Mié 02.11.2016

CONTRATAPA

Carta a Philip Marlowe

› Por Horacio González

(Los Angeles/California /Poste restante)

Estimado Phillip, no nos conocemos, pero a Usted somos muchos los que lo extrañamos y recordamos sus casos y sus cáusticas frases, toda una ética abreviada para tiempos amargos. Una extraña razón, que no sabríamos explicar muy bien, nos hace creer que en una época donde tenemos tan pocas situaciones en que confiar, usted es una persona que sabría comprendernos. Su pesimismo lúcido terminaba siempre siendo una forma de la esperanza. Pero antes de pasar al tema concreto, que no le llevará más de dos o tres minutos de lectura, quiero preguntarle si existe todavía el Victor´s Bar, donde usted nos enseñó a averiguar a qué hora sería mejor entrar a un establecimiento de esa especie. Creo que con su puritanismo disfrazado de toques finos de destemplanza, usted recomendaba entrar…¡a las cinco de la tarde!, momento específico para tomar un gimlet, que si no me olvido, era un cócktel especial quizás de su invención, que tenía un poco de gin, de bitter, limón y algo más. Disculpe, pues con los años se me escapa la verdadera composición de esa gloriosa fórmula.

Iré al grano, o al punto como dicen ustedes. Desde que Usted dejó su oscura oficina de vidrios esmerilados en Los Angeles, muchos hechos han ocurrido en el mundo. Sabemos que a usted de repente le surgían casos detectivescos donde era necesario pasar de pequeños temas que parecían insignificantes a descubrir los sórdidos hilos de poder invisibles que dirigen una sociedad. Sin ir más lejos, aquí en la Argentina, un país repleto de extrañas vicisitudes, después de un largo ciclo donde asomaba una cauta ilusión, avanzó un estilo de comportamiento, diré más, una forma de existencia, por la cual se impuso un trato arruinado entre las personas. Sobre todo en las comunicaciones masivas, que actúan como aquellos trust de su tiempo, con magnates gobernando el país tan solo con someras habilidades de gerentes y sub gerentes del capitalismo. Igualitos a los que usted se encontró tantas veces en su camino. Todo lo que sabemos por el gran relato de sus peripecias en el escrito titulado “El largo adiós” –magnífico, aprovecho para felicitarlo tardíamente por ello–, se verifica aquí aumentado y agravado. No hay pensamiento ni vida de cualquier persona que sea, que no esté tocada por esas ambientaciones laceradas que usted deshacía, incluso sin saberlo, donde detrás de mujeres fatales y situaciones inadvertidas, se revelaban maquinarias de dominio donde se aliaban los grandes financistas, los propietarios de las cadenas de comunicación, los jueces ligados a oscuros poderes estatales y los políticos más conservadores, aunque se refugiasen en sus máscaras dadivosas o beneméritas. Lo que quiero transmitirle, respetuosamente, es que todo lo que vio Usted, todo, todo, se ha agravado aquí.

Y lo más notable es que son muchos los que se sienten cómodos asistiendo al espectáculo de la pérdida de derechos, a una disciplina empresarial rigiendo los asuntos generales de la economía y con los sindicalistas de las grandes organizaciones –sé que no es su tema, pero este país tiene grandes tradiciones sindicales–, sin animarse a decir esta boca es mía o incluso oponiéndose a los que se oponen a tantos descalabros. De vez en cuando hay ejemplos individuales como los que daba usted, el lobo solitario, casi sin darse cuenta, demostrando que no todo estaba perdido. Pero no quiero dejar de aclararle que también existen muchísimas personas que no se han dado por vencidas porque saben que puede haber otro país, menos cobarde ante el futuro, no como el que quieren enmudecer las Corporaciones. Estas son muy parecidas pero más sofisticadas respecto a aquellas con las que ocasionalmente Usted tropezaba cuando tocaba el nervio oculto del Dinero, lo que lógicamente llevaba al crimen. Hace años que no recibo noticias suyas aunque siempre comprendí el misterioso significado de la expresión “largo adiós”. Es el otro nombre del destino. Por eso siempre estamos despidiéndonos y siempre algo queda. De vez en cuando, a las cansadas, las televisiones nocturnas pasan algún film con Humphrey Bogart o Robert Mitchum, donde sus aventuras son recordadas en imágenes y usted demuestra que su alma triste y diáfana podía ser comprendida por esos y otros grandes actores. Es una manera de tenerlo presente, querido Marlowe. Lo imagino retirado, entrado en años y mirando al mundo que nos toca, con sereno desconsuelo. Quizás en Atlantic City.

Hace muchos años, un amigo mío, gran escritor argentino, Juan Sasturain, le escribió una Carta al Sargento Kirk. Para dirigirle a Usted ésta, me he inspirado en ella, aunque no ignoro las situaciones diversas que hacen a las circunstancias tan diferentes entre Usted y Kirk, ni la magnitud de la esquela que recibió el Sargento en aquella ocasión. Además Kirk actuaba en el desierto y usted en la jungla urbana. Tampoco los tiempos son coincidentes. Pero en una cosa se parecían. Ustedes dos eran discrepantes con los grandes poderes, prefirieron el retiro, la soledad o la angustia, a tener que contribuir con los engranajes más terribles de la explotación humana. Ustedes eran personas con profesiones y destinos que se ocupaban de cosas que en principio no hacían prever las actitudes altruistas o idealistas que realmente tendrían. Así, todo lo que hacían valía más.

Forjan calladamente un culto a la amistad y al honor, pero no lo andan proclamando a voz en cuello. Son austeros siempre, porque su acción deja un sentimiento de melancolía. Es la forma casi secreta del compañerismo y no se jactan más que en silencio de haber hecho siempre lo correcto cuando alguien los precisaba. Bueno, aquí termino estas líneas, querido Philip, que espero no considere inoportunas. Si recibe esta misiva y así lo desea, puede responder a la dirección de este diario. Muchos se alegrarán de recibir un mensaje con su remitente, dos, tres líneas, alguna frase sentenciosa, lo que sea. Si lo hace, y no lo tome como una indiscreción, no se olvide de comentar qué fue de la vida de Carmen Sternwood. Solo le he escrito para que supiera largamente que no lo hemos olvidado. Siempre suyo.

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