CONTRATAPA
La segunda vez
› Por Mario Wainfeld
“La aparición de Blumberg nos tomó de sorpresa. La cantidad de gente que participó de su primera movilización rebasó largamente todos nuestros cálculos. Ahora, ya sabemos de qué se trata.” Un ministro con despacho en la Casa Rosada reconoce el impacto inicial que produjo la emergencia pública del padre de Axel. Según la misma voz, el Gobierno desde entonces ha afinado mucho la sintonía. Y da ejemplos: implementó el Plan de Seguridad, acordó acciones comunes con la provincia de Buenos Aires, para empezar. El propio Presidente dialoga con asiduidad con Blumberg. Otros parientes de víctimas de delitos (comunes y de gatillo fácil) se reúnen regularmente con Alberto Fernández, quien al unísono los escucha, los contiene, los ayuda en sus acciones concretas y les sirve de correa de transmisión con Néstor Kirchner. Todo ha cambiado, propone el interlocutor de Página/12. Y, sin embargo, cuando Página/12 le pregunta si el Gobierno tiene una estimación del nivel de convocatoria de la próxima movilización de Blumberg, el hombre reconoce que no es fácil hacerla. Lo que sí está claro es que, a diferencia de la marcha anterior, no habrá sorpresazo. El Gobierno pondera que es ése el desafío más serio que deberá afrontar en el resto del mes, acaso el más serio del invierno, acaso el más serio de lo que resta del año.
El primer gobierno que recibe con regularidad a los familiares de víctimas es también el primero que albergó en la Rosada a los organismos de derechos humanos. Esa identificación puede incordiar a algunas personas, incluidos varios integrantes de esos colectivos, pero tiene su lógica. Es que, por una curiosa vuelta de la historia, los padres de víctimas de delitos comunes reinterpretan, resignifican, adaptan discursos y posturas de otros padres (o madres) de otras víctimas. Es patente que “los parientes de las víctimas” se han hecho oír en la Argentina, que han formateado un modo de interpelar a la sociedad. Piénsese en las Madres y las Abuelas, en las madres de María Soledad Morales o José Luis Cabezas, en las de los pibes Bru o Bordón. Esos saberes han sido retraducidos por otras personas, en circunstancias que no son iguales pero sí pasibles de ser homologadas.
“Lo que me pasó a mí, mi dolor familiar y profundo puede ocurrirle a otro, si no se cambia la realidad”, propone ese relato, que suscita identificaciones evidentes. Hasta ahí, es válido que el Gobierno trate con deferencia a esos emergentes sociales. Aunque, como en casi toda la acción gubernamental, queda la duda de si el oficialismo no empieza a pagar cara la excesiva centralidad del Presidente, que torna inocua cualquier mediación. Lo que implica una sobrecarga para su labor cotidiana y el riesgo de ser incriminado por cualquier error que el Gobierno cometió o que se le atribuye. La híper presencia y la hiperquinesis presidencial son pura ganancia cuando las políticas generan consenso, pero dejan a Kirchner en primera línea cuando las críticas le cascotean el rancho. Por ejemplo, cuando la madre de Nicolás lo increpa sin aceptar intermediarios.
La mamá de Nicolás tiene un discurso mucho más intemperante y menos institucional que el de Blumberg, pero comparte con él varias características objetivas. Entre ellas el vecindario y, claro, el tramo social al que pertenecen o con el que se identifican. “La gente” que así los denominan los medios de derecha y aun algunos “políticamente correctos” vive en San Isidro y socializa a su descendencia en colegios muy similares. Esa (ni inocente ni seria) identificación de “la gente” con una clase social bien definida alude a un dato insoslayable: la demanda por inseguridad es la oportunidad de la derecha argentina.
La derecha fue derrotada en las elecciones y quedó huérfana de líderes políticos capaces de suscitar emociones o proponer proyectos. Tiene un par de prospectos, pero muy flojos. Alguno de ellos tropieza con serias dificultades puesto a unir virtuosamente sujeto, verbo y predicado en una misma frase. Sin programa, sin dirigentes interesantes, la derecha política y (permítaseme) sociológica, cuyo número no es de desdeñar, tiene en la Cruzada Axel un espacio fértil. Lúcida, se acopla a la demanda de Blumberg y va por más.
Una ofensiva mediática formidable comienza a urdirse en nombre de “la gente”. Hay quien lo hace con delicadeza y hay quien permite que se le corra el maquillaje democrático que usó durante algunos años de su larga vida. Mariano Grondona, por ejemplo, vuelve a sus raíces autoritarias mimetizándose con el torturador Luis Patti, pregonando que la derecha es la que combate el delito (olvidando todos los delitos cometidos desde el poder durante la era Menem) y hasta discurriendo por TV acerca de las determinantes genéticas de la criminalidad. Un abordaje que desde tiempos del nazismo venía perdiendo cultores. Pero la sangre tira y las crisis hacen que hasta el más pintado (o maquillado) vuelva al útero cuando la política se polariza.
La historia nunca se repite del todo, ni siquiera cuando los acontecimientos se reproducen en un lapso breve, entre otras cosas porque los protagonistas modifican sus conductas a partir de la experiencia. La nueva movilización de Blumberg genera distintas expectativas previas, para sus impulsores, para el Gobierno y para las distintas expresiones de la derecha. Nada será igual a la primera vez, pero todo indica que, como entonces, el mapa político no quedará igual.