CONTRATAPA
Las lecciones de la guerra
Por Howard Zinn *
Después de un año de lucha en Irak y de una ocupación matizada por la violencia, sería prudente decir, debido el fiasco sobre la ausencia de las “armas de destrucción masiva”, que como regla general cualquier motivo o justificación oficial para ir a la guerra debe ser recibida con escepticismo.
Este comportamiento sería un punto de partida saludable considerando las tendencias del Congreso y de los grandes medios de información de asumir, como ocurrió antes del comienzo de la guerra contra Irak, que el gobierno dice la verdad. Tal escepticismo representaría indudablemente un enfoque prudente ante cualquier supuesta franqueza proveniente de las conferencias de prensa presidenciales, en medio de una campaña electoral.
Si a un ser humano que está siendo juzgado no puede condenárselo a muerte siempre que exista una “duda razonable”, entonces este criterio debe ser aplicado con más razón cuando la vida de miles de personas está en juego. La decisión de ir a la guerra contra Irak debió haber sido cuestionada en dos direcciones.
En primer lugar, que las tan temidas armas que supuestamente Irak poseía no habían sido encontradas a pesar del trabajo que durante meses realizó allí un equipo de inspectores de Naciones Unidas con acceso ilimitado. En segundo lugar, el sentido común indicaba que una nación de 25 millones de personas, devastada por dos guerras y 10 años de sanciones económicas, sin siquiera un arma nuclear, rodeada de enemigos mucho mejor armados, no podía representar una amenaza inminente para la máquina militar más poderosa de la historia.
No sólo el presidente engañó al público y llevó al país a la guerra con argumentos que desafiaban la lógica, sino que el Congreso y la prensa, al estar de acuerdo, se convirtieron en cómplices del engaño.
Un poco de historia hubiese aconsejado un poco de escepticismo. Podría haberse recordado que el presidente James Polk nos llevó a la guerra contra México en 1846, que William McKinley nos condujo a un enfrentamiento contra España en 1898 y que el Congreso autorizó la guerra en Vietnam en 1964, en todos los casos con engaños.
¿No deberíamos, después de los terribles acontecimientos del 11 de septiembre, haber actuado de manera más inteligente y enfocada contra el terrorismo, buscando las causas principales, en lugar de ir dando golpes a ciegas contra todo lo que nos pareciera un blanco fácil –Afganistán, Irak–? ¿No deberíamos haber pensado que esas acciones militares podrían fomentar el terrorismo en lugar de disminuirlo?
Cuando los argumentos para la guerra son débiles, ¿no deberíamos preguntarnos cuál es el verdadero motivo de una intervención militar?
La historia pude ser útil aquí. ¿Sería muy vergonzoso sugerir que el petróleo es la razón principal de prácticamente todo lo que Estados Unidos ha hecho en Medio Oriente? La verdadera razón de la guerra contra México fue apoderarse de casi la mitad de su territorio. La verdadera razón para la guerra contra Cuba fue sustituir el control español sobre la isla por el de Estados Unidos. La verdadera razón de la guerra contra Filipinas fue el mercado chino. La verdadera razón de la guerra contra Vietnam era apoderarse de otra propiedad en el juego de Monopolio de la Guerra Fría con la Unión Soviética.
Otro principio general apoyado por la historia: las intervenciones militares y las ocupaciones no llevan a la democracia. Podría citar las largas ocupaciones de Filipinas, Haití y República Dominicana. También podríamos hablar de la acción militar contra Vietnam, en nombre de un gobierno corrupto y dictatorial, y de las muchas acciones encubiertas
– Irán, Guatemala, Chile– que llevaron a brutales dictaduras.
Más conclusiones sacadas de la historia y de nuestra experiencia en Irak: todas las guerras tienen consecuencias no intencionales, usualmente malas. Las ocupaciones militares corrompen a los ocupados y a losocupantes; las bajas de una aventura militar no son sólo las que ocurren inmediatamente, sino que continúan en el futuro.
Recordemos las decenas de miles de suicidios de veteranos de Vietnam o las 160 mil bajas médicas durante la guerra del golfo Pérsico.
Una última lección del pasado y del presente: el público estadounidense no puede depender de nuestro sobreestimado sistema de “controles y balances” para evitar una guerra innecesaria y costosa. El Congreso y la Corte Suprema han demostrado no ser el control necesario para un Poder Ejecutivo belicista. Sólo una ciudadanía despierta puede ser ese control al poder desenfrenado que una democracia necesita.
* Profesor emérito de la Universidad de Boston y autor de La historia popular de Estados Unidos.