CONTRATAPA
El miedo (no) es zonzo
› Por José Pablo Feinmann
No se trata de reducir todo al miedo. No se trata de utilizar el miedo como principio universal de explicación de los hechos. Pero –como pocas veces antes– la marcha de la historia (¿hacia dónde?) no se explica sin una honda incidencia del miedo. Todo proyecto autoritario sabe que tiene que dibujar la imagen de un Otro absoluto para imponer su propio absolutismo. Hay ciertos historiadores (sobre todo uno británico de apellido Johnson, un paranoico eficaz para sociedades bélicas) que han llegado a afirmar que a la “burguesía” la inventó Marx. No habría burguesía sin Marx. Marx, con su visión binaria de la historia, instala el odio y el miedo. Marx, al crear a la “burguesía”, la crea en tanto lo Otro del “proletariado”. Ya tiene el “proletariado” su Demonio. Ya tiene abierto el espacio del Mal. El Mal como espacio de todos los males. Está ahí: es la “burguesía”. Marx, así, habría llevado el mundo a la guerra.
Al demonizar a la burguesía como portadora y productora de todos los males de la sociedad (como la clase ignominiosa), le señala al proletariado el objeto de su lucha, su antagonista absoluto. Su Otro absoluto: el burgués. Lo único que le resta al proletario para arribar a la plenitud, para llevar el mundo a la igualdad, a la sociedad genérica, sin clases, sin opresores y oprimidos es liquidar “por medio de la violencia” el mundo burgués. Nada más claro que la militante consigna final del Manifiesto: “Proletarios del mundo, uníos”. “Uníos” contra quién. Contra el Otro, contra el burgués. “No tenéis que perder más que vuestras cadenas.” Es decir, lo unico que el proletario tiene son “cadenas”. Está, como Prometeo, “encadenado”. ¿Quién le ha puesto esas cadenas? El Otro. El Mal. Mientras el Otro exista el proletariado vivirá entre cadenas de opresión. He aquí un relato bélico de la historia.
Para un hiperconservador como Paul Johnson el razonamiento es efectivo y ha logrado éxitos más que considerables. Lo único que no consigue demostrar (entre muchas otras cosas) es la relevancia del factor miedo. Marx dibuja la imagen del enemigo, pero no asusta a los suyos, ya que los necesita para la militancia. El marxismo apela más a la conciencia crítica, desenmascaradora, a la “conciencia de clase”, que a la movilización a través del miedo. ¿Por qué? Porque Marx depositaba la centralidad de la praxis histórica en la lucha de clases. Y la lucha por la redención de la humanidad en el proletariado. La lucha contra el Otro era social, era grupal, era clasista. El miedo de la derecha (y del marxismo cuando se derechiza) consiste en reemplazar a lo grupal por el aparato guerrero de los guerreros profesionales. Ellos “meten” el miedo. Ellos paralizan de terror a los demás. Pero para decirles: “Nosotros vamos a arreglar esto”.
Pongo un ejemplo: Hitler. El nacionalsocialismo aterroriza a la sociedad alemana. Los comunistas se devorarán el país. La ola roja es incontenible. Los judíos ya casi se lo han devorado: las finanzas están en sus manos, tienen todo el dinero porque son una raza maldita creada para ganar dinero, son más hábiles, más pícaros que los buenos arios rubios que sólo desean las bondades de la tierra y la sangre alemanas. Además, los judíos y los comunistas (los “socialdemócratas” de la putrefacta República de Weimar) han entregado Alemania a sus enemigos, han perdido el orgullo, la dignidad nacional. Reina el caos. La mediana burguesía recorre las calles de Berlín gritando: “Orden. Orden. Orden”. Las SA de Röhm empiezan a darles ese orden. Matan judíos y comunistas. Finalmente, el Orden que el Miedo pedía, llega. Y con él llega el nazismo. Nada es demasiado diferente entre nosotros. Esta linealidad entre miedo y petición de Orden se vio este año en la secuencia Museo de la Memoria –Manifestación masiva Blumberg. El Museo de la Memoria asustó a la sociedad argentina. (A los que se asustan por eso, claro. Que son, desdichadamente, muchos.) Los medios hicieron un trabajo demoledor. A la semana sobreviene la muerte de Axel Blumberg. Y estalla el reclamo de “Orden”. “Orden” entendido como “Seguridad”. La aparición del Angel de la Seguridad, del Mesías del Orden, del señor Blumberg, expresa la iracundia social. En tanto la “delincuencia” mata a niños inocentes el Gobierno se dedica a honrar la memoria de “subversivos culpables”. Porque, así razona el zonzo que tiene miedo, todo está claro: una cosa es morir en la ESMA y otra a causa de un secuestro extorsivo. El que muere en la ESMA se la buscó. El otro es inocente.
Salvadas las dimensiones del agresor, Blumberg es a la sociedad argentina lo que Bush a la norteamericana. Ambos trabajan en base al miedo. “Yo los voy a salvar de la delincuencia. De los secuestros extorsivos. Del desorden”, dice nuestro cruzado local. “Yo los voy a salvar del terrorismo. De un nuevo 11 de septiembre. De la barbarie islámica. Yo voy a ordenar este mundo para que ustedes vivan seguros. Donde sea necesario, atacaremos. Ya no vamos a esperar.” Observemos: si la respuesta al ataque a las Torres fue la “retaliación”, su continuidad es la “guerra preventiva”. La “retaliación” supone el Terror. Hay “retaliación” cuando ya hubo atentado terrorista. La guerra preventiva suprime la retaliación porque, al atacar primero, impide el atentado. Lo aniquila en cualquier lugar del mundo donde (según Bush y los suyos) pueda estar gestándose. Claro: esto es terrorífico. Pero no para los yanquis que votaron a Bush, sino para el resto del mundo; lugar, según nadie ignora, del que los norteamericanos no saben mucho. Su pueblo, no su dirigencia bélico-empresarial. Ellos saben todo. Saben que tienen que apoderarse del Amazonas. Que no abandonarán Irak ni Afganistán. Que avanzarán sobre Irán si es necesario. O sobre cualquier punto que se ponga al rojo.
¿El miedo es zonzo? Apunta, sin duda, al atontamiento de los pueblos. Es una herramienta. El miedo vuelve zonzos a los pueblos. Los vuelve manipulables. Los metemiedo saben que un pueblo atontado, sofocado por el terror es un pueblo zonzo. Pero esa máxima tan nuestra (“el miedo no es zonzo”) tiene sus razones. “El miedo no es zonzo” significa “tengamos miedo”. “Hay motivos. No tener miedo cuando hay motivos es ser zonzo. Hay que ser vivo. Cuando hay miedo hay peligro. O sea, el miedo no es zonzo porque descubre y señala al peligro. De aquí su viveza.” En suma, decir el miedo no es zonzo es decir “el miedo es vivo”. Me mantiene alerta. Ilumina los peligros, siempre entre las sombras. Tener miedo es la posibilidad de descubrir el lugar del enemigo, del Otro demoníaco. De aquí que la metodología del fascismo sea siempre: “Asustemos, asustemos. Hay que meterles miedo hasta enloquecerlos. Hasta que sean nuestros”.
El triunfo de Bush (ante un adversario, además, sin carisma, sin una diferenciación contundente porque, y he aquí la tragedia, los votantes no la quieren, quieren la guerra aun con Kerry) es todavía el triunfo del miedo del 11 de septiembre. Pero con un nuevo y duro matiz para todos nosotros: es un miedo belicoso, un miedo agresivo, guerrero, un miedo que busca el exterminio del Otro maldito, del maldito que me produce miedo, que no me deja vivir seguro y en orden. Del Otro al que los halcones a quienes acabo de votar aniquilarán donde lo encuentren. Y donde no, también. Estados Unidos eligió la seguridad. El miedo, siempre, lleva a los hombres a poner la seguridad por sobre la libertad, las garantías individuales y los derechos humanos. Acaso podríamos preguntarnos por qué. Este tema es infinito. Pero arriesguemos un par de hipótesis. El miedo es insoportable, pero la angustia es peor. Del miedo (que es, siempre, miedo a un Otro muy definido, a algo preciso: la delincuencia, el terrorismo, elcomunismo, las finanzas de los judíos, los deseos imperiosos de los palestinos) me puedo librar si llamo a los halcones. Si los halcones del Orden matan todo aquello que me produzca miedo voy a vivir eternamente, nada podrá matarme, viviré siempre seguro. Lo único que los halcones del Orden no pueden matar es la Muerte, mi muerte. Mi propia, íntima, inexorable muerte, la que vivo negando a través de todos los miedos de este mundo. Y ésa es la fuente inagotable de la angustia humana.