Lun 23.02.2004

CONTRATAPA

El Ford Falcon

Por Eduardo “Tato” Pavlovsky

El otro día miraba por televisión la despedida que se hacía al último taxi Ford Falcon, que ya había cumplido la etapa de sus años de trabajo. Se jubilaba. El taximetrero hablaba de la despedida que al otro día se le iba a hacer, con todo tipo de bocinazos y de participación popular.
El trabajador parecía muy emocionado con su Ford Falcon, a quien calificaba como formando parte de su familia –tal había sido el grado de afecto e intimidad que habían logrado con el coche– a través de los años.
No dejaba de producir una especie de emoción contagiosa el percibir tanto cariño por su instrumento de trabajo. No a todos les pasa. Me es imposible olvidar que los Ford Falcon en la Argentina fueron uno de los “emblemas” de la dictadura. Los “Ford Falcon” eran temidos hasta por la gente que constituía la masa gris astizforme de la complicidad civil.
Donde pasaba o se detenía un Falcon sabíamos todos que habría secuestros, desaparición, tortura o asesinato. Era lo terrorífico como expresión simbólica. Los coches de la muerte. Los coches del secuestro.
No hubo película argentina sobre la dictadura donde no aparecieran como presencia constante de los crímenes de los secuaces del Proceso.
Todo eran los Ford Falcon. Lo “paradigmático” por excelencia. Después pensé en la psicoanalista inglesa Melanie Klein y me tranquilicé. El Ford Falcon del taxi era el “pecho bueno”, el Ford Falcon de la dictadura el “pecho malo”. Eso me tranquilizó y me puse a ver Independiente por televisión.

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