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¿Marshall o Llahsram?

Por Alfredo Eric Calcagno*

El Presidente Kirchner sugirió en la Cumbre de Monterrey la posibilidad de un nuevo Plan Marshall para América latina y la Argentina. Fue una referencia inesperada que rompió con las generalidades y ambigüedades que son casi obligatorias en esas reuniones.
El Plan Marshall original tuvo finalidades políticas y económicas. Primero, sirvió para reconstruir la Europa devastada por la guerra; segundo, fue un muro de contención para el comunismo, y tercero, volvió a crear un mercado para sus productos. Para eso, Estados Unidos transfirió de modo directo 13.300 millones de dólares, que a precios de 2003 significan 102.000 millones de dólares. Estos fondos fueron esenciales para rehacer Europa, Alemania incluida. El 65 por ciento de la ayuda era para el consumo y el 35 para la inversión; en especial, se financió la inversión pública en infraestructura: caminos, puentes, ferrocarriles, puertos, que habían sido muy dañados por la guerra.
En América latina, la Alianza para el Progreso, pensada como intento sesentista de contener a la Revolución Cubana, fue el equivalente del Plan Marshall. Los pilares de esa acción norteamericana dejan, con extrañeza, algo de “nostalgia”, pues propugnaban reforma agraria, reforma fiscal progresiva y uso de la planificación como método de gobierno..., temas que hoy son insólitos en la política estadounidense.
En la actualidad, y desde hace tiempo, existe en verdad un Plan Marshall, pero al revés: los que trasfieren fondos hacia los países desarrollados son los subdesarrollados. El caso argentino es paradigmático. Para advertir la magnitud del saqueo que sufrimos, comparemos los 102.000 millones que ingresaron a Europa con el Plan Marshall, con los 93.900 millones de dólares que se le cargaron a la Argentina por intereses de la deuda externa en el período 1990/2001; y con los 117.000 millones de dólares que los residentes en la Argentina tenían en el exterior en diciembre del 2002.
Frente a esta realidad podemos pensar en un Plan Marshall mínimo, que no consista en el envío de fondos por parte del mundo desarrollado, en este caso Estados Unidos sino en que dejen de extraer los recursos generados por los propios países, vía deuda externa, remesas de utilidades y pago de patentes. Frente a la política de “aislacionismo agresivo” que plantean los Estados Unidos, no está mal recordarles sus propias fuentes, y la capacidad de adecuar las políticas a los momentos históricos. Nuestro Plan Marshall, ahora y aquí, no consiste en que nos traigan dólares sino en que no se lleven los que generamos nosotros. En ese contexto, la iniciativa del presidente Kirchner implica una negociación muy dura de la deuda externa y fuertes restricciones a las salidas de capitales. La ventaja es que su ejecución no depende de decisiones ajenas, que siempre tienen su precio sino de nuestra propia capacidad de acción.

* Economista. Ex funcionario de la Cepal y la Unctad. Autor de El universo neoliberal y La perversa deuda, entre otros ensayos.

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