CONTRATAPA
Mentir no cuesta nada
› Por Juan Gelman
Saber, se sabía, pero que lo diga un ex miembro connotado del gabinete Bush es muy otra cosa:
Paul O’Neill, que fuera el secretario del Tesoro de EE.UU. N 72, de enero de 2001 a diciembre de 2002, relató el domingo pasado en el programa 60 minutos de la CBS que ya en su primer encuentro con el Consejo Nacional de Seguridad Bush hijo subrayó que el derrocamiento de Saddam Hussein era “el tema A” de su gobierno. Esa reunión tuvo lugar el 30-1-01, diez días después de asumir la presidencia y casi ocho meses antes de los atentados del 11/9; “el tema” siguió predominando en los siguientes conciliábulos del organismo. El mandatario norteamericano no desmintió a O’Neill: en su conferencia de prensa del martes último, en el marco de la Cumbre Extraordinaria de las Américas celebrada en Monterrey, México, declaró que siempre estuvo a favor de un cambio de régimen en Irak, como su antecesor Bill Clinton, y que se encontraba “moldeando esa política cuando de golpe se dio lo del 11 de septiembre”. Dicho de otra manera: qué otro remedio que invadir.
Quien se apresuró a desmentir a O’Neill fue el jefe del Pentágono, Donald Rumsfeld. El mismo martes afirmó que W. Bush tomó esa decisión sólo en marzo de 2003 y “después de tratar por todos los medios de no hacerlo”. Se conoce la fragilidad de memoria de este halcón-gallina y no sorprende entonces que olvidara –entre muchas otras cosas– que a cinco horas de estrellarse un avión contra el Pentágono ordenó la preparación de represalias contundentes contra Bin Laden pero también contra Saddam, “masivas –precisó–, barrer con todo, cosas relacionadas y no” (Página/12, 8-9-02). Esas órdenes no partían de evidencias sobre la relación Osama-Hussein-11/9. Su existencia se proclamó después. Por lo demás, un alto funcionario de la administración Bush que prefirió guardar el anonimato confió a ABCNews (14-1-04) que había participado en las mismas reuniones del Consejo Nacional de Seguridad a las que asistió O’Neill y que “el presidente dijo a los del Pentágono que exploraran las opciones militares (para derrocar a Hussein), incluyendo el empleo de fuerzas terrestres. Esto iba más allá de los débiles intentos del gobierno Clinton de derribar a Hussein sin emplear la fuerza”.
O’Neill entregó 19.000 documentos relacionados con su gestión al ex periodista de The Wall Street Journal Ron Suskind, quien construyó con ellos y con declaraciones del ex tesorero el hoy best-seller sobre el tema titulado El precio de la lealtad. Los dichos del entrevistado son tajantes: “Desde el principio se trató de Irak, de encontrar una manera de hacerlo (librarse de Saddam). Y el Presidente que decía ‘encuéntrenme la manera de hacerlo’”. Esa ansiosa voluntad formaba parte de un designio mayor –la imposición de una Pax Americana en todo el mundo– y precedió al fraude electoral que llevó a Bush hijo a la Casa Blanca. Es explícita en propuestas como “Reconstruir las defensas de Estados Unidos” y “Retos estratégicos de la política energética en el siglo XXI” preparados por think-tanks ad hoc en el año 2000. Es más antigua aún: en 1982 el entonces secretario de Defensa Dick Chenney y su asistente Paul Wolfowitz redactaron unas “Orientaciones para la planificación de la defensa” que preconizaban el dominio estadounidense en el Golfo Pérsico para “preservar el acceso de EE.UU. y de Occidente al petróleo de la región” (Pagina/12, 21-11-02). Ese proyecto tropezó con una inesperada oposición de la clasepolítica y Bush padre tuvo que cajonerarlo. El hijo lo despertó de su larga hibernación.
Bush hijo explotó con cinismo los terribles atentados del 11/9 y no se han disipado las evidencias de que al menos un sector del establishment sabía de ellos con antelación y los dejó venir: tal vez fue “la manera de hacerlo”. Se recuerda que Washington insistía en vincular a Bagdad con los atentados trámite Bin Laden. Colin Powell reconoció la semana pasada que no hay evidencias del “nexo siniestro entre Irak y la organización terrorista Al-Qaida”, como aseveró enfáticamente ante el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas el 5-2-03. Y se está desbandando el numeroso contingente que fue a Irak en busca de las famosas armas de destrucción masiva de Saddam, que nunca encontró. Un informe reciente del Carnegie Endowment for International Peace señala que el gobierno Bush exageró sistemáticamente el peligro que Bagdad representaba. Está claro a los ojos del mundo que ambos argumentos fueron argucias políticas. Entre otras cosas, quedó malparada la imagen de un W. Bush que deja atrás el alcohol, experimenta un sacudón casi místico y descubre que su misión es combatir al Mal.
Judicial Watch, organización no gubernamental estadounidense que investiga y denuncia corrupciones y abusos de la administración, logró en julio del 2003 la desclasificación de documentos del Departamento de Comercio atinentes a las actividades del grupo de tareas en materia energética que encabeza el hoy vicepresidente Dick Cheney. Uno de ellos es un mapa de Irak en que están señalados sus yacimientos petrolíferos –“supergigantes”, “otros” y “de producción compartida”–, los oleoductos, refinerías y terminales de distribución. Otros dos detallan los proyectos y los contratos iraquíes firmados con empresas extranjeras del ramo. Los documentos están fechados en marzo del 2001, exactamente dos años antes de la invasión a Irak.