CONTRATAPA
Miedo y manipulación
› Por José Pablo Feinmann
En busca de la comprensión del fenómeno del nazismo, de las posibilidades de su surgimiento, Bertolt Brecht escribió un poema que muchos conocen, otros no y otros –ahora, aquí, en la Argentina– están instrumentando desde la derecha extrema del arco ideológico. El poema de Brecht busca alertar sobre la repetibilidad del horror. La “indiferencia” ante la tragedia de los otros lo habría hecho posible. Brecht establece una progresión del horror. También hablará, Adorno, de la “insaciabilidad del principio persecutorio”. Cuando el terror empieza no se detiene y la indiferencia, creer que a uno no le va a pasar, le abre su camino. Brecht traza una escalera o espiral. “Primero” y en seguida “luego” y “luego” hasta culminar en “ahora vienen por mí”. “Primero se llevaron a los judíos.” Y el que narra el poema confiesa: “No me importó porque yo no era judío”. “Luego a los comunistas.” Y la misma confesión: “No me importó porque yo no era comunista”. “Luego a los obreros.” Y otra vez la confesión: “Pero no me importó porque yo no era obrero”. Y por fin: “Ahora vienen por mí pero ya es tarde”. El texto denuncia la “indiferencia” como actitud que le abrió las puertas al terror nazi, a su instauración totalitaria. Si me hubiera importado la desaparición del primer judío, si me hubiera identificado con su destino, habría advertido que la amenaza de mi muerte estaba escrita en la suya. O en la del primer obrero. O el primer comunista. No me importó porque la incapacidad de identificación con las víctimas fue más fuerte o fue la expresión de mi miedo o mi cobardía. Es cierto que la situación es más compleja. Una enorme cantidad de alemanes asustados aceptaron la persecución de judíos, pues los judíos (se les había dicho por medio de una propaganda incesante que consiguió llenarlos de odio y de miedo) se habían apoderado de Alemania instrumentando el poder de las finanzas. El racismo nazi tiene una tendencia muy elaborada a exaltar un aspecto del judío: su inteligencia. Todo racismo suele ser desdeñoso, pero los nazis tenían que decirles a los honestos y limpios y trabajadores y arios alemanes que los inteligentes judíos habrían de embaucarlos una y otra vez. Se exalta la inteligencia del judío para exaltar su peligrosidad ante el ciudadano alemán, unido más a la tierra y a la sangre que a la razón. La inteligencia es un arma judía; la pureza de la raza, la posesión de la tierra en tanto patria es lo propio del espíritu alemán. Es lo popular. Es el völkisch.
Hay, en la Argentina, una campaña mediática poderosa lanzada a introyectar terror en la conciencia de los ciudadanos. Por ejemplo: se le da el micrófono o las cámaras de TV a una señora que acaba de padecer el secuestro de un hijo. La mujer sabe lo que hace. Señala la culpabilidad central del presidente Kirch-
ner. Y gran parte de esa culpa radica en una “elección” que el Presidente pareciera haber hecho: proteger la memoria de los “subversivos” del pasado e ignorar el destino de los secuestrados de hoy. La mujer pregunta: “¿Habrá un Museo de la Memoria para nuestras víctimas?” Después lanza un par de insultos y se va. Pero el conductor del programa sigue su tarea. Dibujemos la figura del “conductor del programa”. Es un locutor. No es un periodista. Es un interpelador y un creador de climas. Su formación política es rústica y limitada pero esto, se sabe, lo acerca al “dolor de la gente”. El locutor, entonces, pone en línea a alguien. Se trata de un amigo de la víctima. Este “amigo” es eficaz y no erra una sola de sus palabras. “Imaginesé, aquí, en San Isidro, todos tenemos miedo. Porque hoy le pasó a mi amigo, pero mañana me secuestran a mí. O a usted.” El locutor se encrespa: “¡Por supuesto! Nadie está a salvo. Si las cosas siguen así todos vamos a terminar siendo secuestrados”. La frase “Nadie está a salvo” es uno de los lapidarios, perfectos mecanismos del terror. Durante la dictadura militar se secuestraba deliberadamente a “inocentes” o a “gente que no había estado en nada”. El terror devastaba a los “perejiles de superficie”. La frase “a cualquiera por cualquier cosa” era un reguero de espanto. Quienes han padecido “ese” terror comprenden hondamente el poder de “éste”. El “amigo” de la víctima que le dice al locutor: “Hoy le pasó a mi amigo, pero mañana me secuestran a mí”. Y el locutor que dice: “Nadie está a salvo. Todos vamos a terminar siendo secuestrados” están creando un clima de miedo, un escenario de terror destinado a exigir o a interpelar a “las autoridades”. Se ha producido un deslizamiento en la interpelación. No se interpela a “las autoridades” sino al Presidente. Este deslizamiento se encuentra facilitado por la modalidad personalista que tiene el Presidente de hacer política. Eso lo destina a pagar todos los costos y destina a su Gobierno a ser vulnerable en su más estricta centralidad. Ocurre que el Presidente es personalista porque esto le pidió, al principio, la “gente”. Querían gobernabilidad, ejercicio del poder luego del lábil De la Rúa. El Presidente ejerce su gobernabilidad desde lo que quiere ser y hacer: una política centrada en los derechos humanos y la justicia social. Estas banderas, no obstante, caen abruptamente en el 2004. La derecha ideológica consigue un triunfo: instaurar como prioritario el tema de la “seguridad”. “La delincuencia” es ahora el Otro demonizado de la Argentina de la “gente”. La llamada clase media o la clase media “alta” tiene miedo. El miedo es un arma poderosa de movilización política. Se trata, primero, de transformar el miedo en terror. Ya se logró. Ahora se trata de mantener ese terror. Y aquí apunta la operación mediática actual. Su irresponsabilidad es tan enorme que acaso no sea consciente de su poder destructivo. O sí, ya que tal vez busque claramente desquiciar la institucionalidad del país. Y lo ha hecho con una velocidad a la vez pavorosa y explicable si se tiene en cuenta que hace apenas dos años el país se despeñaba en una sucesión de presidentes y de parches institucionales. Pero a esta derecha salvaje no le importa qué puede salir de esto. Su odio es grande y sólo es comparable a sus ansias de poder. Sigue actuando y sigue ganando terreno con su arma predilecta: el miedo. ¿Qué descubrió el locutor? ¿Qué descubrió el medio que representa o aun otros medios más serios que se suman al lumpenaje mediático? Que en la Argentina el terror moviliza. Que “la gente” sale a la calle si la asustan. ¿Qué asusta a “la gente”? La delincuencia. Se trata, entonces, de volverla absoluta, de expandirla, de hacerles sentir a todos que todos serán víctimas de ella. Aquí entra el factor “muerte”. La derecha necesita dos muertes. O para decirlo más claro: dos muertos. O uno que surja de la represión del Gobierno. O, de lo contrario, uno que pueda serle atribuido a “la delincuencia”. Hoy, preferentemente, requiere éste. Si se produce el “acontecimiento muerte”. Si hoy o mañana o hasta un día antes de la movilización que se prepara “hay” un muerto –un “muerto” de “la delincuencia”– se estima que se podría arañar el millón de personas. Un millón de personas en la Plaza de Mayo culpando al Presidente por la desprotección de la ciudadanía es el sueño de la derecha del lumpenaje mediático y sus más refinados acompañantes. Bien, hay que decirlo: si sólo se trata de un “muerto” todo parece demasiado fácil. Una gran maniobra política de desestabilización puede “producir” un muerto no bien se lo proponga. Son demasiadas las fuerzas oscuras que operan en la Argentina. ¿Así de simple es? ¿El fascismo argentino sólo necesita meterle un par de balas a algún chico de algún colegio privado para sacar un millón (o más) de personas a la calle? Si es así, tienen la Argentina a sus pies. Sin embargo, vale una pregunta: si ganan, ¿qué piensan hacer? ¿Podría decir la derecha argentina cómo habrá de combatir la delincuencia? No lo va a decir. Si lo dice aterrorizaría a sus propios seguidores de hoy. Se delataría. Les harían ver que piensa combatir al terror (ese terror que, día a día, alimenta a través de la irresponsabilidad mediática) con el terror. Como siempre. Como en 1976. ¿Eso busca otra vez “la gente”? Acaso no. Muchos, sin duda, no. Pero a esa causa están sirviendo.