Jue 04.08.2016

CONTRATAPA

Lo nuevo y lo viejo

› Por María Pía López

El gobierno actual interpela el fondo más antiguo y conservador, allí donde se asienta la sumisión al orden y reclama obediencia donde fue resquebrajada. Donde hay disidencia contrapone homogeneidad, donde asoma la indisciplina repone el mando. Por eso reprime y muestra que lo hace. Incluso dice hacer más de lo que hace. Lo suyo es ir por el subrayado. Serge Daney decía: lo obsceno de la imagen. De eso se trata. Mostrar sin reticencias ni velos. Pero a la vez mostrar sin permitir el hiato del que emerge la crítica. Porque nuestra crítica está acostumbrada a mostrar lo que se oculta, a decir que las cosas son imposturas o mascaradas pero lo que ocurre de verdad es la explotación o la persistencia colonial o la expoliación. Y el nuevo gobierno dice: tal cual, tal cual. Mostramos todo eso, nos arrodillamos ante el rey, nos fotografiamos con el que ayer recibió los balazos de goma, ahuecamos toda resistencia, convertimos el sufrimiento en gesto de obligada felicidad. No ocultamos.

¿Cómo se critica en el reino de la sinceridad?, ¿con qué herramientas y recursos, con qué palabras? No, seguramente, con la inversión, que no es menos tautológica. Al contrario: el camino de la crítica es el de reponer capas allí donde el poder es lineal, el de mostrar la densidad allí donde se muestra unilateral, el de construir distancia y reflexión allí donde convierte al lenguaje en tautología, el de sospechar ante la planicie de la sinceridad.

Lo viejo retorna. La tarea de la nueva derecha no es difícil. Juguetea con el sentido común, se ampara en su confortable seno. ¿O no llamamos así al conjunto de creencias que se traman socialmente y que sostienen no sólo las costumbres y percepciones sino los poderes más consabidos? Sentido común del respeto a las normas, a las instituciones, a lo heredado. Apología de la desigualdad y reino de la obediencia, porque es hechura de la perseverancia del poder. El modo, para seguir glosando autores que no nombraré, de inscribir en la lengua las victorias y no pocas crueldades ejercidas. Durante la última década hubo esfuerzos fragmentarios y no exentos de contradicciones para resquebrajar esa subjetividad surgida de los ritmos y tonos propios del capitalismo. Se puso en juego la idea de igualdad y de derechos, se apostó a lógicas de construcción social no individualistas, se hizo énfasis sobre la idea de cooperación y militancia. Esto es, se intentó agrietar la fervorosa adhesión al orden en lo que tiene de naturalización del mando y la desigualdad, de sumisión a la lógica de la propiedad y de pasión por la mercancía. No alcanzó. Frente a esos intentos, a veces balbuceantes y a veces drásticos, se erigía una máquina constructora de subjetividades. Los medios de comunicación hegemónicos fueron sus guardianes de honor y las instituciones judiciales su brazo armado. Allí donde alguien osaba la ruptura llegaría la cautelar, comienza la persecución, amenaza la cárcel.

Lo viejo retorna por sus fueros, a restañar las grietas. Lo hace con los ropajes, las herramientas, los saberes de lo nuevo. Lo hace con el marketing y la publicidad. Con las redes sociales, la selfie y la cámara permanente. Con snapchat y twitter. Tomando los datos personales como insumo para una avanzada individualizante y a la vez general. Las bases informáticas son la base de una cartografía que no recorre zona a zona, sino individuo a individuo, los recorta, construye grupos, se dirige a cada uno, le dedica la frase que cada quien podría esperar o querer escuchar o saber. Como el poder pastoral, lo suyo va a todos y, a la vez, a cada uno. Es una estrategia bélica, que busca profundizar y ahondar la sumisión, el ejercicio moldeador de los poderes. Lo declaran a voz batiente y a imagen condensada, cuando el presidente y el conductor televisivo se encuentran para hacer las paces y publican en snapchat una foto de sus rostros fundidos, como si fueran uno solo. ¿Es Macri o es Tinelli? Ambos. Es la lógica individualizante que surgirá del uso de las bases de datos de Anses para realizar la inteligencia electoral, y es la lógica generalizante de la televisión que trata a todo espectador por igual y le propone el mismo formato, el mismo gusto, homogénea sensibilidad.

Lo viejo y lo nuevo. Lo arcaico y lo reciente. El fetiche y la mercancía descartable. No son antagónicos, se sabe, sino pliegues de lo que puede actuar en consonancia. Uno y lo otro. Lo otro y lo mismo. Todo en la cultura que impulsa el gobierno actual tiene la misma composición: la pedrería antigua, la disolución actual. Atributo de distinción, lo antiguo, para conjugar con la lisura de la indistinta interpelación. La operación es precisa y dual: a todos y a cada uno en el lugar que les corresponde en el orden social, pero como si hubieran elegido ocuparlo. Como si ese lugar fuera el hueco de su deseo, resultado de su desconocida decisión, elección final y definitiva, hecha a medida. Satisfacción y miedo, juntos, rostros de ese viejo sujeto que se moldea, cada vez, de manera novedosa.

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