CONTRATAPA
Soberanías veredes
› Por Juan Gelman
“El traspaso de una soberanía nominal a unos pocos iraquíes seleccionados en un país todavía ocupado marcará como traidora a cualquier autoridad iraquí presuntamente soberana.” La frase no pertenece al rebelde clérigo chiíta Al Sadr, a otro vocero de la resistencia o a los ciudadanos corrientes que contemplan con escepticismo el nuevo gobierno interino que se instalará en Bagdad el próximo 30 de junio con la bendición de la Casa Blanca. Son palabras de Zbigniew Brzezinski –nada menos–, ex asesor de Seguridad Nacional del presidente Carter y autor de un libro publicado en 1997 en el que propuso que en el Gran Medio Oriente sucediera lo que está sucediendo (véase Página/12, 24-1-02). Agregó lo que dicta el sentido común: ningún gobierno puede ser totalmente soberano mientras su país “sigue ocupado por un ejército extranjero, 140.000 hombres, sujeto a nuestra autoridad”. El martes anterior, el presidente W. Bush; su secretario de Estado, Colin Powell, y su asesora de Seguridad Nacional, Condoleezza Rice, habían insistido en que se traspasa a Irak una “total soberanía”. Quizá lo afirmaron para probar una vez más que el sentido común es el menos común de los sentidos, al decir de Bernard Shaw.
Powell se apresuró a aclarar que el nuevo interinato no tendrá poder para dirigir, supervisar o vetar las operaciones militares que imaginen los mandos ocupantes. Y luego: esos efectivos, incluido el ejército de mercenarios, seguirán gozando de inmunidad jurídica, es decir, no pueden ser juzgados por magistrados iraquíes cualquiera sea el crimen que cometieren, por ejemplo, las torturas en la prisión de Abu Ghraib. De 110 a 160 asesores estadounidenses controlarán la actividad de los ministerios iraquíes, en algunos casos por contratos de hasta 5 años de duración extendidos por la Autoridad Provisional de Coalición (APC) que encabeza el virrey Paul Bremer III. Dicho de otra manera: las palancas más importantes del poder civil también quedarán en manos de Washington. Para algunos, los límites de la “soberanía total” son tan estrechos “que convierten al proceso en una burla” (The New York Times, 2-6-04). Otros comparan a Bremer con Sir Precy Cox, el alto comisionado británico que llegó en 1920 a un Irak bajo mandato del Reino Unido, nombró y manejó férreamente a los ministros de su gabinete y a los administradores provinciales iraquíes, organizó un ejército local, impuso como gobernante al rey Faisal I gracias a un plebiscito fraudulento y allanó el camino para que los intereses petroleros británicos obtuvieran la explotación del oro negro iraquí por un plazo de 75 años.
Para buena parte de la población invadida, el nuevo gobierno interino es prácticamente un duplicado del anterior Consejo de Gobierno Iraquí (CGI) designado a dedo por Washington: lo integran exiliados que retornaron luego del derrocamiento de Saddam Hussein. El sheik Ghazi al Yawar, designado presidente, pasó 15 años en Arabia Saudita. El primer ministro Iyad Allawi, caracterizado por sus lazos muy estrechos con la CIA y el Ml6 o servicio de inteligencia británico, 32 años en el Líbano e Inglaterra.
El vicepresidente Ibrahim Jaffari no pisaba Irak desde 1980. No son muy populares. Una encuesta realizada a fines de abril por encargo de la APC reveló que sólo un 22 por ciento de los interrogados expresó su apoyo a Allawi, mientras que el 61 se manifestó en contra (The Globe and Mail, 315-04). El politólogo Hussein Hafed al Ukaly, del Centro de Estudios Internacionales de la Universidad de Bagdad, preguntó: “¿Cómo se puede aceptar a gente que volvió con los ocupantes? Quienes fueron torturados ysufrieron dentro de Irak (bajo Hussein) merecen esas posiciones”(Middle East Online, 1-6-04).
Se suponía que el argelino Lakhdar Brahimi, enviado de las Naciones Unidas, iba a designar a los miembros del nuevo gobierno interino. Es público y notorio que fue marginado por Bremer y el CGI, que impusieron sus candidatos. Brahimi buscaba el establecimiento de un gobierno más equilibrado y representativo que el finalmente creado. Por ejemplo, prefería al científico nuclear y apolítico Hussein al Shahristani como primer ministro, y no a Allawi, claramente identificado como un peón de EE.UU. Como dijo el secretario general de la ONU, Koffi Anan, el proceso de selección “no fue perfecto”.
Se ha querido presentar el nombramiento de Al Yawar en el decorativo puesto de presidente como un gesto de independencia del CGI. Es cierto que este ex miembro del tal Consejo se había pronunciado por la rápida retirada de las tropas invasoras y amenazó con renunciar si el ejército norteamericano continuaba atacando a Faluja, acción que calificó de ilegal. Pero su designación más bien parece el resultado de un cierto recorte de la influencia de los “halcones-gallina”, que querían al declaradísimo proyanqui Adnan Pachachi en la presidencia. Las estrategias de Dick Cheney, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz y otros neoconservadores despertaron fuertes críticas de jefes militares y dividieron al partido republicano: en el Congreso aumenta el número de legisladores del partido de Bush que critican las políticas aplicadas en Irak. Son los llamados “realistas” y están inquietos por la cantidad de bajas estadounidenses –más de 800 muertos y varios miles de heridos–, las incidencias del costo de la guerra y la ocupación –que llevó el déficit presupuestario de EE.UU. al inaudito nivel de casi 500.000 millones de dólares–, el desprestigio internacional acentuado por las imágenes de Abu Ghraib y el descenso de la popularidad de W. Bush a pocos meses de las elecciones.
Nada hay como la realidad para convertir a los republicanos en realistas.