejó a uno de los más grandes poetas del siglo XX, Paul Eluard (con él estuvo casada durante doce años), hombre entero y pensador entero, aquél que supo crear el entrañable y combativo poema “Liberté” contra los nazis: “Sobre mis cuadernos de estudiante/ sobre mi pupitre y los árboles/ sobre la arena sobre la nieve/ Escribo tu nombre...”.
Elena Ivanovna Diakonova nació en 1894 en la ciudad de Kazán, la capital de la república tártara en la Federación Rusa. Tenía dos hermanos mayores, Vadim y Nicolai, y una hermana más pequeña, Lidia, y transcurrió su infancia en Moscú. A los once años perdió a su padre, y su madre se casó con un abogado, con quien Gala tuvo una buena relación y gracias al cual recibió una educación cuidada. Alumna brillante, terminó sus estudios en el instituto femenino Brukhonenko con alto promedio, y un decreto del zar la facultó para trabajar como maestra de primera enseñanza y dar clases a domicilio. En el año 1912 se le agravó una tuberculosis que venía arrastrando desde hacía tiempo y su familia decidió internarla en el sanatorio de Clavadel, en los Alpes suizos. Allí encontró a Eugène Grindel, más tarde conocido como Paul Eluard, un joven de su misma edad con el que compartía la pasión por la literatura. En 1914 ambos recibieron el alta y, tras comprometerse en matrimonio, Gala volvió a Rusia y Paul partió para el frente de guerra. Se casaron en 1917, y en 1918 nació la única hija que tendría Gala, Cécile. Eluard, ya conocido como poeta, se relaciona primero con los dadaístas y luego con el movimiento surrealista, sobre todo con los creadores de la revista Littérature: André Breton, Philippe Soupault y Louis Aragon. Gala, que asiste igualmente a algunas de sus reuniones, entre 1922 y 1924 mantiene una relación con el pintor alemán Max Ernst, quien la retrata en numerosos trabajos. Estrecha también amistad con los poetas René Char y, sobre todo, con René Crevel.
En abril de 1929, Dalí había viajado a París para la presentación de la película Un chien andalou, realizada junto con Luis Buñuel. Invitados por el pintor, Camille Goemans, poeta y galerista belga y su compañera, René Magritte y su esposa, Luis Buñuel, Paul Eluard, Gala y Cécile, viajan a Cadaqués para pasar una temporada. Cuando Dalí conoce a Gala, se enamora. En Vida secreta de Salvador Dalí, declara: “Estaba destinada a ser mi Gradiva (se refiere a la Gradiva de Wilhelm Jensen, novela que hizo célebre un más célebre trabajo de Sigmund Freud sobre “el amor como poder curativo de los delirios”), la que avanza, mi victoria, mi esposa”. Gala ya no se separará del pintor y a partir de ese momento su biografía va ligada a la de él. Como escribe la periodista española Sonia Aparicio, “Dalí sucumbió ipso facto ante un espíritu libre, vitalista, hedonista que avivó todo el talento y la extravagancia que corrían por sus venas”. Pintó a su musa una y otra vez, vestida, desnuda, de espaldas, de mil maneras. “Assumpta Corpuscularia Lapislazzulina”, “La mujer visible”, la “Leda atómica”, “La madona de Port Lligat...”. La pintó incluso entre chuletas: “Si me gustan las chuletas y me gusta mi mujer, no veo ninguna razón para no pintarlas juntas”, explicó a los extrañados.
Cuando joven, Dalí estuvo cerca de las ideas del anarquismo y el comunismo. En sus vastos escritos suelen encontrarse afirmaciones políticas –dirigidas probablemente más a épater al público por su radicalidad que a transmitirle una adhesión– que señalan cierto vínculo con las simpatías políticas del dadaísmo. Esas opiniones fueron cambiando y con el inicio de la Guerra Civil Española rehuyó el enfrentamiento y manifestarse por ninguno de los bandos.
Tras su retorno a Cataluña después de la Guerra, se aproximó al régimen franquista. Algunas de sus declaraciones sirvieron incluso como respaldo a la dictadura, hasta felicitar a Franco por sus acciones dirigidas a “limpiar España de fuerzas destructivas”. Convertido al catolicismo y vuelto una persona más religiosa con el paso de los años, se refería a los grupos comunistas, socialistas y anarquistas con desprecio. Además, conoció a Franco personalmente y pintó un retrato de su nieta. Difícil determinar si esos gestos eran sinceros o caprichosos, ya que los contraponía con otros, como una indudable condena del asesinato del poeta Federico García Lorca por milicias falangistas, que denunció incluso en los años en que la obra lorquiana estaba oficialmente prohibida, o el haber acogido a artistas como Marcel Duchamp y a otros en su residencia temporal en Arcachon, durante la Ocupación.
En 1948, Dalí y Gala vuelven de Estados Unidos después de ocho años de ausencia. Desde entonces, pasan las primaveras y los veranos en Port Lligat, y los inviernos entre Nueva York y París. En 1958, se casan en el santuario de Els Angles, cerca de Girona. En 1968, el pintor le compra a Gala un castillo en el pequeño pueblo gironés de Púbol, al que él no puede acceder sin el permiso previo y por escrito de su esposa. Tras su muerte, en 1982, fue enterrada allí. De Dalí dijo el gran George Orwell: “Uno debería ser capaz de conservar en la cabeza simultáneamente las ideas de que Dalí era al mismo tiempo un excelente dibujante y un irritante ser humano. La una no invalida, o efectivamente, no afecta a la otra”. Gala parece de distinta materia: ambicionó siempre intensamente ser la musa de un gran artista y lo obtuvo con creces, aún a costa de su propio nombre.
* Escritor, docente universitario.
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