Mié 09.06.2004

CONTRATAPA

Conspiraciones y aberraciones

› Por Luis Bruschtein

“Y quiero manifestar que nosotros también creemos que estuvo mal lo que se hizo en la ESMA”, dijo el militar bigotudo y de pelo crespo con gesto civilizador, de hombre responsable, cuando en realidad estaba actuando su propia caricatura. Con la cuestión de la conspiración y la cena de dinosaurios en el Regimiento Patricios, varios programas invitaron a este personaje de la épica carapintada para explicar que en realidad había sido una cena de personas respetables, gente moderada que de ninguna manera podría vincularse a una conspiración de civiles y militares.
El hombre hacía tanto esfuerzo por parecerse a un político entrevistable por la televisión y dejar atrás esa caricatura patética del Yéneral González de las rebeliones carapintada que cuando se refirió a la ESMA pareció lógico que se refiriera a las torturas. La gente común, el pueblo, lectores de diarios y público televidente, entienden una sola cosa cuando alguien dice “lo que se hizo en la ESMA”. Y hasta alguno pudo haberse sorprendido al escuchar a un jefe carapintada, comensal asiduo en cenas de gente que no conspira, hacer una reflexión de ese tipo.
En todo caso, la sorpresa habrá durado apenas unos segundos y luego regresó todo a esta especie de previsibilidad bovina que tienen algunos actores de la política nacional. “El acto en la ESMA y la participación del señor Presidente fueron francamente una provocación”, agregó, para despejar cualquier tipo de dudas, este ex militar que trata de hacer política. “Lo que pasó en la ESMA” no fue que la convirtieron en uno de los campos clandestinos de concentración más nefasto de la dictadura. Lo que pasó –para la fina percepción de este hombre– fue que hubo un acto de repudio por las torturas y las desapariciones. Y se queja por eso.
La mayoría del pueblo entiende una cosa, pero hay un grupo que entiende otra. Es una división entre argentinos, como analiza un sector de la Iglesia también afectado por este malentendido. ¿Quién produjo esa división? ¿Los que torturaron y desaparecieron o los que hicieron un acto de repudio? Qué dilema tan profundo.
El ex militar se puso más serio, con lo que el bigotón se le subió a las cejas y agregó: “Pero lo más grave se produjo después del acto, allí faltaron el respeto a los símbolos nacionales, eso es muy grave”. En otro contexto se podría estar o no de acuerdo, pero siguiendo esa línea de razonamiento, lo realmente grave es la forma en que la educación militar puede vaciar de contenido a esos símbolos nacionales para convertirlos en algo hueco, ambiguo y hasta engañoso como para creerse, suponer y autoproclamarse nacionalista.
Un nacionalista de verdad, Arturo Jauretche, afirmaba que la idea de Patria no podía separarse de la noción de Pueblo. “No hay Patria sin Pueblo”, decía el viejo polemista. ¿Cómo se puede defender el símbolo y olvidarse de lo que le da sentido? o ¿cómo se puede masacrar al pueblo y al mismo tiempo asegurar que se defiende la Bandera o el Himno Nacional? ¿Es más importante el símbolo que la esencia?
Otro dilema cuya respuesta, al igual que la del anterior, es evidente. No la ve el que no quiere o no puede verla, ya sea por su carga cultural, su formación o por sus intereses. A los que no les importa verla porque opera contra sus intereses, les conviene formar militares y fuerzas de seguridad de manera tal de que nunca puedan ver esa respuesta.
Porque el oficial carapintada en cuestión es el último exponente de lo que mal se definió alguna vez como el sector nacionalista de las Fuerzas Armadas, que en realidad fue el grupo de choque del sector liberal de las Fuerzas Armadas más ligado a las trasnacionales. Por su desprecio a los partidos políticos, en la historia de las conspiraciones siempre fueron los más activos al principio y por su fuerte anticomunismo ocuparon los principales puestos en la represión y así sucedió desde el golpe de 1930 hasta el de 1976, pasando por el golpe antiperonista de 1955. Este sector supuestamente nacionalista abrió las puertas y sostuvo a los gobiernos más liberales, antipopulares y reaccionarios en la historia del país.
Jauretche les tenía un profundo desprecio. “Ustedes eran jóvenes oficiales cuando derrocaron a Yrigoyen con Uriburu y luego Justo los sacó de una patada –historió el polemista–, estaban más crecidos cuando Perón los echó por piantavotos, y ya eran adultos cuando participaron en el régimen antiperonista y fueron echados por Rojas y Aramburu. Eran jóvenes en una ocasión y hombres adultos en otras, lo que no se puede negar es que boludos fueron siempre.”

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