CONTRATAPA
Varsovia 1944 ¿heroísmo o impulso?
Por Jack Fuchs*
Las ciencias historiográficas hacen muy bien su trabajo, recopilan y organizan datos. Yo repaso los hechos, y no con la precaria credulidad del hombre informado, pero no hay caso, no puedo leer de otro modo: en la guerra hay en juego un embrollo místico, una violencia que detiene la historia y tira de la cuerda del sacrificio. La guerra se impone como error de cálculo. Si los rivales midieran sus fuerzas con instrumentos de precisión física, y si el instrumental no fallara, resultaría una ecuación de la que surgirían vencedores y vencidos, daños, cómputos de pérdida y ganancia. Alrededor de la guerra, los especialistas debieron haber inventado, como para la economía general, fórmulas del tipo “tasa de ganancia”, “crecimiento del producto bruto”, etc. Pero en la guerra, la razón instrumental, la técnica, revelan su naturaleza excesiva, y sobre ella, con ella, vuelve a reinar el mito. La guerra es el fracaso o la extensión de la razón. Está en la naturaleza social, como el vuelo y la rapiña están en la naturaleza de las aves de presa.
En agosto de 1944, el mundo ardía de una punta a otra, del Pacífico al Atlántico; gran parte de Polonia ya había sido arrancada del dominio nazi por el avance de las tropas soviéticas. Si bien faltaban todavía ocho meses para la rendición final de Alemania, las fuerzas de la URSS ya controlaban la parte este de Varsovia. En el gueto de Lodz aún quedaban unos 70 mil judíos, mi familia y yo entre ellos, que fueron deportados a Auschwitz precisamente durante ese mes. La escena europea de guerra había entrado en una fase de máxima locura, mientras los nazis retrocedían en Polonia, Auschwitz funcionaba en toda la intensidad de sus mecanismos de aniquilación. En ese contexto, cuando todo hacía suponer que Varsovia, en poco tiempo más, quedaría enteramente fuera de la órbita nazi, se produce el levantamiento polaco. La resistencia, al mando del general Tadeuz Komorowsky, recibió órdenes desde Londres, donde funcionaba uno de los gobiernos polacos en el exilio (el otro tenía sede en Dublín); se trataba de poner en marcha un levantamiento popular contra los alemanes. Mal armada, en inferioridad militar, y sin apoyo real, ni soviético, ni aliado, la resistencia estaba destinada a malograrse. Hitler, arrinconado, quiso ser ejemplificador y ordenó la destrucción total de Varsovia, se combatió calle por calle, los alemanes fueron implacables. Stalin pronosticó lo peor, se limitó a decir que se trataba de una locura. En pocos días, el levantamiento dejó cerca de doscientas mil víctimas, más que en Hiroshima, significó la completa destrucción de la ciudad, y sin embargo Varsovia no entró en la “historia” de los grandes acontecimientos de la Segunda Guerra. El arrasamiento fue total, la orden del führer se cumplió casa por casa. Los mayores sufrimientos y daños recayeron sobre la población civil. Quienes intentaban escapar eran ejecutados en el acto, no se respetaron hospitales y asilos, ni la infancia, ni la vejez, había orden de no tomar prisioneros, había que terminar con todos, todo ciudadano fue blanco de la ira nazi.
Los datos son aproximadamente éstos. La pregunta es obvia: ¿qué empujó a los polacos a una decisión tan desatinada? ¿Por qué no esperaron la derrota completa de Alemania que ya se veía llegar en el umbral inmediato, como ocurrió en París, en Bruselas o Praga? ¿Cómo no tener en cuenta la disparidad de fuerzas? ¿Cómo poner en marcha una estrategia semejante sin contar con apoyo aliado o soviético, pactado en firme previamente? Hay interpretaciones pretendidamente sensatas: que los polacos querían ganar posiciones en el terreno político, para negociar en una mejor situación con la URSS el futuro escenario de posguerra; que en el gobierno del exilio y en la resistencia predominaban elementos nacionalistas que consideraban tan enemigos a los alemanes como a los rusos; que la lucha frontal con el nazismo constituiría un bien simbólicamente prestigioso para Polonia, que el alzamiento, aunque los polacos no necesitaban acumular méritos, porque ya habían luchado suficientemente, dejaría bien en alto el orgullo y la heroicidad nacional, que era mejor morir con honor, en combate, antes que aguantar y seguir viviendo.
Ninguna de ellas me satisface. Sesenta años después, y digo esto con dolor: el alzamiento me parece enteramente irresponsable. La mayoría de los líderes, después de haber vivido durante cinco años la ocupación nazi, sabía perfectamente cuáles eran los métodos y cuál podía ser la reacción del régimen. Pero ¿cómo ignorar o despreciar a los que lucharon contra el nazismo? No es mi caso, pero tampoco me conforma la épica del luchar por luchar, y la figura del héroe, arrojado a la poesía del sacrificio, me resulta a veces inaceptablemente farsesca.
Ninguna explicación me tranquiliza, porque lo que veo en el episodio de Varsovia –algo semejante a lo que puede verse hoy en la ciudad de Nayaf, en Irak– es el centro de la naturaleza misma de la guerra: matar por matar, dejarse matar por dejarse matar; siempre ese lado mítico del sacrificio, siempre esa necesidad de derramar sangre humana, que la razón occidental no puede desentrañar.
Y viendo esto, y habiéndolo experimentado en el cuerpo, pienso sin embargo que es imprescindible evocar a las víctimas, evocar las ruinas que sobre las ruinas se acumulan en el pasado. El Levantamiento de Varsovia, durante décadas, se ocultó misteriosamente en el olvido. No lo recordaron los rusos, no lo recordaron los aliados: pero la mala conciencia no borra, no puede borrar, la realidad de los hechos.
* Docente y escritor.
Sobreviviente de Auschwitz.