› Por Mempo Giardinelli
Termina otra, siempre atractiva versión de la Feria del Libro porteña, y es de celebrar, otra vez, una de las mejores expresiones culturales multitudinarias de nuestro país.
En materia cultural, y en particular en la promoción de la lectura, los buenos propósitos se multiplican como los panes bíblicos. Y quizás ahora más que nunca necesitamos esas multiplicaciones, porque la lectura, y la cultura, atraviesan un presente inquietante y el futuro es incierto.
Como en un célebre poema de Ezra Pound, es imposible describir un paraíso cuando todas las indicaciones superficiales sugieren que se debe describir un infierno. Claro que acá todavía no vivimos tal, pero lo seguro es que nos distanciamos más y más del paraíso. Igual que hace años, los promotores de lectura de esta república, como los creadores y los hacedores de cultura, estamos a la defensiva, expectantes y en muchos casos alarmados por decisiones que afectan a toda la nación.
La lectura parece peligrosa para ciertos sectores educativos y culturales del gobierno actual. Nadie lo confiesa, pero eso se desprende de hechos preocupantes: aunque instituciones como la Conabip parecen estar en buenas manos, lo que es esencial para la república, es lamentable el estado generalizado de otros planes y programas que fueron fundamentales en la última década y que ahora se desguazan o desvirtúan, como el Plan Nacional de Lectura, Conectar Igualdad, el Plan Progresar, el Plan Fines, el Programa Nuestra Escuela, de formación docente, la plataforma Educ.ar, hoy poco menos que agonizantes.
Desde siempre, los paisajes sociales describen el estado de la lectura en todas las naciones. Y el nuestro, que era desesperante hace 30 años, y hace 20, y al que recuperamos de manera extraordinaria en lo que va de este siglo, hoy vuelve a mostrar síntomas peligrosos.
No es cuestión de exagerar lo grave, claro, pero tampoco es tiempo de levedades inconducentes. Los planes y programas que se cierran son un hecho y además muestras de irracionalidad, revanchismo y necedad política, como vimos en la Biblioteca Nacional, donde hubo centenares de despidos y el cierre de departamentos que funcionaban a pleno y con altísima participación de lectores e investigadores durante la notable gestión de Horacio González.
Aunque el presidente y sus medios sostén trajinen promesas vacías, con la economía en derrumbe los anhelos de las mayorías se postergan y un resultado natural de ello es leer poco, cada vez menos, lo que implica potenciar todos los daños inherentes a la ignorancia. La no-lectura, cuyo estado más grave es la iliteracía entendida como la carencia de lecturas literarias formativas y estimulantes, produce y profundiza el abismo entre aquellos que no leen y los que sí. La fractura social que toda nación lectora supera, se profundiza cuando se desarticulan políticas de estado de lectura.
En este sentido la brecha entre los que leen y los que no, contradice el sentido más profundo de la lectura, que es democratizar, igualar el acceso al saber y el conocimiento, alentar una literacía horizontal capaz de abrir caminos para el mejoramiento de la vida colectiva, sembrar ideas y valores capaces de homogeneizar a una nación. La lectura es un imperativo cultural y educacional que toca todas las fibras de la persona que lee, y por extensión de la sociedad: la moral, la historia, la familia, las tradiciones y leyendas, las relaciones interpersonales, laborales, vecinales, el conocimiento, la duda y la interrogación personal y social.
Por eso en sociedades en emergencia, como es hoy la nuestra, de un lado están algunos que inconfesadamente creen que “es mejor si no se lee” porque así los sectores populares están “protegidos” por paternalismos perfectamente calificables como cretinos y perversos.
Y del otro lado estamos los que nos “enfermamos” leyendo, los que por eso mismo cuestionamos el estado de las cosas y advertimos cómo afectan esas cosas a las clases sociales más desprovistas de lecturas, las cuales, como decía Sarmiento, entonces “creen, pero no piensan”.
Es imposible permanecer ajeno y silencioso ante políticas y conductas oficiales hoy vigentes, que parecen estar llevándonos nuevamente a derrumbes que creíamos superados.
En 2001 y 2002 veníamos de años, décadas, de aniquilamiento de la educación pública a la par de la contumacia del ya poderoso y omnipresente sistema comunicacional. Eso inexorablemente condujo al abandono de la lectura, la iliteracía absoluta e incluso el analfabetismo.
Conscientes o no, pareciera que desde el poder se prefiere un pueblo ignorante y por ende manipulable y sumiso. La no lectura dificulta los avances sociales y fortalece la improvisación. Todo eso le conviene a los poderosos, aunque lo nieguen simulando sensibilidades que no tienen.
En los 90, en el Chaco, machacábamos una fórmula que prendió: “Hacer Cultura es resistir. Hacer Leer es resistir”. Resistencia cultural, lectora y democratizante. Ésa fue, para muchos y muchas, conducta de vida con ve corta y debida con be larga. Y así es ahora, y será.
* Síntesis del discurso inaugural del 18º Congreso de Promoción del Libro y la Lectura, en la Feria y con el auspicio de la Fundación El Libro.
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