CONTRATAPA
Las aguas de las lágrimas
› Por Osvaldo Bayer
Por mi calidad de santafesino, la Legislatura de esa provincia, la ciudad Capital y la Universidad del Litoral –que demostraron amplitud de mira– me dieron diplomas por el trabajo de vida. Pero la gran alegría se vio cubierta por una tristeza desgarrante.
Con un sentido de la realidad y contra toda demagogia, el diputado Marcelo Brignoni y el periodista Pilo Monzón me llevaron –antes de empezar los actos de homenaje– a visitar el barrio de La Tablada, donde los inundados todavía viven en carpas. Pocas veces en mi vida vi un espectáculo más triste. En carpas viejas y desgarradas, por donde pasa el agua de las lluvias, en medio del barro permanente. Penetré en esas carpas y enseguida me cubrieron las moscas y moscones. El suelo de tierra, húmedo. Como muebles cajones, colchones y ropa tendida, adentro. Niños, con ojos sorprendidos y tristes, mujeres con rostros amargos. Madres.
Me quedo helado. Las madres me hablan en tono directo, sin disimulos, de que así viven desde hace largos meses, desde las inundaciones del 2003. Yo pienso de inmediato: ¿cómo la comunidad santafesina, mi ciudad, permite que decenas de sus hijos –y, lo peor, de sus niños– soporten esta tortura diaria? ¿No piensan en las enfermedades? Continua humedad, continua suciedad, a pesar de que se limpie: el barro en todos los caminos que conducen a las carpas. ¿Cómo no pudo haber un esfuerzo de todos, sí, de todos, para construir pequeñas casas –aunque humildes, pero seguras para la salud– de todos sus conciudadanos? Me alejo un poco para ver el espectáculo desde afuera. ¿Qué es esto: un pueblo después de una guerra, un pueblo después de una masacre racista? No, es Santa Fe, mi ciudad, el amado lugar de la infancia. Y si la ciudad de Santa Fe no protegió a sus ciudadanos más perjudicados, por qué no reaccionó la provincia, por qué no reaccionó la Nación, por qué no reaccionaron las instituciones llamadas de bien público, o las entidades no gubernamentales, o las iglesias. ¿Qué somos? ¿Un pueblo egoísta, o no nos interesan los pobres del interior? Cuando le pregunté a una funcionaria por qué sucedía tal abandono me respondió con aire un tanto superior: “Pero es que esa gente no tiene siquiera un terrenito para levantarles un techo”. Sólo le respondí: “Los niños tampoco”.
Hablé de mi inmensa tristeza en todas las radios que me hicieron reportajes, lo dije en la Universidad del Litoral, en la Legislatura y en el Concejo Deliberante de la ciudad. Y como no podía ser de otra manera, el 12 de este mes el diputado Marcelo Brignoni cuestionó el rechazo por la provincia y la municipalidad de Santa Fe de la reubicación en viviendas de los inundados de La Tablada. El gobernador Obeid había asegurado que: “...lo de La Tablada es un tema de responsabilidad exclusivamente municipal”. Le había puesto límites burocráticos a la miseria cuando el dolor humano no puede caer ni en límites ni en fronteras. Y como si fuera poco, al ser aludido, el intendente de Santa Fe, Martín Balbarrey, no aceptó trasladar del barro a las víctimas de la burocracia. Les dijo: “Habrá un operativo que servirá para cambiar las carpas por un corte de rancho, que va a permitir una mejor condición. Pero la situación va a continuar hasta que se construyan las cien viviendas”. Claro, aquí cabe la pregunta: ¿y el barro de los senderos y caminos, y las miles de moscas verdes?
El diputado Brignoni contestó con ira y justicia: “Las declaraciones del gobernador Obeid me parecen lamentables. Tan luego él, que junto con Reutemann son los principales responsables de la inundación que arrasó con las casas de esa gente abandonada en esas carpas, diga que él no tiene responsabilidad en el problema, deja dudas sobre el mínimo humanismo que debiera tener alguien que ocupa, aunque gracias a la Ley de Lemas, el sillón que Silvestre Begnis alguna vez ocupó, y que se dice peronista. El presupuesto provincial le asigna 17 millones para usar en subsidios, pero Obeid cree que la situación que padecen en el medio de este frío esas familias de comprovincianos no merece que gaste parte de ese dinero en ellos. Sería bueno que explique dónde gasta esa plata o qué situación es más importante que la vida de esos chicos abandonados en esas carpas inmundas”.
Carpas inmundas, rotas y llenas de moscas y humedad. Cuando esos niños duermen, las moscas están en sus bocas y sus ojos, para desesperación de sus madres. Esas mujeres duras y que no se dejan convencer con argumentos burócratas. Van una y otra vez a la protesta. Un viejo me para y me dice que las autoridades de la Niñez le acaban de quitar a su sexto nieto porque lo acusan de no poder darle una vivienda digna. Al viejo peón de campo se le caen las lágrimas. La culpa la tienen los pobres, me dice, como filosofía absoluta.
La batalla está casi ganada porque, ante la ofensiva del diputado Brignoni y su amenaza de recurrir a la Justicia, la Cámara de Diputados de la provincia le comunicó al gobernador Obeid que “se ha aprobado el proyecto de comunicación siguiente”: “Que la Cámara de Diputados de la Provincia vería con agrado que el Poder Ejecutivo a través del organismo que corresponde auxilie en forma inmediata a las familias del campamento de inundados La Tablada, en la ciudad de Santa Fe, que viven en condiciones de extrema precariedad”.
El invierno, el hambre, las enfermedades, en plena capital santafesina. Recuerdo cuando adolescente galopaba por esos campos azules del lino, de mi provincia. Hoy todo es soja, soja, dólares, dólares. El desastre de la inundación terrible –que se puede ver en el sabio film Los inundados– dejó a la gente sin techo, sin muebles, sin protección. Se ven los rostros humanos que trabajaron toda su vida: “Veintiún años tardé, puro trabajo, para hacerme esta casita que quería tanto: mire lo que quedó: nada, puro olor a podrido y basura”. El hombre se larga a llorar.
La pobreza, el sufrimiento de los niños. Un pueblo que lo permite no es digno. Ayer, en Alemania, en la ciudad de Mainz, fue premiado un hombre que donó sangre durante cuarenta y cuatro años de su vida, todas las veces que se lo pedían los hospitales. Empezó a los veinte años, hoy ya tiene 64 años y los médicos le dijeron que pare, que le van a permitir dos años más y después, ya es suficiente.
El hombre se entristeció como si ya su vida no tendría ninguna significación. Hay otros, en cambio que permiten que a los niños de su país las moscas verdes, ávidas, les sequen sus labios y sus ojos. Más todavía, las estadísticas dicen que Latinoamérica el año pasado ha comprado más armas que años anteriores. Y que los países que venden más armas son Estados Unidos, Inglaterra, Francia, China y Rusia. Y Naciones Unidas se calla la boca. Y los pueblos latinoamericanos no echan a sus mandantes que se gastan el dinero en comprar armas en vez de construir viviendas para los sin techo.
Ojalá muy pronto, el antro de La Tablada quede vacío y en lo que hoy es todo lodo se plante lino, como antes y gocemos los colores y la nobleza de la planta. Mientras damos la espalda a la soja transgénica. Soja, soja, dólares, dólares.