CONTRATAPA
Como el culo
› Por Sandra Russo
Podría decirse que el culo nos iguala, por no decir que es democrático, porque no lo es. Lo tienen todos sin distinción de clases sociales, razas, nacionalidad, género e ideología. Pero no lo tienen todos en las mismas condiciones, y por eso no es democrático: hay una jerarquización evidente de un tipo de culo veraniego con características bien marcadas. Redondo, casi irrespetuoso en esa redondez. Simétrico y relleno, pasmoso y disponible. Es una lástima, porque culo tiene gente de todas las edades, pero no sirve de nada tener uno si no se corresponde con la idea del Gran Culo que instalan cada verano las revistas de actualidad y los programas veraniegos. Ese símbolo cada vez más excluyente de la sexualidad pimpante debe tener menos de treinta, acaso porque como decía Scott Fitzgerald –refiriéndose a otra cosa–, “las mujeres terminan a los 23”.
El verano obedece a leyes intrínsecas y traseras. El otro día por radio Ernestina Pais me preguntaba qué es in y qué es out este verano K, en el que uno podría presumir que las rubias teteadas vía bisturí y encajadas de prepo en jeans aleopardados como aquellos que otrora lucía Liz Fassi Lavalle han pasado de moda política. ¿Qué se lleva si ya no se lleva el cuatriciclo y el celular colgando del short o la bikini? ¿Qué hay para ver si ya pasó la pizza con champán y el sushi?: culos.
Revistas bobas y revistas inteligentes, programas mañaneros, vespertinos y nocturnos, todo el engranaje de la liviandad que se postula cada enero y febrero, se rinde y se turba ante el culo de Pampita o el de María Eugenia Ritó. Es de suponer que los editores y los programadores están pensando en lo que espera el público de esos medios cuando seleccionan las notas. Pero es un poco raro que crean que en enero y febrero los que compran revistas y miran televisión son solamente hombres en búsqueda de la Erección Permanente. El sociólogo español González Gil, en su libro Medias miradas, hace un paralelismo entre el consumo social del cuerpo femenino y el tratamiento de los alimentos descrito por Levi Strauss en Lo crudo y lo cocido. Afirma, más o menos, que así como la cocción de los alimentos para algunas civilizaciones tempranas significaba la obtención de comida más para “ser pensada” que ingerida –es decir: el alimento cocido aporta “una idea de sí” a quien lo cocina, lo extrae del lugar del salvaje–, también “la cocina” –la producción– del cuerpo femenino en los medios está destinada a construir “una mujer para ser pensada” por el espectador, pero en base a su propia necesidad de ser constante e infatigablemente estimulado, siempre inducido y alentado a conseguir esa nueva y esquiva utopía de la Erección Permanente.
Acaso porque por definición se busca lo que no se tiene, o porque en materia de sexualidad –Foucault dixit– casi nunca lo que abunda es lo que hay, esta sobreabundancia de culos tal vez nos esté diciendo que esta nueva utopía de la Erección Permanente de lo que está hablando es de una mala relación entre los hombres contemporáneos y su intimidad.
Mientras el verano K transcurre como si aquí no hubiese pasado nada, y la parva de estupideces que prodiga el calor amenaza con taparnos hasta el cuello con peleas entre vedettes, castings de vedettes, concheros de vedettes, peleas entre modelos, castings de modelos y culos de modelos, mientras la estética del porno soft copa el horario de protección al menor y los mayores necesitarían autoprotegerse de sus propias preferencias, dos imágenes de mujeres en el extremo opuesto de la fanfarria culona veraniega surgen contundentes. Sus protagonistas probablemente estén excedidas de peso, pero las dos tienen un carácter de síntoma que es saludable leer. La jueza Carmen Argibay consiguió violar la ley no escrita de los medios según la cual cualquier cosa interesante, en enero y en febrero, pasa en Punta del Este, Cariló o Pinamar. La postulante a la Corte Suprema obligó a las redacciones y a los canales a desviar a sus enviados y a trasladarlos a Miramar. Desde allí, el marco fue coherente con los postulados de Argibay. Por su parte, al asumir en su cargo en el PAMI, Graciela Ocaña, cuando le preguntaron si va a renunciar a su banca, dijo: “Si mi gestión en el PAMI es mala, yo no tengo retorno a la política”. En un país en el que los políticos tuvieron retorno de todo tipo, sobre todo a la política después de malas gestiones, esa declaración de Ocaña es un principio.
Aunque el frenesí mediático veraniego se empeñe en seguir domesticando el cuerpo femenino para hacerlo entrar en los canones de la utopía de la Erección Permanente, las mujeres son algo diferente de ese cuerpo femenino descompuesto en una sola de sus partes. Algo diferente de ese estímulo agotador que no da respiro y al que le está vedado el paso del tiempo. Algo diferente y algo más que ese recorte producido y puesto al alcance de todos para crear la sensación de que “eso” y “solamente eso” es una mujer.