Sáb 21.02.2004

CONTRATAPA

Soñando con la guerra

Por Gore Vidal *

De todos los enemigos de las libertades públicas, la guerra es quizás el más temible, porque contiene y desarrolla el germen de todos los demás. Como padre de los ejércitos, la guerra fomenta deudas e impuestos, que son los instrumentos para someter a la mayoría a la dominación de unos pocos. En la guerra se amplía asimismo el poder discrecional del Ejecutivo (...) y todos los medios de seducir a las mentes se suman a las formas de sojuzgar la fuerza del pueblo.
Así nos prevenía James Madison en los albores de nuestra república.
Después del 11 de septiembre, gracias a la “dominación de unos cuantos”, el Congreso y los medios de comunicación guardan silencio mientras el Ejecutivo, por medio de la propaganda y de sondeos sesgados, seduce a la opinión pública, crea centros de poder hasta ahora impensables, e invita a la población a afiliarse al TIPS, un sistema civil de espionaje para denunciar a quienes despiertan sospechas o ponen objeciones a lo que el gobierno está haciendo en el país o en el extranjero.
Cualquier país sabe la manera de protegerse de los matones que nos dieron el 11 de septiembre, y la guerra no es una alternativa. Las guerras se hacen contra países, no contra grupos desarraigados. A esos se les pone precio por cabeza y se los captura. Italia lo hizo con la mafia siciliana, y nadie propuso que se bombardee Palermo. Pero la Junta Cheney-Bush quiso una guerra. Los medios de comunicación, nunca muy finos para los análisis, pierden cada vez más coherencia. En la CNN, hasta el impasible Jim Clancy empezó a hiperventilar cuando un académico indio trató de explicar que Irak fue en otro tiempo nuestro aliado y “amigo” en su guerra contra nuestro satánico enemigo Irán. “Nada de ese rollo conspirativo”, gruñó Clancy. Rollo conspirativo es un eufemismo de “verdad que no se puede decir”.
Mohammed Heikal, un brillante periodista y observador egipcio, que en su día fue ministro de Exteriores, declaró el 10 de octubre de 2001 al Guardian: “Bin Laden no tiene los recursos para una operación de esta envergadura. Cuando oigo a Bush hablar de Al-Qaida como si fuese la Alemania nazi o el Partido Comunista de la Unión Soviética, me río porque sé de qué se trata. Bin Laden ha estado años sometido a vigilancia: todas sus llamadas telefónicas eran escuchadas, y Al-Qaida ha estado infiltrada por los servicios estadounidense, paquistaní, saudí y egipcio. No habría podido mantener en secreto una operación que requería un grado semejante de complejidad y organización”. El antiguo presidente del servicio interior alemán de inteligencia, Eckehardt Werthebach, lo explica en detalle (4 de diciembre de 2001). El ataque del 11 de septiembre exigía “años de planificación”, mientras que la escala en que se produjo indica que fue producto de “acciones organizadas por un Estado”. Quizá, después de todo, Bush hijo tenía razón al llamarlo una guerra. Pero ¿qué Estado nos atacó?
Que los sospechosos formen fila. ¿Arabia Saudita? “No, no. Caramba, les estamos pagando 50 millones de dólares al año por entrenar al servicio de seguridad real en nuestro propio, aunque árido, sagrado suelo. Es cierto que hay en el reino muchos enemigos ricos e instruidos, pero...” ¿Egipto? Ni hablar. En bancarrota a pesar de la ayudita estadounidense. ¿Siria? No tiene fondos. ¿Irán? Demasiado orgullosa para ocuparse de un advenedizo como Estados Unidos. ¿Israel? Sharon es capaz de cualquier cosa, pero no estaba al mando cuando la operación dio comienzo con la infiltración de activistas “durmientes” en las cinco escuelas de vuelo estadounidenses, hace cinco o seis años. ¿Estados Unidos? Hay elementos del empresariado ansiosos de que se produzca “un ataque masivo externo” que nos permitiría declarar guerras cuando el presidente lo considerase oportuno y suspender las libertades civiles.
Bush padre y Bush hijo se están riendo ahora. ¿Por qué? Porque en aquel entonces el presidente era Clinton. Cuando Clinton es excluido de la listade sospechosos, dice más enojado que triste: “Cuando dejamos la Casa Blanca teníamos un plan para una guerra sin cuartel contra Al-Qaida. Se lo entregamos a este gobierno y no hicieron nada. ¿Por qué?” Pasa de largo, mordiéndose el labio. Los Bush ya no se ríen.
Pakistán interrumpe: “¡Fui yo! ¡Lo confieso! No pude contenerme. Soy un malhechor”. Es obvio que el culpable es Pakistán: en parte. Ahora debemos remontarnos a 1979, cuando se desencadenó “la más amplia operación encubierta en la historia de la CIA”, en respuesta a la invasión rusa de Afganistán. Ahmed Rashid, especialista en Asia central, escribió en Foreign Affairs de noviembre-diciembre de 1999: “Con el apoyo activo de la CIA y de los servicios paquistaníes que querían convertir la jihad afgana en una guerra global, librada por todos los estados musulmanes contra la Unión Soviética, unos 35 mil musulmanes radicalizados de 40 países se alistaron entre 1982 y 1992 (...) más de 100 mil musulmanes extremistas extranjeros sufrieron la influencia directa de la jihad afgana”.
La CIA entrenó y financió a estos combatientes. En marzo de 1985, el presidente Reagan promulgó la directiva 166 de Seguridad Nacional por la que se incrementaba la ayuda militar al tiempo que especialistas de la CIA se reunían con sus homólogos de los ISI cerca de Rawalpindi, Pakistán. La mejor crónica de este encuentro es la del Jane’s Defense Weekly (14 de septiembre de 2001): “La mayoría de los instructores pertenecía a los Servicios de Inteligencia Internos (ISI) de Pakistán, agencia que aprendió su oficio de los Boinas Verdes y la Armada en diversos centros de instrucción de Estados Unidos”. Esto explica por qué la administración se mostraba reacia a explicar la causa de que tantas personas que no califican tuvieran visa para visitar nuestras hospitalarias costas. En Pakistán, “la instrucción masiva de mujahidines afganos fue posteriormente dirigida por el ejército paquistaní bajo la supervisión de los servicios especiales de elite. En 1988, con conocimiento de Estados Unidos, Bin Laden creó Al-Qaida (La Base), conglomerado de células terroristas cuasi independientes, en unos 26 países como mínimo. Washington hizo la vista gorda”.
El 4 de septiembre de 2001, el Daily Telegraph de Londres informó de la llegada a Washington del director general de los ISI, el general Mahmoud Ahmed. El 10 de septiembre, el diario paquistaní The News señaló: “La semana de estancia en Washington del jefe de los ISI ha suscitado conjeturas sobre sus misteriosas reuniones en el Pentágono y el Consejo de Seguridad Nacional. Fuentes del Departamento de Estado afirman que realiza una visita de rutina para devolver la que el director de la CIA, Charles Tenet, hizo a Islamabad.” No se facilitaron más detalles. Pero el 8 de octubre Mahmoud fue destituido como jefe de los ISI y adelantó su jubilación. El Times de la India (8 de octubre de 2001) fue el primero en informar del motivo: “Fuentes locales de alto nivel confirmaron el martes que el general perdió su empleo debido a las ‘pruebas’ presentadas por la India que demuestran sus vínculos con uno de los pilotos suicidas que destruyeron el World Trade Center. Las autoridades estadounidenses solicitaron su destitución tras confirmarse el hecho de que el jeque Ahmad Uhmar, a instancias del general Mahmoud, giró desde Pakistán 100 mil dólares al secuestrador”.
Ahora sabemos que Mohammed Atta estaba al mando de los 19 hombres que secuestraron los cuatro aviones el 11 de septiembre de 2001. Murió en la colisión con la primera torre. ¿Ordenó el general Mahmoud, durante su visita a Washington, que se le enviara dinero, como afirma el Times de la India y ratifica el Wall Street Journal (10 de octubre de 2001)?
Esta es, sin duda, una de las preguntas que serán respondidas durante el futuro impeachment de George W. Bush, hijo. Esperemos que el jefe Cheney le haya explicado la conexión con Pakistán.
* Escritor norteamericano.

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