CONTRATAPA
Al costado del camino
› Por Rodrigo Fresán
UNO Hay varias formas de notar que se acaban las vacaciones (escribo esto donde las vacaciones discurren por julio/agosto, en el lugar al que el verano se viene a trabajar cuando ya ha hecho lo suyo en el Hemisferio Sur); y una de las más evidentes es que la gente vuelve a hablar de lo mismo de siempre, de eso de lo que se habla mientras se trabaja pensando en las vacaciones. Así, los problemas vuelven a dar problemas, las polémicas polemizan otra vez. La sensación de que se desactiva la función freeze-frame para presionar la tecla de play y el día transcurre con intensidad fast-forward y se regresa a casa en slo-mo y lo único que queda como consuelo –flashback– es el incómodo souvenir de un poco de arena en los zapatos.
DOS Digo que el fin de las vacaciones no es otra cosa que el principio de la rutina (aunque también existen esas vacaciones que no son otra cosa que el clon o el déjà vu de vacaciones pasadas) y aquí no ha pasado nada para que siga pasando de todo. La certeza de que todo volvía a comenzar –enciendan los motores, ajustarse los cinturones– comenzó a insinuarse con el anuncio de las nuevas reuniones de la comisión investigadora de lo que pasó y no pasó el pasado y explosivo 11 de marzo, y el petit escandalete del Voguegate: ocho ministras de Zapatero posando, coquetas y trascendentes, para las satinadas páginas de la revista Vogue. El PP gritó “frívolas” y aseguró que “con nosotros estas cosas no pasaban”; el PSOE se defendió diciendo que “no pasaban porque resulta imposible pensar en un gobierno del PP que contara con ocho ministros de sexo femenino” y que “es importante comunicar este hecho excepcional por todos los medios posibles”. O algo así. Zapatero, de vacaciones, no comentó gran cosa, pero –de regreso en La Moncloa– tendrá que comentar, y mucho, acerca de las nuevas propuestas para la regularización de inmigrantes. Y, sí, ése es El Tema tanto en España como en un continente más acostumbrado al que se vayan que al que vengan. Culturas de naturaleza migratoria que de pronto se descubren como países de acogida y no entienden –o no quieren entender– qué es lo que ocurre mientras todas las semanas se publican en España estadísticas y proyecciones e infografías donde se determina la curva ascendente de la población de origen extranjero, el esperanzador aumento de la natalidad gracias a la potencia de las parejas extranjeras en un país en el que hasta hace poco nacían muy pocos, y el modo en que esta nueva camada de españoles legales o ilegales va modificando el paisaje. Escribo esto el día en que se rompió el record diario de inmigrantes interceptados mientras intentaban alcanzar las costas de España: 310 desesperados a bordo de nueve endebles pateras, y la historia continúa. Y las medidas anunciadas por el PSOE –con su política de “buen talante”– ya está causando ampollas. La idea es que ahora sean los empresarios los que tengan las llaves de “los papeles” (léase: permiso de residencia) y que sean ellos quienes “legalicen” a sus empleados, solicitándolo expresamente. La idea tiene la sencillez de lo complejísimo: contrato de trabajo equivale a regularización. Los sindicatos no lo ven muy claro. Muchos de esos patrones disfrutan pagando sueldos de hambre y “en negro” a personas dispuestas a hacer lo que sea por un colchón y un plato de comida. Y muchos de esos patrones que sí pagan “en limpio” lo hacen mediante los llamados “contratos basura”: validez de tres meses y sin obligación de ser renovados. El PP –responsable de una de las políticas más ineficaces, castradoras y kafkianas en este sentido– ya ha dado la voz de alarma: predice una suerte de apocalíptico “efecto llamada”, traduciéndose en multitudes peregrinando hacia Madrid (y el resto del reino) y presenta como evidencia incontestable el entusiasmo de los 310 que intentaron pisar tierra hace unas horas. Un editorial de El País apunta: “Ya se verá si estos mecanismos son o no suficientes” y “por supuesto que habrá problemas... Pero no se resolverán si, en nombre de lo deseable, se deja de actuar sobre lo real”.
Lo dicho antes: lo deseable son, siempre, las vacaciones. Lo real es, bueno, ah, uh, la realidad.
TRES Y otro de los síntomas claros del fin de la tregua son las dificultades para volver. Aeropuertos colapsados, gente que muere como moscas en las carreteras haciendo caso omiso de las cada vez más impresionantes y sangrientas campañas de prevención que, está visto, sólo conmueven a los que no tienen auto ni saben conducir. Y los que tienen autos en España están, ahora, en problemas: huelga de grúas que comenzó en el País Vasco y que acaba de extenderse a once comunidades autónomas. Es decir: a casi todo este país, donde cada vez se venden más y mejores autos. Los dueños de las grúas querían cobrar el doble de lo que se les pagaba a través de los seguros y –luego de varias reuniones– no se ha llegado a ningún acuerdo, y ahora las rutas ibéricas ofrecen algo que podría funcionar como la perfecta escenografía para el rodaje de Crash II: La Perversión Continúa o de Mad Max IV: Ahora Va En Serio. Más de 4 mil autos –nacionales e importados– abandonados en diferente grado de destrucción a un costado de las carreteras de Euskadi. Y si se proyecta esa cifra a diez comunidades más, lo cierto es que la cosecha de chatarra va a ser muy buena este año. El gobierno ha anunciado el inminente y veloz diseño de un plan a cargo de cuatro ministerios para garantizar el orden durante la Operación Retorno de este fin de semana. La Dirección General de Tránsito ya ha anunciado, temblorosa y poniendo el freno, que “se intentará garantizar que todos los vehículos sean apartados” y que “el principio fundamental consiste en mantener la vía expedita”. Si la cosa se sale de cauce y de autopista, intervendrán los bomberos. Y, quién sabe, tal vez muchos de esos coches abandonados se conviertan en improvisadas viviendas de ilegales. O quizá se acabe utilizando a inmigrantes sin papeles como tracción a sangre para arrastrar carcachas y afines.
En cualquier caso, así están las cosas: todos al costado del camino. Unos queriendo volver a casa pero sin grúa, y otros queriendo papeles que los autoricen a tener casa. Y todos gritando, como en ese cuadro de Edward Munch que vaya a saber uno dónde estará ahora.