Mié 14.07.2004

CONTRATAPA

Los piqueteros de mi barrio

Por Alberto Ferrari Etcheberry

Posadas estaba pesada, con camiones estacionados a la izquierda. El taxista tomó Ayacucho, aún más pesada.
–¡¿Qué pasa?! –casi gritó.
–Nada nuevo, son los piqueteros del barrio. Una vez que pasemos avenida Alvear el tránsito se va aliviar.
Relojeándome por el espejito, me encaró:
–¿Piqueteros del barrio?
–Piqueteros son los que traban el tránsito, ¿no es cierto? –le pregunté, y como vi que asentía seguí–. Bue, acá en el barrio los que cortan el tránsito en las calles y en las veredas son el Hotel Alvear, la embajada rusa, supermercado Norte, Disco... Por acá a Castells no lo vimos nunca.
Buen porteño, mi conductor entendió rápido. La mano izquierda de Ayacucho ayudaba. Casi media calle y la vereda tomada por el hotel para facilitar alguna reparación. En la parte “normal”, dos autos con vidrios polarizados solícitamente contemplados por un par de policías.
–Esquive Rodríguez Peña porque los rusos privatizaron la calle –ordené.
–Los rusos son diplomáticos.
–Si fuera Nueva York a los diez minutos les secuestrarían el auto. No hay ley que permita a los diplomáticos dejar los Mercedes donde se les cante. Y mucho menos a los empleados administrativos, que eso quiere decir la patente PA.
En silencio tomamos Guido. Las mamás con niñitos de una escuela privada estacionan Volvos y 4x4 en doble fila. El garaje que tienen bien a mano es ignorado por las ahorrativas damas, que aprovechan la suerte de no estar en Londres. Seguimos. Ahora el expropiador de la calle pública es el consulado español y ya en Rodríguez Peña pasando Vicente López sobre la derecha y la izquierda camiones de supermercados Norte nos permiten gozar del espectáculo de carga y descarga al mediodía con el avance a paso de hombre.
Aprovechando la espera, el hombre me torea:
–Por lo menos estos piqueteros no se tapan la cara.
–No conozco ley que lo prohíba pero en estas pocas cuadras nos frenaron autos con vidrios polarizados que están prohibidos porque la ley los exige transparentes.
“Por fin Las Heras”, dice el hombre del volante. “No se apresure”, aconsejo. Seguimos y topamos con otro privatizador del espacio público: Disco. Buscamos Montevideo, y más piqueteros. El colegio Champagnat usurpa a derecha e izquierda. Luego una ortopedia privatiza el lado izquierdo para ahorrarse el estacionamiento que tiene a veinte metros y, a la derecha, la cola de autos en doble fila, clientes de la Shell. Cuadra siguiente, venia a los camiones de Coto. Llegamos a Lavalle sin encontrar respeto por el famoso espacio público: autos con chapa oficial de jueces sobre la izquierda.
Para tapar mi sonrisa sobradora, el taxista vuelve a torearme:
–No me diga que los autos de los jueces también son piqueteros ilegales.
–El juez tiene libre estacionamiento sólo cuando está en funciones de juez y no para que la señora vaya al mercado o la nena al cine.
Seguimos y entre policías de la 7ª, ya en el Once, derecha tomada, izquierda tomada y hasta piqueteado el carril del medio por los comerciantes mayoristas del barrio. Paso de hombre. Pueyrredón. “Mejor me bajo”, le anuncio. Pero antes me increpa:
–Yo no le voy a negar lo que usted dice, señor, pero escuche Radio 10, vea Canal 9, lea La Nación. Son los piqueteros los que violan el imperio de la ley.
–Usted protesta contra los piqueteros porque no lo dejan laburar y eso basta: los piqueteros son un problema de la circulación en la ciudad. Pero no compre las grandes palabras porque imperio de la ley quiere decir igualdad ante la ley y como vimos usted y yo los piqueteros tienen mucha compañía en eso de trabar la circulación.
Es innegable que los piqueteros ocupan el espacio público, que violan las leyes de la circulación urbana y que no es bueno que esta situación se consolide. Y es tonto querer justificarlos invocando la equidad social destruida. Alguna vez en lo más feo del Bronx neoyorquino se me acercaron poco amistosamente unos pibes afroamericanos. Confieso que en ese momento no pensé en las horribles causas de la discriminación que padecían y que los arrojaba a la violencia, sino en cómo defenderme. ¿Cómo puedo enojarme con el tachero que protesta porque no puede juntar los mangos para el alquiler diario del auto?
Pero otra cosa es la campaña neogolpista del “partido del extranjero”, según la precisa definición que tomo prestada del “zurdo” Charles De Gaulle. Es la vereda de enfrente, y como tal hay que tomarlo. Y una tercera y distinta es la situación de quienes reciben el mensaje y compran eso de la necesidad de imponer el imperio de la ley.
Para los confundidos, pues, vale recordar que “el imperio de la ley” es un concepto derivado de otro que revolucionó la sociedad occidental y que define a la república: la igualdad en la aplicación de la ley. La consagran los artículos 16 y 75 inciso 22 de nuestra Constitución, II de la Declaración Americana de los Derechos del Hombre, 7 de la Declaración Universal y 24 del Pacto de San José de Costa Rica, que define su sustancia: la no discriminación. Otro “zurdo”, Anthony Kennedy, juez de la Corte Suprema de Estados Unidos, lo denomina neutralidad: “Si no existe neutralidad en la aplicación de la ley, la ley deja de existir. Si se percibe injusticia el poder judicial se encontrará en el descrédito”.
No pretendo ir más allá de ley urbana. Cuando Nito Artaza bloquea calles y el piso de la Corte; cuando los policías mejor intencionados no se animan contra un auto que dice senador o diputado o juez o diplomático o aun intendente o concejal de Monte Pirulo y se cuadran ante el que porta vidrios polarizados; cuando la impunidad rige para la carga y descarga y para el que privatiza el espacio público, pretender reprimir a los piqueteros es violar la neutralidad de la ley y entonces “la ley deja de existir y no hay crédito para el Poder Judicial”.
Hay algo que agradecer a los piqueteros: obligan al sinceramiento. Se buscará disciplinarlos con violencia o con dádivas clientelistas, pero ya muestran que el retroceso argentino es de tal magnitud que podrá haber elecciones democráticas, libertad política y partidos pero no hay república, porque el derecho humano más elemental es la igualdad ante la ley.

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