CONTRATAPA
Costos
› Por Juan Gelman
“Fue por Iraq y salió palestinado”: es la frase que acuñó un prestigioso diplomático latinoamericano al evaluar la gira del vicepresidente estadounidense Dick Cheney por diez países árabes del Medio Oriente –más Israel y Gran Bretaña– que finalizó el martes último. El intento de Washington de separar la cuestión palestina de su voluntad de voltear a Saddam Hussein no encontró oídos complacientes. En cambio, Cheney debió escuchar de reyes, príncipes y presidentes de la región un nítido rechazo a cualquier intervención militar contra Bagdad y se enteró de que estaban ante todo interesados en que el gobierno Bush frenara de una buena vez los ímpetus represivos de Tel Aviv y cesara la ocupación israelí de territorios palestinos.
Se enteró de algo más: Arabia Saudita, aliado clave en la “guerra antiterrorista”, le niega a Washington el uso de la base aérea de Príncipe Sultán para bombardear suelo iraquí. Hay razones para esta oposición árabe generalizada. El rey Abdulla II de Jordania fue quien tal vez expresó mejor una muy principal: “Es el potencial Armagedón de Iraq lo que nos preocupa –declaró a Los Angeles Times–... Es un camino tremendamente peligroso”. “No podemos soportar más inestabilidad en la región”, precisó. “Si la región explota, Europa y Occidente tendrán que involucrarse”, advirtió. Por su parte, Turquía teme una fragmentación de Iraq que mueva a los kurdos iraquíes del norte a proclamar un Estado autónomo al que se sumarían los kurdos del sur turco. Siria y Jordania temen que los shiítas del sur iraquí unan su territorio al Irán que otros shiítas gobiernan.
La postura de los países árabes también admite motivos económicos. Participar en la segunda etapa de la cruzada de Bush hijo significaría para Jordania, por ejemplo, la pérdida de unos 800 millones de dólares (el 11 por ciento de su PBI) porque cesaría el suministro del baratísimo petróleo iraquí. El monto del comercio de Arabia Saudita con Iraq es de 300 millones de dólares anuales. Siria, Egipto y Turquía le venden más que nunca a cambio de oro negro a precio bajo. Bulent Ecevit, el primer ministro turco, lo dijo sin tapujos: “Un ataque contra Iraq afectaría gravemente a Turquía..., su economía descansa en equilibrios muy frágiles”. Es un cambio notable: nadie olvida que Ankara, como Riyadh, fue de suma importancia estratégica en la Guerra del Golfo de 1991 y que de sus territorios partía buena parte de los ataques aéreos contra Iraq.
Sin embargo, es posible que la razón más importante del fracaso de Cheney radique en el estado de la opinión pública de la región, no precisamente favorable a EE.UU. Lo explicó incluso el mandatario de los muy pequeños Emiratos Arabes Unidos cuando instó a Cheney a “poner fin a la grave agresión israelí contra el pueblo palestino”. Hay además irritación por el bombardeo sistemático de Iraq que EE.UU. y Gran Bretaña continúan y que a principios de 200l ya duraba más que la entera intervención yanqui en Vietnam. También por las sanciones que la ONU impuso a Bagdad y que en diez años causaron la muerte –por hambre, falta de medicamentos y de agua potable– de medio millón de niños iraquíes. Antes de 1990 el ingreso per cápita del país era de más de 3 mil dólares anuales; hoy es inferior a 500. Una encuesta que en febrero pasado Gallup realizó en Medio Oriente mostró que el 61 por ciento de los interrogados no cree que el 11 de septiembre fuera obra de árabes, el 77 por ciento dijo que no se justifica una guerra contra Iraq y el 53 por ciento expresó animosidad –para ser suaves– contra EE.UU. en general.
Ni la CIA cree que Saddam Hussein tuvo que ver con el “martes negro”, y el presidente Bush ha debido cambiar de argumento. Lo repitió Cheney a lo largo de su gira: Bagdad mantiene programas de obtención de armas de destrucción masiva y “EE.UU. no permitirá que las fuerzas del terror tengan herramientas de genocidio”. Lo refutó de antemano el superhalcón Scott Ritter, ex jefe del cuerpo de inspectores de la ONU encargado dedesmantelar ese armamento en Iraq: “Desde el punto de vista cualitativo -escribió en The Boston Globe el 3-9-00– Iraq ha sido de hecho desarmado... Los programas de desarrollo de armas nucleares, químicas y biológicas, que eran una amenaza real en 1991, habían sido destruidos o inutilizados hacia 1998”. En cualquier caso, el único país que posee un arsenal nuclear en la región es Israel. Nadie más.
José María Aznar, el muy conservador presidente de España, observó que un ataque contra Estados hostiles (a EE.UU.) como Iraq “no es lo mismo que la lucha contra el terrorismo”. Pero Washington está dispuesto a llevarlo a cabo aunque sea en solitario, aplica ya medidas militares conducentes y, como Colin Powell aclaró, la cuestión no es si se hará, sino cuándo. Ni las dificultades que atraviesa su socio más firme, Tony Blair, disuaden a Bush hijo. El jefe de gobierno británico no sólo padece rebeliones en su gabinete y en su propio partido. Según The Observer del 18 de marzo, altos jefes militares de las islas lo hicieron objeto de “una dura advertencia”: “Cualquier guerra contra Iraq –registró el diario inglés– está condenada al fracaso y produciría la pérdida de vidas por un exiguo beneficio político”. La veterana legisladora laborista Tam Dalyell redondeó: “El costo en miseria y en vidas humanas de otra contienda en Iraq es inaceptable. Nuestro mensaje (a Blair) es claro y simple: no hay que participar en la decisión de matar a más civiles desvalidos”.