Vie 23.01.2004

CONTRATAPA

Fracasos

› Por Juan Gelman

W. Bush no tiene suerte con sus justificaciones para invadir Irak. Decididamente. Primero esgrimió el vínculo Saddam-11 de septiembre trámite Osama bin Laden. Hace un par de semanas Colin Powell tuvo que admitir que ese vínculo no existió. Luego fabricó el espanto de las armas de destrucción masiva en poder de Hussein. Nunca se encontraron. Por último, ennobleció su discurso y se autoproclamó portador de libertad y democracia para un pueblo oprimido por el autócrata sunnita. Pero ni esto parece. El lunes 19-1-04 una multitud de 100.000 –a 300.000, según los británicos– iraquíes chiítas reclamó en Bagdad elecciones generales, libres y directas para tener gobierno propio ya. El jueves anterior así lo hicieron 30.000 en Basora. Es que el designio de la Casa Blanca es otro: para traspasar el gobierno que hoy ejerce –bajo su égida– un Consejo de exiliados iraquíes elegidos a dedo por las autoridades estadounidenses, ha imaginado la celebración de reuniones de los notables de cada una de las 18 provincias del país que nombrarían delegados a una asamblea nacional que a su vez elegiría a un gobierno provisional que, ése sí, llamaría a elecciones generales aunque no antes del 2005. Es decir, algo parecido al sistema del caucus norteamericano, con una diferencia sin embargo: los que designan al candidato a presidente de su partido son elegidos por las bases. En Irak, para Washington, ni eso.
Los británicos se muestran más flexibles que sus directores estadounidenses, aunque siempre en la línea de la elección indirecta. Consideran que los comicios se pueden anticipar y proponen que surjan del voto directo, en municipios y provincias, los dos tercios de un colegio electoral que elegirá al nuevo gobierno. El tercio restante sería nombrado por las autoridades iraquíes actuales con el visto bueno, claro, de los ocupantes. Pero los manifestantes gritaban “Elecciones, sí, sí. Ocupación, no, no” y agitaban banderolas en las que podía leerse “Una democracia verdadera nace de elecciones verdaderas”. El líder de este movimiento es el Gran Ayatolá Alí al-Sistani, el jerarca religioso más influyente de la comunidad chiíta, que suma unos 15 millones del total de 25 de la población del país. “Los hijos del pueblo iraquí exigen un sistema político con base en elecciones directas y en una constitución que asegure igualdad y justicia para todos”, postuló en el mitin de Bagdad Hasehm alAwad, representante de al-Sistani. Aclaró por las dudas: “Pedimos democracia, para eso vinieron los norteamericanos” (The Guardian, 19-104).
El proyecto postinvasión de Washington se agrieta cada día. Contemplaba tres etapas para legitimar la invasión: a) la captura de Hussein; b) la reducción de las bajas yanquis en consecuencia; c) el traspaso del gobierno a una administración iraquí conformada a su gusto. Logró lo primero en diciembre último, pero eso no acabó con la resistencia, también integrada por franjas islámicas que odian al autócrata laico. Más bien al revés: el número de bajas crece y la oposición de Al-Sistani aja los designios electoraleros de la Casa Blanca. Que intenta sortear este callejón sin salida recurriendo ahora al manto de las Naciones Unidas, las mismas que ignoró cuando invadió sin consenso y a las que negó todo papel en la llamada reconstrucción de Irak. Es que hay dificultades de comunicación con Al-Sistani: repitiendo la actitud de sus compatriotas, que se negaban a hablar con los colonialistas británicos de 1918, rechaza cualquier tipo de reunión con el virrey Paul Bremer. Este le envía emisarios para negociar que vuelven con las manos vacías. Entre otras cosas, el Gran Ayatolá insiste en que un gobierno no elegido democráticamente carece del derecho a decidir que las tropas ocupantes sigan en el país durante años, como EE.UU. pretende. Los atentados suicidas continúan y acrecientan el caos imperante en Irak. El domingo pasado estallaron 450 kg de dinamita frente a la “Puerta de los Asesinos”, en el cinturón amurallado del centro de Bagdad que protege a los mandos invasores. Curiosamente, en vez de denostar al terrorismo, algunos iraquíes reclamaron más protección y otros compartieron las reflexiones de Khalid Ahmed, sobreviviente de la explosión, que en su lecho de hospital exclamaba: “¿Qué está pasando en este país? Nunca hubo una violencia semejante. Nadie se siente seguro en la calle. Los norteamericanos entraron con violencia y la violencia no terminará hasta que se vayan” (The Daily Telegraph, 19-1-04).
La música pop fue considerada subversiva alguna vez, pero hoy más que subversiva en Irak. Las autoridades de ocupación han prohibido la difusión de los jóvenes cantautores iraquíes de pop, pero los comercios del ramo reproducen y venden como pan fresco los CD con sus canciones. Sabah al-Jenabi, uno de ellos, entona: “EE.UU. vino y ocupó Bagdad. El ejército y el pueblo tienen armas y municiones. Luchemos en nombre de Dios”. O: “Los hombres del Islam lucharán contra los yanquis como soldados sin líder. Arrastraremos por el fango el cuerpo de Bush” (The Scotsman, 19-104). Las melodías se inscriben en la tradición musical religiosa de siglos, pero las letras ensalzan a los resistentes de Fallujah que acostumbran a derribar helicópteros del ejército estadounidense. No es descabellado pensar que las tropas invasoras recibirán más aplausos al irse que al entrar.

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