› Por Rodrigo Fresán
UNO Rodríguez –como esa heroína sin nombre al principio de Rebecca– sueña que vuelve no a las ruinas quemadas de Manderley sino a los sembradíos del atómico Palomares: el lugar más radiactivo de España, en la pedanía española del Levante, en Almería, Andalucía, en su prehistoria. Rodríguez se soñó ahí hace cincuenta años, flotando en ese sueño despierto de los bebés, con todo por delante y casi nada por detrás. Allí, de vacaciones con sus padres en tierra de abuelos. Siestas largas y tiempo perdido que a nadie le interesa demasiado buscar, el tiempo elástico de los recién nacidos aplicado a adultos y a casi muertos: todos es tan lento al sur y el sol cae a plomo. Y, de pronto, sin aviso, caen otros metales, otras cosas. Lo que cae hace más o menos cinco décadas –17 de enero de 1966, consecuencia del choque en el aire durante una maniobra de rutina entre un bombardero estratégico B52 Stratofortress de la fuerza aérea norteamericana y un avión cisterna KC-135 Stratotanker– son cuatro bombas termonucleares Mark 28 modelo B28RI de 1,5 megatones cada una y sesenta y cinco veces más potencia que las de Hiroshima y Nagasaki. Ups. El incidente código Broken Arrow (extravío de armamento nuclear) más grave que se conoce hasta entonces y desde entonces. Rodríguez, en su sueño, en el que es bebé y adulto al mismo tiempo, puede jurar que escuchó y escucha la explosión a 10.000 metros de altura y que señala al cielo con su dedito y que las ve caer. Una de ellas en un solar del pueblo y otra en la sierra, una cerca de la desembocadura del río Almanzora y otra en el mar. Enseguida llegaron equipos especiales –barcos y minisubmarinos y buzos y 650 marines y trajes NBQ; los guardiaciviles locales que ayudaron iban en mangas de camisa y cara al sol– y se puso en marcha operación de recogida de toneladas de arena y limpieza y barrido bajo al alfombra. Las tres primeras bombas se recuperan de inmediato. La cuarta bomba –un pescador de nombre Francisco Simo y Ort, a partir de entonces conocido como “Paco el de la Bomba”, asegura que la vio caer entre las olas– demora ochenta días en ser rescatada de las profundidades del Mediterráneo y llevada junto con sus compañeritas de curso al National Atomic Museum en Alburquerque, New Mexico. Antes, dos de ellas se rompen por el impacto contra la tierra y dejan escapar lo que se asegura no es más que parte del explosivo convencional de los artefactos aunque en verdad se trate de Plutonio 239 con una vida media de 24.100 años. Y olé. Pero enseguida se forma “una nube de finas partículas” que cubre el pueblo y cultivos cercanos, y los viejos no dejan de persignarse, y alguien asegura que ahora brilla en la oscuridad y, de pronto, España ha entrado en la era atómica...
DOS ...y en una historia que parece salida de Los Expedientes X cruzado con el Dr. Strangelove de Stanley Kubrick (que por aquí se titula ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú) pero como monologado por el muy auricular Gila. Aunque todo fue dramatizado en un tramo de una de las películas más involuntariamente desopilantes jamás filmadas: Men of Honor, perteneciendo al raro subgénero de buceadores en los tribunales y prótesis de pierna y conflicto racial y alcoholismo patriótico y superación personal, y con unos exquisitamente atroces Robert De Niro y Cuba Gooding, Jr. Entonces, claro, se supo poco y nada de lo de Palomares. Recién a finales de los años 80 se reveló que la contaminación residual era 2500 o 3000 veces superior a la que se aseguraba, y que el 29% de los lugareños era un poquito radiactivo, y que sólo se llevaron un 5% de la tierra contaminada, y que el cuadrado Franco no se quejó mucho al Pentágono ni le demandó un “¡Que se ponga!” a Lyndon B. Johnson. Y el incombustible Manuel Fraga Iribarne (entonces ministro de Información y Turismo y más tarde padre de la Constitución y fundador de lo que acabaría siendo el Partido Popular) y el embajador estadounidense Angier Biddle Duke se bañaron para las cámaras de los noticieros de la época. Todavía se los puede ver en el blanco y negro del noticiero NO-DO: enfundados en bañadores en los que cabían varios escamosos con tres ojos de la variedad Springfieldus simpsonia para así pretender acabar con todo rumor de peligro, chapoteando en playa cercana pero no tanto (a unos quince kilómetros del Big Splash) y con el ominoso nombre de Quitapellejos. Cincuenta años después (páginas y fotos en diarios y revistas revisitando el episodio, los ecologistas denunciando y los funcionarios Made in USA anunciando que está a punto de firmarse un acuerdo definitivo, luego de certificada una “declaración de intenciones” el año pasado para “rehabilitar el entorno” y, con un gasto de 650.000.000 de euros, llevarse los 50.000 cúbicos de tierra contaminada con plutonio que sigue ahí vaya uno a saber a dónde) no está del todo claro lo que pasó, lo que sigue pasando, lo que no va a pasar en miles y miles de años.
TRES Eso sí, advirtieron los norteamericanos, sería bueno se elija pronto presidente (Obama acaba de cancelar viaje hasta que se active la cosa) para saber a quién dirigirse y más o menos cerrar este asunto. Lo que parece ser más complicado y radiactivo que –Rodríguez acaba de ver la serie Manhattan– el ensamblado de las bombas o la limpieza de Palomares. Ahí están todos, ahí siguen. Pasaron los rezos y las penitencias de Semana Santa y (luego del absurdo optimismo ante el talante evangélico de Pablo “Podemos” Iglesias renunciando a una vicepresidencia que nunca se le concedió) y volver a empezar. Ahora es Albert “Ciudadanos” Rivera el que se puso duro ante la creciente desesperación de Pedro “PSOE” Sánchez quien ve que se le va pasando su oportunidad y se acerca el momento en que lo devoren los de adentro. Mientras tanto, el disfuncional “en funciones” Mariano Rajoy hamacándose y como mirando el cansado clásico Barça-Real Madrid, afirmando que no está muy seguro de nada, esperando que todo se precipite desde las alturas mientras se le amontonan las corruptelas, se supo que el PIB no va a subir lo que prometió, que no se cumplió con el déficit público y que los presupuestos presentados son imposibles, y que la explosiva Bruselas está muy enojada con todo esto. Y, gloria y amén, se hicieron públicos los muy poco caritativos números de una Iglesia demasiado mantenida por un Estado que se confiesa aconfesional y... Pero son detalles. Ahora –entre interminables y desinfladas ruedas de prensa– otra vez a poner a “trabajar a los equipos” para cerrar fechas de reuniones a las que Rodríguez imagina, de nuevo, como ese frenético esperpento en el búnker atómico de Dr. Strangelove. Están los que aseguran que todo no es más que una forma de disimular lo inevitable: habrá nuevas elecciones y lo que apenas se juega en estos días de fusiones y fisiones político-atómicas es la nominación del culpable de semejante impacto y explosión en el ya muy contaminado inconsciente colectivo español. O los que predicen que se conseguirá un mutante pacto de “mestizaje ideológico” (Sánchez dixit) por puro pánico à la catalana un segundo antes de presionar el botón rojo. Así, todos a toda hora ensayando cara de yo no fui. Y Rodríguez El de las Bombas, despellejado, acordándose de otra película y de otro mesías –Kurtz, en Apocalypse Now– garrapateando en tinta roja en las últimas páginas su journal un “Arrojen la Bomba. ¡Extermínenlos a todos!”
Venga.
Caiga.
Y que caigan.
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