› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Cuando era un niño, Rodríguez vio por primera vez la película Casablanca. Y lo que más se acuerda de ella es al principio con esa voz en off informando de refugiados en esa ciudad donde todos “esperan... y esperan... y esperan”. Cuando ya era un adolescente, una de sus canciones favoritas –una canción con un muy pegadizo yeah-yeah– era “The Waiting”, de Tom Petty. En ella se cantaba que “La espera es la parte más dura” o la “la más difícil”. Y, para cuando ya estaba enamorado de la persona equivocada, Rodríguez había leído en Fragmentos de un discurso amoroso de Roland Barthes eso de “hacer esperar a alguien: la constante prerrogativa de todo poder”.
Días atrás, en el lugar más terrible del universo, en dos libros de autores irreconciliables –Forster y Palahniuk– que se llevó allí porque no estaba seguro de qué quería leer para matar ese tiempo mortal, ahí dentro, Rodríguez leyó lo que sigue: “Debemos estar dispuestos a dejar ir esa vida que habíamos planeado para así poder acceder a esa vida que nos espera”, instruía E. M.; y “Una vez que descubres todo lo que puede llegar a salir mal, tu vida trata menos acerca de cómo se vive y más acerca de cómo se espera”, golpeaba Chuck. Y entonces le dijeron a Rodríguez que ya podía pasar y la espera se acabó y siguió la vida, cada vez más breve.
DOS Hasta entonces, Rodríguez estaba solo y esperando en una sala de espera (el lugar más terrible del universo: una Casablanca dura y difícil) y maldiciendo el estar esperando. Pero, ah, para cuando terminó la espera en la antesala de su chequeo anual hubiese dado cualquier cosa por seguir allí. En ese trance de limbo. Y no tener que enfrentarse al “especialista” que lo esperaba ahí dentro. Ahí, el “profesional”, sonriendo políticamente, con un sobre con análisis en su mano y una de esas sonrisas que no sonríen y...
TRES ...¿Se está volviendo loco Rodríguez o el hombre que lo esperaba ahí dentro era igual a Felipe VI? ¿Y cómo es que le preguntaba si iba a poder formar gobierno o no? ¿Con quién lo confundió a Rodríguez o cómo se confundió Rodríguez y llegó aquí? ¿O serán todos estos efectos alucinatorios de la temerosa espera? Han sido muchos días desde las elecciones de diciembre, como contemplando ese spinner que se enciende al darle power a la Mac (a Rodríguez la inquieta mucho una obra de Pablo García que es exactamente eso: sentarse a esperar frente a una pantalla a que nada suceda; aunque García consuele con un “no es que las cosas se han congelado sino que se están cargando”) y rezando porque todo el proceso no se demore en el glitch de esa pelotita de colores psicodélico-playeros a la que muchos han bautizado como “la rueda giratoria de la muerte” o “la pizza del desastre” y buffering y buff.
Y, de acuerdo, “La idea de tener que esperar algo lo hace más excitante”, susurraba Andy Warhol, quien filmaba esas películas de edificios o de gente durmiendo que duraban horas. Y está ese nuevo reality con la dulce espera de una periodista a la que Rodríguez no puede ver. Y hasta hay cursos de aprender a esperar y recuperar cierta lentitud y se predica la filosofía del H.E.A.T. (Horizon Engagement Anticipation Theory) en la que la espera es parte fundamental e inseparable de la recompensa del llegar o de que algo llegue. La idea es permitir que pase el tiempo suficiente para desarrollar el sentido de la expectativa y no dar por descontado que todo se obtenga instantáneamente; y que esa gratificación dure poco y nada porque ya hay que estar esperando la próxima pequeña gran cosa. Y, sí, puede que haya algo de cierto en ello: porque Rodríguez ya está esperando la tercer temporada de Better Call Saul mientras, a su alrededor, todos pierden el tiempo con teorías acerca de Juego de tronos...
CUATRO ...que, con sus cuchilladas por la espalda, conspiraciones y linajes incomprensibles –se la regaló Pablo Iglesias al Rey– es la serie favorita de la poca clase política española. Error. Deberían sentarse todos juntitos a ver la danesa Borgen, piensa Rodríguez. Y, de nuevo, se reafirma en una vieja idea suya: teniendo en cuenta el fracaso más escolar y primario de esta breve y basura y express legislatura XI (Rodríguez los vio a todos despidiéndose de sus bancadas, sacándose selfies los unos a los otros, como si se hubiesen adelantado las vacaciones), debería implantarse por aquí (y en todas partes) una carrera universitaria para presidente. Una facultad a donde los tiburones de cada partido enviaran sus delfines. Y los fogueen en prácticas, simulaciones, oratoria, idiomas, comunicación clara de ideas, cultura general (para el inevitable lado oscuro del asunto parecen ya venir bastante bien preparaditos de casa) y, fundamentalmente, el modo de relacionarse entre ellos. Ha sido, una larga espera para volver a la casilla de salida. Desde el pasado 20 de diciembre, los españoles esperaron primero a Rajoy (quien bartlebyanamente prefirió no hacerlo; aunque Rodríguez duda que Rajoy sepa quien es Melville a no ser que uno se refiera al Melville Football Club de Perth, Australia); esperar a Sánchez (para que no pueda); y ahora esperar de nuevo hasta finales de junio. Y 160 millones de euros/dinero público (más lo que se aproveche para blanquear) no presupuestados para una nueva campaña que el Rey desea “amena y poco gravosa” para no fastidiar aún más a los votantes de estos botarates que, por lo pronto, ya discuten sin acuerdo acerca de cómo reducir el presupuesto. Y, hasta donde sea sabe, de nuevo con los mismos abanderados que, en cualquier sistema educativo, tendrían que haber sido reprobados y reemplazados por otros (lo que, tal vez, le suceda al socialista Sánchez listo para ser lapidado por los suyos). Pero todo igual. Suspendidos, pero sin suspenso. Cargantes sin cargar. Año de la marmota luego de que lo único que se ofertara fuesen tuits y SMS y fotitos y carpetitas y proyectitos presentados como trabajitos poco prácticos y tantas cuadradas rueditas de prensa. Y peleítas en el patio por los asientos, empujones internos en las filas para salir al recreo, zancadillas a derecha e izquierda en las escaleras que van al salón de actos y pintorescas obritas/sesiones en el Congreso. Y Rajoy tan contento de que la realidad inamovible sea igual a su irrealidad estática. Ahora, todo flota en un compulsivo echarse de culpas, con la disculpa ante “lo inédito y sin precedentes de la situación” añadiendo las siempre funcionales y recabadas por los “equipos de trabajo” citas de Cervantes (“Confía en el tiempo, que suele dar dulces salidas a muchas amargas dificultades”) y de Ortega y Gasset (“El esfuerzo inútil conduce a la melancolía”). Y, ah, los pronósticos de que los resultados de otras elecciones (a la espera de alianzas mal estudiadas y pactos copiados) serían más o menos similares salvo que la ciudadanía toda entienda que votar es una obligación aunque no sea obligatorio, y que voten todos conociendo un poco más y mejor a todos estos fracasados escolares, y que alteren los porcentajes y, por favor, acaben con esta espera...
CINCO ...y que no se acabe esta otra: porque el médico de aire borbónico le dice a Rodríguez lo mismo que por estos días se dicen millones de españoles: “Veo algo que no me gusta... Pero vamos a esperar a ver qué dicen otras pruebas”. Y Rodríguez, a prueba, piensa que tal vez –espera que no– el acto de dejar de esperar se llame desesperar.
Ahora sigue a la espera, esperando que lo siguiente no sea la desesperación.
Yeah-Yeah.
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